MARUJA TARRE| EL UNIVERSAL
viernes 30 de mayo de 2014 12:00 AM
Las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Venezuela existen. Todo el que tenga algún interés puede ver informes detallados de crueldades inauditas, documentadas por organizaciones especializadas venezolanas e internacionales. Si la lectura de un documento como el de Human Rights Watch resulta demasiado incómoda, se pueden también leer testimonios individuales como el artículo de Leonardo Padrón "Yo era un hígado", donde se encuentra la descripción personalizada de uno de esos casos. Solamente uno. La protagonista no es ni la más famosa, ni la que ha sufrido más, es solo una mujer venezolana que junto con su hija tuvo la mala suerte de toparse con el horror.
Ante la evidencia de tanta crueldad surge la pregunta que deben hacerse diariamente sirios, egipcios, ucranianos: ¿por qué nosotros? Por qué los habitantes de un país deben sufrir tanta miseria, tanto dolor por el empecinamiento, la torpeza, el afán de lucro o de poder de unos pocos? Por qué unas diferencias políticas hacen surgir los peores instintos, una crueldad bestial en los que han deshumanizado, no solo a sus adversarios, sino a todo el que se le atraviese por el camino?
El apoyo que recibió Jaua de los cancilleres de Unasur es una patada más, una violación adicional a las víctimas venezolanas. Las tímidas y lentas sanciones que se discuten en el Congreso de EEUU están directamente dirigidas a reconocidos violadores de los DDHH. Se les quitarían las visas para ir a EEUU y se les congelarían los bienes (mal habidos) que poseen dentro del territorio de ese país. Los cancilleres saben que no se trata de una injerencia territorial, ni en los asuntos del Estado venezolano. Entonces, ¿por qué darnos una vez más la espalda? ¿Por qué apoyar al violador y al asesino e ignorar el dolor de un pueblo?
Ante la evidencia de tanta crueldad surge la pregunta que deben hacerse diariamente sirios, egipcios, ucranianos: ¿por qué nosotros? Por qué los habitantes de un país deben sufrir tanta miseria, tanto dolor por el empecinamiento, la torpeza, el afán de lucro o de poder de unos pocos? Por qué unas diferencias políticas hacen surgir los peores instintos, una crueldad bestial en los que han deshumanizado, no solo a sus adversarios, sino a todo el que se le atraviese por el camino?
El apoyo que recibió Jaua de los cancilleres de Unasur es una patada más, una violación adicional a las víctimas venezolanas. Las tímidas y lentas sanciones que se discuten en el Congreso de EEUU están directamente dirigidas a reconocidos violadores de los DDHH. Se les quitarían las visas para ir a EEUU y se les congelarían los bienes (mal habidos) que poseen dentro del territorio de ese país. Los cancilleres saben que no se trata de una injerencia territorial, ni en los asuntos del Estado venezolano. Entonces, ¿por qué darnos una vez más la espalda? ¿Por qué apoyar al violador y al asesino e ignorar el dolor de un pueblo?
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