OSCAR GARCIA MENDOZA| EL UNIVERSAL
sábado 21 de junio de 2014 12:00 AM
De las funciones más importantes de los ejecutivos está la de saber anticipar. No es necesaria una bola de cristal, ni mucho menos, es conociendo los detalles de las situaciones y las operaciones que se realizan, que se puede tratar de predecir el camino. Muchas veces no es fácil y a veces irá a contracorriente, pero el éxito de la empresa va a depender de eso.
Por muchos años fui presidente de un importante banco. En mis inicios me tocó enfrentar una situación desconocida y caótica: el viernes 18 de febrero de 1983. El viernes negro. La primera gran devaluación en muchos años. Una situación que dejó desconcertados a todos.
Las devaluaciones no ocurren nunca de golpe y porrazo. Se vienen anunciando. No de manera directa sino con esas "sutilezas" que tienen los gobiernos. Bajan las reservas internacionales, cae la producción petrolera, se reduce la liquidez del gasto público y por allí, siempre, un ministro o un alto funcionario se ocupa de negar vehementemente que la habrá, cuando es lo contrario.
En esa época venían dándose las señales. El vehículo de compra de dólares para los bancos era el Banco Central. Cuando una institución necesitaba divisas las solicitaba del Central y éste de inmediato las vendía a Bs 4.2925 por $ para que el banco comercial las revendiera a Bs 4.30 (la diferencia de .0075 hoy parece risible pero era suficiente para la banca y los clientes).
En los últimos meses del año 82 y primeros del 83 se comenzó a notar una gran baja en la liquidez bancaria. Había poco dinero en circulación y el Central se comenzó a dilatar en el envío de las remesas a los bancos corresponsales del exterior. Esto fue una alarma. El Central estaba atrasándose. Y comencé a desconfiar. Entonces di una instrucción a nuestro departamento de cambio: solo se venderían las divisas disponibles en nuestro banco corresponsal de NY. Para saberlo nos enviaban un telex durante la mañana, indicándonos el movimiento de la cuenta.
Con el pasar de los días la presión sobre el dólar siguió acentuándose y en muchos momentos no teníamos divisas para vender. Los bancos, en general haciéndole confianza al Gobierno, seguían vendiendo aunque no tenían la disponibilidad. Me recuerdo de una llamada de un colega muy amigo que me dijo: "Oscar, estás loco, estás haciendo un control de cambio particular, la gente del gobierno está sorprendida, el Central nunca dejará de pagar". Le contesté que habíamos tomado una decisión que nos parecía correcta y que la mantendríamos.
Fueron muchas las presiones esos días y, puedo decirlo, tuve una sensación de gran alivio, cuando el gobierno decretó el feriado bancario para imponer el control de cambios.
La Superintendencia de Bancos solicitó a las instituciones financieras una auditoría externa que indicara cuál era la posición en $. Tengo guardada la nuestra. Fuimos el único banco que cerró positivo, aunque en un monto muy pequeño ese día. Y con ello le ahorré al banco, sus directivos y accionistas, las enormes dificultades y pérdidas que tuvieron los bancos que enfrentar por la devaluación.
He hecho esta larga introducción para situarme hoy día. Sin duda la situación del 83 era inmensamente menos mala que la que enfrenta el sistema financiero bajo la dictadura castrochavista. Es difícil imaginar porque no han nacionalizado la banca, pero la han ido llevando a un camino que tiene una muy difícil vuelta atrás.
Las carteras obligatorias por sectores, como el agrícola, vivienda, pequeña industria, con porcentajes elevadísimos que no solamente tienen rendimientos muy poco satisfactorios, sino con claras posibilidades de no ser pagados nunca. Además, utilizan la emisión de papeles del Estado en volúmenes importantes y sin provisión de pago. Para cubrir esto el gobierno ha mantenido (y también por otras razones) niveles enormes de liquidez que les permiten a los bancos cobrar alto y pagar poco o nada, lo que representa ciertas ganancias. Pero han creado un monstruo que será irresoluble.
Grandes carteras de crédito irregulares y de imposible recuperación pesarán fuertemente en una recuperación. Si se adoptase una medida de restricción de la liquidez, o se dolarizase la economía -ambas medidas especialmente correctas- el sistema financiero no tendría salida.
La situación no es bancaria. Es política. Solo un cambio de régimen podría proteger la propiedad privada de los depositantes y de los bancos.
Por muchos años fui presidente de un importante banco. En mis inicios me tocó enfrentar una situación desconocida y caótica: el viernes 18 de febrero de 1983. El viernes negro. La primera gran devaluación en muchos años. Una situación que dejó desconcertados a todos.
Las devaluaciones no ocurren nunca de golpe y porrazo. Se vienen anunciando. No de manera directa sino con esas "sutilezas" que tienen los gobiernos. Bajan las reservas internacionales, cae la producción petrolera, se reduce la liquidez del gasto público y por allí, siempre, un ministro o un alto funcionario se ocupa de negar vehementemente que la habrá, cuando es lo contrario.
En esa época venían dándose las señales. El vehículo de compra de dólares para los bancos era el Banco Central. Cuando una institución necesitaba divisas las solicitaba del Central y éste de inmediato las vendía a Bs 4.2925 por $ para que el banco comercial las revendiera a Bs 4.30 (la diferencia de .0075 hoy parece risible pero era suficiente para la banca y los clientes).
En los últimos meses del año 82 y primeros del 83 se comenzó a notar una gran baja en la liquidez bancaria. Había poco dinero en circulación y el Central se comenzó a dilatar en el envío de las remesas a los bancos corresponsales del exterior. Esto fue una alarma. El Central estaba atrasándose. Y comencé a desconfiar. Entonces di una instrucción a nuestro departamento de cambio: solo se venderían las divisas disponibles en nuestro banco corresponsal de NY. Para saberlo nos enviaban un telex durante la mañana, indicándonos el movimiento de la cuenta.
Con el pasar de los días la presión sobre el dólar siguió acentuándose y en muchos momentos no teníamos divisas para vender. Los bancos, en general haciéndole confianza al Gobierno, seguían vendiendo aunque no tenían la disponibilidad. Me recuerdo de una llamada de un colega muy amigo que me dijo: "Oscar, estás loco, estás haciendo un control de cambio particular, la gente del gobierno está sorprendida, el Central nunca dejará de pagar". Le contesté que habíamos tomado una decisión que nos parecía correcta y que la mantendríamos.
Fueron muchas las presiones esos días y, puedo decirlo, tuve una sensación de gran alivio, cuando el gobierno decretó el feriado bancario para imponer el control de cambios.
La Superintendencia de Bancos solicitó a las instituciones financieras una auditoría externa que indicara cuál era la posición en $. Tengo guardada la nuestra. Fuimos el único banco que cerró positivo, aunque en un monto muy pequeño ese día. Y con ello le ahorré al banco, sus directivos y accionistas, las enormes dificultades y pérdidas que tuvieron los bancos que enfrentar por la devaluación.
He hecho esta larga introducción para situarme hoy día. Sin duda la situación del 83 era inmensamente menos mala que la que enfrenta el sistema financiero bajo la dictadura castrochavista. Es difícil imaginar porque no han nacionalizado la banca, pero la han ido llevando a un camino que tiene una muy difícil vuelta atrás.
Las carteras obligatorias por sectores, como el agrícola, vivienda, pequeña industria, con porcentajes elevadísimos que no solamente tienen rendimientos muy poco satisfactorios, sino con claras posibilidades de no ser pagados nunca. Además, utilizan la emisión de papeles del Estado en volúmenes importantes y sin provisión de pago. Para cubrir esto el gobierno ha mantenido (y también por otras razones) niveles enormes de liquidez que les permiten a los bancos cobrar alto y pagar poco o nada, lo que representa ciertas ganancias. Pero han creado un monstruo que será irresoluble.
Grandes carteras de crédito irregulares y de imposible recuperación pesarán fuertemente en una recuperación. Si se adoptase una medida de restricción de la liquidez, o se dolarizase la economía -ambas medidas especialmente correctas- el sistema financiero no tendría salida.
La situación no es bancaria. Es política. Solo un cambio de régimen podría proteger la propiedad privada de los depositantes y de los bancos.
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