GABRIEL VARGAS-ZAPATA| EL UNIVERSAL
viernes 20 de junio de 2014 12:00 AM
Pelo malo es, en muchos aspectos, una buena lección de cine. Mariana Rondón escribe este cuento urbano y postmoderno que nos acerca a las entrañas de una sociedad que parece no ha terminado de entrar en el nuevo siglo; se ha quedado orbitando en una dimensión en la que el tiempo se mide de otra forma. No pertenece al pasado pero tampoco a este presente. Caracas, que se erige como un coloso indomable, que devora a sus habitantes sin la menor contemplación y al mismo tiempo se devora a sí misma, en medio de una hecatombe que hace estragos en los valores de la sociedad y en su identidad cultural.
Rondón construye su historia casi exclusivamente de forma visual. De hecho, no puede decirse que la película tenga buenos diálogos. Probablemente tampoco sus personajes sean quienes la hagan avanzar. Todos están estancados en sus pobres anhelos, se sujetan a ellos porque es su misma existencia la que está en juego. El niño que por una parte empieza a descubrir su homosexualidad y por otra, desea alisarse el cabello para la foto del colegio; y la madre que se aferra a un empleo, a un uniforme que finalmente la condena a la esclavitud moderna que en otros mundos es dirigida por los grandes grupos económicos y en éste, por el socialismo Chavista.
Pero Pelo malo no se queda en sus escasos personajes, penetra en la psique social de una forma apabullante, Rondón se las ingenia para contar miles de historias al mismo tiempo y termina retratando a una sociedad que en definitiva, sobrevive a una ciudad que la maltrata y humilla pero a la que ama irremediablemente. Algunos rezan por la salud del Presidente, otros acuden a terapias para adelgazar y mientras que unos pocos simplemente sueñan despiertos.
La metáfora del niño que no está conforme con su pelo, no es más que la proyección de un país que rechaza su identidad, que se aferra al tinte y al derríz para combatir sus genes, que ha construido sus propios parámetros de belleza y que cree que lo foráneo es mejor y más bonito. Que viaja a Miami no en busca de una ciudad o de una experiencia, sino de todos esos chismes que Venezuela no le puede ofrecer, que lo exporta todo y, peor aún, que se denigra a sí mismo, se rechaza, se ofende sin pudor y no acaba de aceptarse. Probablemente el ultraje del socialismo del siglo XXI, no sea más que otra consecuencia de esta condición, un fallido intento por darle a esa sociedad aquello que en su argot y de un tiempo para acá, viene a llamarse Patria.
En Pelo malo, la fotografía convierte a Caracas en otro personaje más, se apodera desde el cielo de los bloques del Oeste y en tierra del transporte público y del tráfico humano. El montaje va aislando a los personajes, distanciando cada vez más a madre e hijo; silencioso, convencional y al mismo tiempo decisivo para el ritmo del relato. Remarcado además por las correctas interpretaciones de Samuel Lange y Samantha Castillo. Aunque debo decir que quien de verdad me robó el corazón fue la niña María Emilia Sulbarán. Su breve personaje, es contundente y preciso, nos muestra los estragos y las consecuencias del cóctel concursos de belleza-medios de comunicación; sufre también el rechazo pero lo hace convencida de que es el precio justo a pagar por sus sueños.
A pesar de algunos fallos de guión, la narrativa audiovisual se sobrepone y la historia llega integra y absoluta a un final desolador. Los escenarios reiterativos, pueden llegar a cansar el ojo, pero sirven también para que uno como espectador, pueda hallarse en el ruido de la calle y en los silencios del hogar.
Finalmente, en los créditos, Rondón acaba su relato diciéndonos algo muy parecido a lo que ya Almodóvar señalaba en Todo sobre mi madre (), que, "uno es más autentico, cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo"; pero también se produce una dicotomía: como una bofetada a la cara, le regala al espectador unas últimas imágenes, las de un niño con pelo liso y traje de cantante posando para las fotos del colegio, les da lo que ellos durante toda la historia tristemente también han anhelado.
Rondón construye su historia casi exclusivamente de forma visual. De hecho, no puede decirse que la película tenga buenos diálogos. Probablemente tampoco sus personajes sean quienes la hagan avanzar. Todos están estancados en sus pobres anhelos, se sujetan a ellos porque es su misma existencia la que está en juego. El niño que por una parte empieza a descubrir su homosexualidad y por otra, desea alisarse el cabello para la foto del colegio; y la madre que se aferra a un empleo, a un uniforme que finalmente la condena a la esclavitud moderna que en otros mundos es dirigida por los grandes grupos económicos y en éste, por el socialismo Chavista.
Pero Pelo malo no se queda en sus escasos personajes, penetra en la psique social de una forma apabullante, Rondón se las ingenia para contar miles de historias al mismo tiempo y termina retratando a una sociedad que en definitiva, sobrevive a una ciudad que la maltrata y humilla pero a la que ama irremediablemente. Algunos rezan por la salud del Presidente, otros acuden a terapias para adelgazar y mientras que unos pocos simplemente sueñan despiertos.
La metáfora del niño que no está conforme con su pelo, no es más que la proyección de un país que rechaza su identidad, que se aferra al tinte y al derríz para combatir sus genes, que ha construido sus propios parámetros de belleza y que cree que lo foráneo es mejor y más bonito. Que viaja a Miami no en busca de una ciudad o de una experiencia, sino de todos esos chismes que Venezuela no le puede ofrecer, que lo exporta todo y, peor aún, que se denigra a sí mismo, se rechaza, se ofende sin pudor y no acaba de aceptarse. Probablemente el ultraje del socialismo del siglo XXI, no sea más que otra consecuencia de esta condición, un fallido intento por darle a esa sociedad aquello que en su argot y de un tiempo para acá, viene a llamarse Patria.
En Pelo malo, la fotografía convierte a Caracas en otro personaje más, se apodera desde el cielo de los bloques del Oeste y en tierra del transporte público y del tráfico humano. El montaje va aislando a los personajes, distanciando cada vez más a madre e hijo; silencioso, convencional y al mismo tiempo decisivo para el ritmo del relato. Remarcado además por las correctas interpretaciones de Samuel Lange y Samantha Castillo. Aunque debo decir que quien de verdad me robó el corazón fue la niña María Emilia Sulbarán. Su breve personaje, es contundente y preciso, nos muestra los estragos y las consecuencias del cóctel concursos de belleza-medios de comunicación; sufre también el rechazo pero lo hace convencida de que es el precio justo a pagar por sus sueños.
A pesar de algunos fallos de guión, la narrativa audiovisual se sobrepone y la historia llega integra y absoluta a un final desolador. Los escenarios reiterativos, pueden llegar a cansar el ojo, pero sirven también para que uno como espectador, pueda hallarse en el ruido de la calle y en los silencios del hogar.
Finalmente, en los créditos, Rondón acaba su relato diciéndonos algo muy parecido a lo que ya Almodóvar señalaba en Todo sobre mi madre (), que, "uno es más autentico, cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo"; pero también se produce una dicotomía: como una bofetada a la cara, le regala al espectador unas últimas imágenes, las de un niño con pelo liso y traje de cantante posando para las fotos del colegio, les da lo que ellos durante toda la historia tristemente también han anhelado.
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