MIGUEL BAHACHILLE M.| EL UNIVERSAL
lunes 26 de mayo de 2014 12:00 AM
Algunos han caído en el error histórico de afirmar que Chávez había sustituido las instituciones democráticas por otras revolucionarias. Nada más incierto. Desde hace 14 años no existe en Venezuela una concepción institucional ni siquiera bajo el tenor de una auténtica revolución. Chávez nunca creyó en instituciones; siempre se burló de ellas. Cabe recordar cómo injurió a los magistrados del TSJ por discrepar de una sentencia la cual calificó de "plasta". Expresó: "Esos once magistrados no tienen moral para tomar ningún otro tipo de decisión, son unos inmorales y deberían publicar un libro con sus rostros para que el pueblo los conozca". En concordancia con esa "proclama", los golosos del régimen desbarataron (al talante Aristóbulo) las instituciones y así poder evadir sus deberes.
Esa tacha malévola se ha intensificado desde entonces de manera sistemática. Basta que un "chivo" de cierto nivel rotule a alguien de infractor para que sea encarcelado en tiempo récord. ¿Instituciones? El régimen, consciente de su ocaso, erige el terrorismo de Estado como avío persuasivo para preservar su status quo. Ha convertido la represión en respuesta única a las protestas en vez atenderlas como causante de ellas. Poco perturba al opulento sedicioso el desasosiego que aflige a la mayoría. Su prioridad es salvaguardar sus dispensas así sea mediante la violencia. ¿Le perturba acaso que 70 millones de dólares anuales se derrochen en motores "Fórmula Uno" mientras los pacientes de oncología mueren en los hospitales públicos por falta de medicinas e instrumental de soporte apropiado?
Los perversos de la política, atornillados en el poder, creen obtener "ventajas" prolongando la limosna como instrumental de control. Aspiran eternizar el cruel dogma que los desheredados "no tienen remedio" por estar condenados por su propia herencia; que nada puede hacerse más allá de la dádiva esporádica. Para estos falsarios, la naturaleza humana del pobre no cambia como tampoco cambia su mundo. ¡Subsistan donde están como simples espectadores! Entretanto el ardid es el mismo: denigrar del pasado aunque la gente sufra hoy los peores desatinos económicos y sociales de los últimos 60 años. El gobierno como "desagravio hacia el pueblo" echa mano de modelos creados en Cuba como chorizos que divulga a través de profusos medios que controla. ¿Para qué instituciones?
Hay un control elitista en el gobierno que pretende obligar al resto a omitir o encubrir la funesta realidad actual. De allí su resistencia a discutir los razonables petitorios de jóvenes que ven truncado su futuro por falta de planes de desarrollo que los incluya. Los muchachos se resisten a las afrentosas técnicas "de ajuste" que gravitan en dádivas indignas a cambio de su entrega al ensayo totalitario. Bajo ese ultimato y con la porfía de insistir en un proyecto marxista, el país no se rendirá. Hacerlo sería aceptar el naufragio de la esperanza para recuperar las pautas democráticas.
Por otra parte, no hay una sola jefatura ejecutiva aunque Maduro haya sido proclamado Presidente por el CNE. Agendas propias dentro del gobierno impiden la corrección del rumbo económico, dialogo con los estudiantes, contraloría de bienes públicos, represión policial, desabastecimiento y, en conclusión, una ruta democrática inclusiva. Los radicales presumen que esas penurias, entre muchas, pueden ser esquivadas manipulando los medios de comunicación. Allí también yerran. Ciertamente hasta hace apenas dos décadas, sólo un grupo reducido estaba al tanto de los detalles. Hoy el pobre, como la mayoría, participa vivamente y goza del beneficio de la afluencia masiva de información que ve y oye desde cualquier punto a través de pequeños aprestos electrónicos.
El pueblo venezolano está consciente de la profusión de ineficaces que pululan en el gobierno y su periferia; que el debate entre ellos no es para mejorar el ensombrecido estado social y económico del país que nos lleva al colapso. Que la lucha es por preservar parcelas de poder "conquistadas" gracias a la anarquía sin precedentes. Que no actúan en pro "de los pobres" como intentan reflejarlo en las cursis difusiones traídas de Cuba. La vida institucional nunca inquietó al régimen. No perciben que su ausencia será la causante del derrumbe de una utopía iniciada hace 15 años.
Esa tacha malévola se ha intensificado desde entonces de manera sistemática. Basta que un "chivo" de cierto nivel rotule a alguien de infractor para que sea encarcelado en tiempo récord. ¿Instituciones? El régimen, consciente de su ocaso, erige el terrorismo de Estado como avío persuasivo para preservar su status quo. Ha convertido la represión en respuesta única a las protestas en vez atenderlas como causante de ellas. Poco perturba al opulento sedicioso el desasosiego que aflige a la mayoría. Su prioridad es salvaguardar sus dispensas así sea mediante la violencia. ¿Le perturba acaso que 70 millones de dólares anuales se derrochen en motores "Fórmula Uno" mientras los pacientes de oncología mueren en los hospitales públicos por falta de medicinas e instrumental de soporte apropiado?
Los perversos de la política, atornillados en el poder, creen obtener "ventajas" prolongando la limosna como instrumental de control. Aspiran eternizar el cruel dogma que los desheredados "no tienen remedio" por estar condenados por su propia herencia; que nada puede hacerse más allá de la dádiva esporádica. Para estos falsarios, la naturaleza humana del pobre no cambia como tampoco cambia su mundo. ¡Subsistan donde están como simples espectadores! Entretanto el ardid es el mismo: denigrar del pasado aunque la gente sufra hoy los peores desatinos económicos y sociales de los últimos 60 años. El gobierno como "desagravio hacia el pueblo" echa mano de modelos creados en Cuba como chorizos que divulga a través de profusos medios que controla. ¿Para qué instituciones?
Hay un control elitista en el gobierno que pretende obligar al resto a omitir o encubrir la funesta realidad actual. De allí su resistencia a discutir los razonables petitorios de jóvenes que ven truncado su futuro por falta de planes de desarrollo que los incluya. Los muchachos se resisten a las afrentosas técnicas "de ajuste" que gravitan en dádivas indignas a cambio de su entrega al ensayo totalitario. Bajo ese ultimato y con la porfía de insistir en un proyecto marxista, el país no se rendirá. Hacerlo sería aceptar el naufragio de la esperanza para recuperar las pautas democráticas.
Por otra parte, no hay una sola jefatura ejecutiva aunque Maduro haya sido proclamado Presidente por el CNE. Agendas propias dentro del gobierno impiden la corrección del rumbo económico, dialogo con los estudiantes, contraloría de bienes públicos, represión policial, desabastecimiento y, en conclusión, una ruta democrática inclusiva. Los radicales presumen que esas penurias, entre muchas, pueden ser esquivadas manipulando los medios de comunicación. Allí también yerran. Ciertamente hasta hace apenas dos décadas, sólo un grupo reducido estaba al tanto de los detalles. Hoy el pobre, como la mayoría, participa vivamente y goza del beneficio de la afluencia masiva de información que ve y oye desde cualquier punto a través de pequeños aprestos electrónicos.
El pueblo venezolano está consciente de la profusión de ineficaces que pululan en el gobierno y su periferia; que el debate entre ellos no es para mejorar el ensombrecido estado social y económico del país que nos lleva al colapso. Que la lucha es por preservar parcelas de poder "conquistadas" gracias a la anarquía sin precedentes. Que no actúan en pro "de los pobres" como intentan reflejarlo en las cursis difusiones traídas de Cuba. La vida institucional nunca inquietó al régimen. No perciben que su ausencia será la causante del derrumbe de una utopía iniciada hace 15 años.
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