Rafael Rojas
Durante el último año, el gobierno de
Nicolás Maduro ha emprendido una represión a la oposición venezolana,
que no tiene antecedentes en la historia contemporánea de ese país
suramericano. Ni siquiera en los momentos más intransigentes de Hugo
Chávez, se llegó al punto de encarcelar, sin respeto por las mínimas
garantías de un Estado de derecho, a líderes civiles como Leopoldo
López, recluido desde hace un año en una prisión militar, o al alcalde
de Caracas, Antonio Ledezma, quien lleva preso dos días sin debido
proceso. Otra líder opositora, la legisladora María Corina Machado,
aunque libre, está pendiente de una causa judicial por “traición a la
patria”.
El pasado jueves 19 de febrero, en una
alocución trasmitida por cadena nacional, Maduro acusó a esos tres
líderes, ya acusados hace un año de implicación en un golpe de Estado a
través de manifestaciones populares, de intentar una nueva remoción
violenta del gobierno. No importa que uno de ellos esté preso y otra
imputada: los tres volvían a conspirar para producir un derrocamiento
cívico-militar, con apoyo de Estados Unidos. Hasta ahora, la única
prueba presentada es un documento titulado Acuerdo Nacional para la
Transición, en el que estos políticos insisten, entre otras cosas, en
respetar los “cauces de la paz y la constitucionalidad”.
Es difícil descifrar la racionalidad de
Maduro, pero hay que intentarlo. Una hipótesis sería que desde hace un
año, llegó a la conclusión de que en las condiciones de crisis social y
económica que vive Venezuela, como consecuencia de su ineficiente
gestión, de la violencia, la corrupción y la caída de los precios del
petróleo, no era posible gobernar con los propios métodos chavistas:
tolerancia de la oposición, movilización carismática de la ciudadanía,
mecanismos de democracia directa. En medio de una crisis como ésta, tal
vez Chávez habría convocado a un plebiscito y lo habría ganado. Maduro,
en cambio, se sabe perdedor de antemano.
Ante la imposibilidad de sobrellevar la
crisis a la manera chavista, por falta de popularidad, carisma y
destreza política, los gobernantes venezolanos habrían decidido echar
mano del mismo expediente represivo, que ha practicado durante más de
medio siglo el régimen cubano, el cual, a diferencia del venezolano, no
es constitucionalmente una democracia. El único país de América Latina
donde no hace mucho, en la primavera de 2003, se produjo una razia de
opositores pacíficos, acusados de lo mismo (agentes de una potencia
extranjera, traición a la patria, destrucción violenta del régimen), es
Cuba.
De la conexión con La Habana se deriva
una segunda hipótesis. Antes de anunciar el arresto de Ledezma, Maduro
informó que acababa de viajar a Cuba, donde se reunió con Fidel y Raúl
Castro. El gobernante venezolano insinuaba que su deriva represiva había
sido bendecida por los líderes de la Isla, lo cual puede confirmarse
revisando los medios impresos y electrónicos cubanos en los dos últimos
días. De manera que la represión en Caracas y su respaldo desde La
Habana es, también, un mensaje y un reto a los gobiernos de las
Américas, en medio de la normalización diplomática entre Estados Unidos y
Cuba y la próxima Cumbre de Panamá.
La represión en Venezuela, avalada por
La Habana, aunque no sea públicamente denunciada, provoca rechazo entre
los gobiernos de América Latina y el Caribe. De continuar en los
próximos meses, difícilmente pasará inadvertida en la reunión
continental de Panamá, donde probablemente los gobiernos de la región se
dividan ante el caso. Los líderes venezolanos y cubanos estarían
boicoteando, a través de la represión en Caracas, el buen clima
hemisférico que propicia la nueva política hacia Cuba, emprendida por el
presidente Barack Obama.
Rafael Rojas Rafael
Rojas es autor de más de quince libros sobre historia intelectual y
política de América Latina, México y Cuba. Recibió el Premio Matías
Romero por su libro "Cuba Mexicana. Historia de una Anexión Imposible"
(2001) y el Anagrama de Ensayo por "Tumbas sin sosiego. Revolución,
disidencia y exilio del intelectual cubano" (2006) y el Isabel de
Polanco por "Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la
Revolución de Hispanoamérica" (2009).
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