AXEL CAPRILES M.| EL UNIVERSAL
jueves 19 de junio de 2014 12:00 AM
La coerción da ilusión de control pero no es así. El país se le ha escapado al poder de las manos. A pesar del uso licencioso de los poderes públicos para reprimir a la disidencia, la economía, la gente, la geografía urbana, todo, absolutamente todo, está fuera de control. Hay algo recalcitrante en la economía que se niega a hacerle caso al Gobierno. La inflación desafía las órdenes del Presidente, la escasez reta los preceptos y mandatos de los generales. Hay algo pertinaz y testarudo en la gente que acumula más de 45 protestas diarias. Pareciera que aquello de que Venezuela es como un cuero seco -que si nos pisan por un lado nos levantamos por el otro- se está convirtiendo en verdad. Y es que el distanciamiento entre las esperanzas y los objetivos de las personas y los caminos pautados para llegar a ellos es tan descomunal que se ha producido un quiebre irreversible en la estructura cultural. La emoción que alimenta y cohesiona una revolución es la esperanza pero de ella queda muy poco en las bases populares que en algún momento nutrieron el chavismo.
Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, comenta que los crímenes de los regímenes totalitarios no se debían a la simple agresividad "sino a una consciente ruptura de ese consensus iuris, que según Cicerón, constituye a un pueblo y que ha constituido en los tiempos modernos al mundo civilizado". Ese quiebre del consensus iuris en Venezuela ha producido el deterioro y desintegración del sistema de valores y ha conducido a una suerte de selva de caos primitivo. El poder es una ficción que actúa selectivamente y con rudeza sobre opositores conspicuos pero el resto de la sociedad, su operación subterránea, se escapa a todo orden bajo el manto de invisibilidad de la anomia. Una sociedad ingobernable y confundida por explosiones intermitentes de agresión, conformismo, rebelión, aislamiento y conductas desviadas, deja atrás a los liderazgos vacilantes, fríos y acomodaticios, porque lo único que puede cohesionarla es la esperanza de una nueva visión.
Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, comenta que los crímenes de los regímenes totalitarios no se debían a la simple agresividad "sino a una consciente ruptura de ese consensus iuris, que según Cicerón, constituye a un pueblo y que ha constituido en los tiempos modernos al mundo civilizado". Ese quiebre del consensus iuris en Venezuela ha producido el deterioro y desintegración del sistema de valores y ha conducido a una suerte de selva de caos primitivo. El poder es una ficción que actúa selectivamente y con rudeza sobre opositores conspicuos pero el resto de la sociedad, su operación subterránea, se escapa a todo orden bajo el manto de invisibilidad de la anomia. Una sociedad ingobernable y confundida por explosiones intermitentes de agresión, conformismo, rebelión, aislamiento y conductas desviadas, deja atrás a los liderazgos vacilantes, fríos y acomodaticios, porque lo único que puede cohesionarla es la esperanza de una nueva visión.
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