MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 2 de julio de 2012 05:11 PM
El semidiós. El latoso y extenso discurso del súper en su inscripción como aspirante, otra vez, a la presidencia de la República, reveló una faceta desconocida cual es su ascendente para, por ahora, salvar al planeta tierra. Después, ¡ya veremos! No es grave que lo exprese sino que esté persuadido de ello. Todo niño sueña hacerse héroe para amparar a los buenos y combatir los malos. Fantasía que palidece a medida que la ineludible cronología lo dota de sapiencia y criterio para asimilar parte de las derivaciones de la intrincada razón humana.
Hay que apoyar pues a nuestro titán. Si los gringos tiránicos, codiciosos, indoctos, imperialistas, pudieron crear un superhombre en el contexto de la gran depresión de los años treinta que los sacó de la anomia colectiva que hasta suicidios había provocado, él, mejor dotado, podría hacerlo desde el Palacio de Miraflores ungido por su infalible profecía. El designio de los creadores de Superman, Jerry Shuter y Joe Siegel, ambos de tendencia izquierdista, era que su ídolo asumiera el papel de activista social para combatir, entre otros, a políticos corruptos y trafagadores usureros. Analistas como Roger Sabin lo definió como reflejo del ideal liberal (New Deal) ejecutado por Franklin Roosevelt.
Pero el acerado superhéroe gringo, a diferencia del nuestro, sí realizó tareas sociales. Combatió al Ku Klux Klan, la corrupción gubernativa, la delincuencia fuera del alcance de la policía a la vez que rescataba algún gato atascado en un árbol, etc. Bienhechores como Hércules y Sansón lo habían precedido pero, ¡claro!, sin la cobertura mediática que inspiró su creación. Hoy nuestro héroe parroquial anuncia el rescate del planeta secundado por sus legionarios y súper amigos Evo, Ortega, Correa, Cristina, Castro, Mugabe, Lukashenko, Ahmadineyad, entre otros. Atrás quedan las lides heroicas honradas por Sadam y Gadafi que con sus espadas de Bolívar conferidas por nuestro líder, se inmolaron por la libertad, justicia y la paz.
El pueblo estaría eternamente agradecido que la salvación del planeta se iniciara por nuestro país en vista de tener la suerte de contar, por fin, con un redentor capaz de cristalizar tan codiciada epopeya bíblica. Bastaría que su aura prodigiosa se enfocara en rescatarnos de: la delincuencia que asedia hasta nuestros hogares; el caos del transporte colectivo y el peligro para quienes transitan por las despedazadas rutas urbanas y suburbanas; el drama de damnificados que llevan años esperando la adjudicación de viviendas dignas; un sistema judicial que ultraja la legalidad movido por intereses difusos; los Aponte Aponte; la pertinaz corrupción que corroe las instancias del Estado desde burócratas de menor rango hasta laureados revolucionarios; grupos anárquicos armados que bajo la figura de colectivos disponen de rangos y normas exclusivas contraviniendo toda ley y la jerarquía del Estado.
Ahora le toca al señor "la nada". Esta parte es la más difícil. ¿Cómo referirse a alguien que no existe? Bastan pocas líneas para despacharlo aunque esa nada de rango universitario haya presidido la Cámara de Diputados, la alcaldía de uno de los municipios más importantes del país y la gobernación del estado más poblado después del Zulia. Ahora se le ha metido en la cabeza que sus giras son reales; que lo siguen cientos de miles personas de carne y hueso para tocarlo y abrazarlo sin reparar que en el fondo no son más que ánimas. ¡Cosas entre fantasmas! Bien merece ese señor nada una felpa desde el más allá para que olvide esa fantasía de querer confrontar al inscripto semidiós de acá. Ojalá se convenza que está padeciendo de un soplo alucinante propio de su edad y que nada tiene que buscar en este mundo real fuera de su alcance.
La realidad. Vale la pena develar la cadena de consignas insensatas que el Presidente aspira racionalizar mediante arengas fraudulentas. No son inquietantes los augurios aislados que esboza a cada rato, ni el arreglo falseado del medio, ni la sobrevaloración de su propio ego, ni del carácter preservativo que anhela para las instituciones, sino el malestar general que se crea en la población por la combinación esos factores. Octubre es la gran ocasión para iniciar el rescate de la institucionalidad perdida y la restitución de los signos democráticos. El creído manumisor insiste en invalidar a Capriles conceptuándolo como "la nada"; siendo todo lo contrario: lo valida con temor.
Hay que apoyar pues a nuestro titán. Si los gringos tiránicos, codiciosos, indoctos, imperialistas, pudieron crear un superhombre en el contexto de la gran depresión de los años treinta que los sacó de la anomia colectiva que hasta suicidios había provocado, él, mejor dotado, podría hacerlo desde el Palacio de Miraflores ungido por su infalible profecía. El designio de los creadores de Superman, Jerry Shuter y Joe Siegel, ambos de tendencia izquierdista, era que su ídolo asumiera el papel de activista social para combatir, entre otros, a políticos corruptos y trafagadores usureros. Analistas como Roger Sabin lo definió como reflejo del ideal liberal (New Deal) ejecutado por Franklin Roosevelt.
Pero el acerado superhéroe gringo, a diferencia del nuestro, sí realizó tareas sociales. Combatió al Ku Klux Klan, la corrupción gubernativa, la delincuencia fuera del alcance de la policía a la vez que rescataba algún gato atascado en un árbol, etc. Bienhechores como Hércules y Sansón lo habían precedido pero, ¡claro!, sin la cobertura mediática que inspiró su creación. Hoy nuestro héroe parroquial anuncia el rescate del planeta secundado por sus legionarios y súper amigos Evo, Ortega, Correa, Cristina, Castro, Mugabe, Lukashenko, Ahmadineyad, entre otros. Atrás quedan las lides heroicas honradas por Sadam y Gadafi que con sus espadas de Bolívar conferidas por nuestro líder, se inmolaron por la libertad, justicia y la paz.
El pueblo estaría eternamente agradecido que la salvación del planeta se iniciara por nuestro país en vista de tener la suerte de contar, por fin, con un redentor capaz de cristalizar tan codiciada epopeya bíblica. Bastaría que su aura prodigiosa se enfocara en rescatarnos de: la delincuencia que asedia hasta nuestros hogares; el caos del transporte colectivo y el peligro para quienes transitan por las despedazadas rutas urbanas y suburbanas; el drama de damnificados que llevan años esperando la adjudicación de viviendas dignas; un sistema judicial que ultraja la legalidad movido por intereses difusos; los Aponte Aponte; la pertinaz corrupción que corroe las instancias del Estado desde burócratas de menor rango hasta laureados revolucionarios; grupos anárquicos armados que bajo la figura de colectivos disponen de rangos y normas exclusivas contraviniendo toda ley y la jerarquía del Estado.
Ahora le toca al señor "la nada". Esta parte es la más difícil. ¿Cómo referirse a alguien que no existe? Bastan pocas líneas para despacharlo aunque esa nada de rango universitario haya presidido la Cámara de Diputados, la alcaldía de uno de los municipios más importantes del país y la gobernación del estado más poblado después del Zulia. Ahora se le ha metido en la cabeza que sus giras son reales; que lo siguen cientos de miles personas de carne y hueso para tocarlo y abrazarlo sin reparar que en el fondo no son más que ánimas. ¡Cosas entre fantasmas! Bien merece ese señor nada una felpa desde el más allá para que olvide esa fantasía de querer confrontar al inscripto semidiós de acá. Ojalá se convenza que está padeciendo de un soplo alucinante propio de su edad y que nada tiene que buscar en este mundo real fuera de su alcance.
La realidad. Vale la pena develar la cadena de consignas insensatas que el Presidente aspira racionalizar mediante arengas fraudulentas. No son inquietantes los augurios aislados que esboza a cada rato, ni el arreglo falseado del medio, ni la sobrevaloración de su propio ego, ni del carácter preservativo que anhela para las instituciones, sino el malestar general que se crea en la población por la combinación esos factores. Octubre es la gran ocasión para iniciar el rescate de la institucionalidad perdida y la restitución de los signos democráticos. El creído manumisor insiste en invalidar a Capriles conceptuándolo como "la nada"; siendo todo lo contrario: lo valida con temor.
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