Carlos Blanco
A Antonio
Ledezma
El
régimen se desgaja. La crisis es tan brava que cada actor contribuye al
desenlace aun sin proponérselo. Una vez que se desatan las fuerzas, la crisis
manda. Cuando los policías, los militares y los colectivos disparan para
estabilizar la situación; contra sus fines, contribuyen a desestabilizar.
Añaden más caos al caos. El último episodio es la acentuación del terror; no es
nuevo, ahora es sistemático y actúa como confesión: como si los jerarcas se
observaran y se miraran fuera del poder. Es el espanto; es lo inconcebible; es
lo que está más allá de su imaginación. Ellos infunden miedo, pero la gente que
lucha por la libertad aprende a administrarlo; pero el miedo de los que están
en el poder es más terminal que su propio poder porque se piensan todos
desnudos ante sus pillajes, sordideces, a lo que no podrán explicar cuando se
los pregunten. Y se los preguntarán.
Maduro
pretende estabilizarse mediante los fusiles que le son fieles. La muerte, las
cárceles, la justicia podrida podrán prolongarse por un tiempo indefinible,
pero a la menor equivocación, con la menor de las rendijas abierta, se colará
el país que exige un cambio.
El
recurso a la represión como eje de la sustentación es lo que queda. El discurso
en contra del imperialismo se ha evaporado, los golpes nadie los cree, la idea
de que unos oficiales de aviación iban a bombardear Caracas –como criminales–
en el fondo es un insulto a todos los oficiales de la Fuerza Aérea; todo le
sale mal.
Convertir
a Antonio Ledezma en un prisionero es de los peores errores cometidos. Ledezma
no se ha arrepentido de su historia: no renegó de Carlos Andrés ni adaptó su
discurso a los tiempos del chavismo. Es un hombre de la unidad. Tuvo el arrojo,
junto con Leopoldo, María Corina y muchos otros dirigentes, de plantear La
Salida, exigir la renuncia de Maduro, y formular la propuesta de Acuerdo para
la Transición. Es un líder de carreras largas; no busca atajos ni en su vida política
personal ni en la colectiva. Es un funcionario electo; por cierto, con una
legitimidad de la cual carece Maduro: nadie cuestionó la elección de Ledezma.
Ahora, Antonio, como Leopoldo, Daniel y los presos políticos, queman las manos
al régimen. Es por estas razones que el poder se ha lanzado a la orgía de
sangre que conocemos.
Frente al
terror se levanta la lucha de los jóvenes que debe ser desarrollada con la
sabiduría requerida frente a los que no vacilan en matar. La no violencia puede
ser estrategia invencible. Ante el terror también se alza la propuesta de
Programa para la Transición, para discutirlo y convertirlo en la base del
cambio que vendrá. Por eso el régimen que produce el terror le tiene terror al
Acuerdo para la Transición. Esta propuesta, en la que Antonio jugó un papel
esencial, muestra que sí hay futuro, que sí hay pensamiento sobre lo que hay
que hacer. Es increíble cómo en menos de 48 horas se obtuvieron más de 40.000
firmas en respaldo al acuerdo que el régimen calificó de subversivo sin leerlo.
Es
importante cómo el entendimiento hacia la transición ha logrado ser el centro
de confluencia de partidos políticos, personalidades relevantes del país,
grupos de la sociedad civil, sencillos activistas juveniles, que lo asumen como
lo que es: la base de un entendimiento sin mezquindades, para su discusión y
perfeccionamiento.
No; no era verdad que por La
Salida o las guarimbas es que el poder mata; lo hace porque es su naturaleza,
es su lógica, es su reacción automática. No hay palabras para describir el
horror de los asesinatos recientes que el país ha conocido. Ni hay formas de
consuelo para el país que los llora, para padres, hermanos, amigos, parejas,
vecinos… Solo hay que procurar justicia, que no venganza, en el país que se
vislumbra en las luchas de este tiempo, con jóvenes que ya viven, como si fuera
la tierra prometida y en medio de gigantescos sacrificios, la libertad que
habrán de alcanzar, con un liderazgo plural, renovado y decidido a que la
transición sea futuro.
Vía El Nacional
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