Xavier Reyes Matheus
Fuera del cardumen de funcionarios chavistas cuyo único interés es sacar tajada de la riqueza venezolana, existe todavía algún comunista dogmático, de esos que han consagrado su vida a pulir la estrategia para la “realización del socialismo”. Uno de estos es Jorge Giordani, ministro de Planificación, que ha sido una de las presencias más constantes e influyentes a lo largo de toda la Revolución Bolivariana. Académico y austero, en notorio contraste con el lujo chabacano que exhiben sin rubor los bon vivants del régimen, Giordani representa el papel del incorruptible fanático e inquisitorial que quiere mostrar a los descarriados el camino del bien, aunque para ello haya de forjarlos en el crisol del sufrimiento. Por eso, su política económica se jacta de imponer a los venezolanos un voto de pobreza que ya le agradecerán algún día, cuando se descubran por fin emancipados de la esclavitud capitalista.
Pero si en la aplicación de estas ideas Giordani resulta de una consecuencia irreprochable, otros aspectos de su biografía parecen absolutamente chocantes cuando se los lee a la luz del orden chavista. Y ello porque el ministro es hijo de emigrantes italianos que salieron de su patria huyendo de Mussolini (el padre de Giordani combatió en la Brigada Garibaldi durante la guerra civil española), y cabe pensar, entonces, que quizá sea aquel cerebro económico del chavismo el único que conoce cabalmente el significado del insulto-comodín con el que los prosélitos del Comandante Eterno esquivan cualquier argumento: fascista.
Hay un nombre que, para un socialista italiano, y más concretamente para uno comprometido en la lucha contra el fascismo, debería tener las connotaciones más inspiradoras: Giacomo Matteotti. Historia de la valentía política es aquella sesión del 30 de mayo de 1924 en la cámara de diputados italiana, cuando el líder socialista tomó la palabra para denunciar el acorralamiento sufrido por la oposición a Mussolini en las elecciones parlamentarias de abril. Tutelados por la llamada Ley Acerbo, que modificaba los mecanismos electorales para asegurar la mayoría fascista, los comicios se habían desarrollado en un ambiente enrarecido, con todo tipo de amenazas e intimidaciones por parte de los camisas negras hacia los candidatos y votantes que adversaban el régimen (Mussolini, que presidía el Consejo de Ministros en un Gobierno de coalición, se reservaba también la cartera de Interior y podía controlar a la Policía para que dejase actuar impunemente a las hordas paramilitares). En su intervención, Matteotti logró a duras penas, constantemente interrumpido por los gritos, los insultos y las burlas de los diputados oficialistas, denunciar que “las elecciones no debían consistir en un ensayo de resistencia inerme a las violencias físicas del adversario, que está en el Gobierno y que dispone de todas las fuerzas armadas”. Es muy conocido lo que dijo el socialista, al terminar de hablar, a sus compañeros de fila: “Yo ya he hecho mi discurso. Ahora os toca a vosotros preparar el discurso fúnebre para mi entierro“. En junio, varios hombres lo introdujeron en un automóvil, donde parece que lo acuchillaron poco después; el cuerpo apareció a mediados de agosto, semienterrado en un bosque a las afueras de Roma.
Cuando la socialdemocracia venezolana dio asilo a los chilenos que huían de Pinochet, se popularizó en Caracas, interpretada por Soledad Bravo, la canción de Silvio Rodríguez que decía: Eso no está muerto/ no me lo mataron/ ni con la distancia/ ni con el vil soldado. Mírese hoy de qué parte está el vil soldado para saber quiénes son los fascistas.
Publicado originalmente en Libertad Digital
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