MARCOS CARRILLO| EL UNIVERSAL
viernes 20 de junio de 2014 12:00 AM
Los regímenes totalitarios que han logrado mantenerse en el tiempo han fundamentado sus estrategias en dos pilares: el terror de la población y la división de la oposición.
En el primer caso se usan todo tipo de tácticas, desde las empleadas en Corea del Norte en donde se castiga hasta con la muerte el hecho de no llorar de forma adecuada la muerte del dictador, pasando por la opresión cubana que se ejerce cuadra a cuadra mediante los comités de defensa de la revolución, hasta la mezcla de controles sofisticados y brutales como los ejercidos en China en cuestiones de comunicación o masacrando estudiantes en Tiananmen.
En Venezuela el terror se ha venido imponiendo como estrategia fundamental para sostener al régimen y tiene muchas aristas: la más obvia radica en las alevosas arremetidas contra manifestantes legítimos y desarmados por parte de órganos del Estado y bandas de hampones patrocinadas por el gobierno –mal llamadas colectivos– en violación de los DDHH.
Vinculada a esta estrategia está la de criminalizar a los manifestantes, siguiéndoles juicios amañados que atentan contra su integridad física y moral, aun en los casos en que son liberados y sometidos a medidas cautelares que violan sus derechos políticos.
Una tercera forma de terrorismo de Estado es la persecución de los líderes políticos de la oposición y ONGs defensoras de derechos humanos. La prisión de Leopoldo López y de alcaldes de oposición, la pretensión de destituir a la diputada María Corina Machado y su consecuente acoso y criminalización mediante pruebas forjadas, así como las órdenes de captura contra otros líderes como Diego Arria, mandan un mensaje claro a la dirigencia opositora: pueden contradecir al régimen en los términos y condiciones que se acepten desde el poder del Estado, pero no se pueden oponer democráticamente y con el legítimo y decisivo ánimo de tomar el poder.
Lo más grave de todo es que en la población se ha logrado imponer el estado general de sospecha promovido por el gobierno desde hace años. Muchos ciudadanos de bajo perfil, tienen miedo de hablar por teléfono o mandar mensajes que puedan ser considerados subversivos por el gobierno.
Si bien la implantación de un régimen de terror es síntoma de falta de legitimidad, ello no significa que necesariamente el régimen se debilite. Éste se agrietará en la medida en que la oposición desarrolle acciones concretas y efectivas para lograrlo.
La valiente actitud de la diputada María Corina Machado es un ejemplo de cómo nadie debe doblegarse, de cómo el régimen teme a acciones valientes y respaldadas por la fuerza moral de quienes actúan conforme a la ley, en defensa de sus derechos y de la democracia.
Es deber de todo defensor de la democracia cerrar filas en torno a María Corina Machado, Leopoldo López, los alcaldes, Simonovis y todos los perseguidos por razones políticas. Diferencias adjetivas, pequeñeces mezquinas o miopía en cuanto a la verdadera naturaleza del régimen totalitario no pueden imponerse sobre lo sustantivo que une a toda la oposición: el retorno cuanto antes a la democracia.
En el primer caso se usan todo tipo de tácticas, desde las empleadas en Corea del Norte en donde se castiga hasta con la muerte el hecho de no llorar de forma adecuada la muerte del dictador, pasando por la opresión cubana que se ejerce cuadra a cuadra mediante los comités de defensa de la revolución, hasta la mezcla de controles sofisticados y brutales como los ejercidos en China en cuestiones de comunicación o masacrando estudiantes en Tiananmen.
En Venezuela el terror se ha venido imponiendo como estrategia fundamental para sostener al régimen y tiene muchas aristas: la más obvia radica en las alevosas arremetidas contra manifestantes legítimos y desarmados por parte de órganos del Estado y bandas de hampones patrocinadas por el gobierno –mal llamadas colectivos– en violación de los DDHH.
Vinculada a esta estrategia está la de criminalizar a los manifestantes, siguiéndoles juicios amañados que atentan contra su integridad física y moral, aun en los casos en que son liberados y sometidos a medidas cautelares que violan sus derechos políticos.
Una tercera forma de terrorismo de Estado es la persecución de los líderes políticos de la oposición y ONGs defensoras de derechos humanos. La prisión de Leopoldo López y de alcaldes de oposición, la pretensión de destituir a la diputada María Corina Machado y su consecuente acoso y criminalización mediante pruebas forjadas, así como las órdenes de captura contra otros líderes como Diego Arria, mandan un mensaje claro a la dirigencia opositora: pueden contradecir al régimen en los términos y condiciones que se acepten desde el poder del Estado, pero no se pueden oponer democráticamente y con el legítimo y decisivo ánimo de tomar el poder.
Lo más grave de todo es que en la población se ha logrado imponer el estado general de sospecha promovido por el gobierno desde hace años. Muchos ciudadanos de bajo perfil, tienen miedo de hablar por teléfono o mandar mensajes que puedan ser considerados subversivos por el gobierno.
Si bien la implantación de un régimen de terror es síntoma de falta de legitimidad, ello no significa que necesariamente el régimen se debilite. Éste se agrietará en la medida en que la oposición desarrolle acciones concretas y efectivas para lograrlo.
La valiente actitud de la diputada María Corina Machado es un ejemplo de cómo nadie debe doblegarse, de cómo el régimen teme a acciones valientes y respaldadas por la fuerza moral de quienes actúan conforme a la ley, en defensa de sus derechos y de la democracia.
Es deber de todo defensor de la democracia cerrar filas en torno a María Corina Machado, Leopoldo López, los alcaldes, Simonovis y todos los perseguidos por razones políticas. Diferencias adjetivas, pequeñeces mezquinas o miopía en cuanto a la verdadera naturaleza del régimen totalitario no pueden imponerse sobre lo sustantivo que une a toda la oposición: el retorno cuanto antes a la democracia.
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