Andrés Hurtado García
Leyendo a Napoleón Bonaparte, encontré que decía: "Coged un mediocre, dadle un galón y se habrá hecho un tirano". Pero no nos salgamos del tema. Me uno al coro de aduladores y polidemocráticos colombianos liderados por Carlos Bula para felicitar al coronelito por su "limpio e inmaculado" triunfo. En el inmundo mundo en que vivimos, cualquier basura es limpia. Limpias unas elecciones ganadas insultando al enemigo, amedrentando con amenazas de "guerra civil", limpios unos votos comprados con mercados y regalos a costa del dinero de todos los venezolanos. El coronelito, que podrá ser "mediocre", pero no tonto, debe pensar en la soledad de su aposento que, en igualdad de condiciones, su derrota hubiera sido enorme. Si Capriles hubiera contado con los centenares de horas de televisión que gastó el coronelito en publicidad, si Capriles hubiera podido disponer del presupuesto del Estado para repartir a manos llenas, si hubiera tenido poder para amedrentar a los opositores, con toda seguridad hubiera derrotado al coronelito de marras con varios millones de votos de diferencia. Unas elecciones son limpias no solamente cuando se efectúa correctamente el conteo de votos, sino cuando estos se han ganado limpiamente.
Me aterra la falsia de ciertos gobernantes que se prestan al juego sucio de los tiranos y sátrapas de otros países. Esto ocurrió con el Mubarak de Egipto y sobre todo con el Gadafi de Libia. En vida los elogiaban, los visitaban, aceptaban sus invitaciones. Ya muertos (porque todos morimos...), entonces los elogios se convirtieron en frases duras para calificar los tiránicos y muchas veces sangrientos procederes de los autócratas fallecidos. Rápidamente se fue reconociendo lo que se temía: que se enriquecieron esquilmando los erarios de sus países, siempre en beneficio de su bolsillo y el de sus familiares y amigotes.
Podría adelantarme a imaginar lo que se dirá del coronelito cuando muera (porque todos morimos...). Que, nadando su país en mares de petróleo, no fue capaz de sacarlo de la miseria, que escaseaba la comida, que tuvo la inflación más alta de América Latina, que la infraestructura de carreteras, hospitales y salud de su país estuvo por el suelo, que gobernó a Venezuela como si fuera su finca particular, que no respetaba propiedad ajena, que ganaba la simpatía y los aplausos de algunos gobiernos extranjeros regalándoles millones y millones de dólares que pertenecían al pueblo venezolano, que utilizaba la televisión para hacer shows o payasadas que sus áulicos confundían con carisma, que insultaba de la peor manera a personas y gobiernos que no eran de sus afectos, que anestesiaba al sufrido pueblo sencillo para que no protestara contra la violencia más criminal que se apoderó de Venezuela y que lo anestesiaba calmándole momentáneamente el hambre; que manejó la supermultimillonaria alcancía de su país como lo hicieron los políticos colombianos con los llamados "auxilios parlamentarios", que repartían de a poquito en sus departamentos para tener así agarrados a los electores, pero que esos poquitos no solucionaban definitivamente ningún problema, pero sí aseguraban el voto; así, daban, por ejemplo, 100.000 pesos para una escuela veredal; con esa miseria apenas se compraban unos ladrillos y así, de ladrillo en ladrillo, nunca se terminaba de construir la escuela; eso hizo (dirá la historia) el coronelito con los venezolanos, nunca les resolvió sus problemas, pero los tuvo agarrados. Eso sí, aseguró millones de aduladores, que lo aplaudían como focas.
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