ALIRIO PÉREZ LO PRESTI| EL UNIVERSAL
sábado 10 de mayo de 2014 12:00 AM
Si hay un elemento histórico que ha marcado la vida de la nación desde el siglo XIX hasta el siglo XXI es el golpe de Estado.
En el extraordinario ensayo "Golpe y Estado en Venezuela", Arturo Uslar Pietri hace un recuento de la naturaleza del mismo, de los principales protagonistas y por supuesto, sus consecuencias durante cierto período histórico. Es necesario recalcar que se puede o no estar de acuerdo con la posición política del gran escritor venezolano, pero considero ineludible exaltar la importancia de este texto, pues plantea cómo el golpismo ha sido durante el transcurso de varias generaciones de compatriotas, un componente de lo que vendría a ser parte del ánimo nacional.
Los alzamientos son una violación al espíritu de las leyes. Sin embargo, una y otra vez, han sido justificados, en un país que no puede librarse de la tradición transgresora que lo acompaña como sombra. Desde 1835 hasta el 2002, han ido de la mano con la historia republicana. En la primera década del siglo XX Juan Vicente Gómez se apodera del control de la nación a través de un golpe de Estado estableciendo una larga dictadura. En 1945, una conspiración militarista, acompañada por Acción Democrática, y encabezada por Rómulo Betancourt, da al traste con el gobierno de Medina Angarita (la "Revolución" de Octubre), para luego acceder al poder a través de los votos y ser Rómulo Gallegos derrotado (otro golpe) por un movimiento predominantemente militar que deriva en la llegada de una dictadura que define los destinos de la nación durante casi una década a través de Marcos Pérez Jiménez.
Derrocado Pérez Jiménez, se establece un sistema democrático que con sus altibajos (intentos de Golpes de Estado), e independientemente de las críticas que se le pueda hacer, permite la paz social en la República. El advenimiento de la intentona que la nación vive en 1992 es un ejemplo reciente (lo estamos viviendo) de las consecuencias de las asonadas. Peor aún, deriva posteriormente en lo que a mi juicio fue una errada conspiración para derrotar a un gobierno legítimamente constituido. Al gobierno de Carlos Andrés Pérez (que había dominado dos intentonas golpistas) lo desestabiliza (entre otros factores) un grupo de civiles denominado "Los Notables" (su máximo representante es precisamente Arturo Uslar Pietri).
El de Pedro Carmona es otra rebelión, que termina por dar mayor fuerza al gobierno de Hugo Chávez, que como sabemos, llega a la presidencia por los votos, luego de haber fallado una intentona golpista. Toda una apología y una épica a las insurrecciones que ha sido cultivada históricamente por actores militares, partidos políticos, fuerzas de orden económico y por supuesto civiles activos políticamente. En Venezuela, los alzamientos han tenido una coparticipación de todos los sectores que hacen vida en la nación, siendo diferentes los grupos que han protagonizado los mismos, dependiendo del momento histórico. Decir que los golpes de Estado lo dan sólo los militares es una mentira que con frecuencia escuchamos.
Las rupturas del orden constitucional son una atrocidad. Sin embargo son inherentes a nuestra historia y a los destinos que nos construimos como conglomerado. Detrás de estas salidas de carácter político, contrarias a la ley, en las cuales han participado factores tanto civiles como militares existe una gran fundamentación.
Los venezolanos llevamos en nuestra naturaleza el culto a la épica y al mesianismo de forma atolondrada. La gloria y el Mesías son indisolubles. Pareciera que existiese en nuestro inconsciente colectivo un ansia porque un ser superior se haga de nuestros asuntos y resuelva los problemas que sólo cada uno de nosotros debe resolver. El mesianismo es hermano de la picaresca (primitivismo social) y es parte de nuestra creencia fantasiosa. La idea mesiánica conduce a que sea el líder "carismático" quien ocupe la conducción de la patria, porque es capaz de despertar con desbordada pasión nuestra más visceral irracionalidad. Al hacernos eco de la tradición golpista seguimos cultivando el primitivismo político en forma repetitiva. Es el país que tuvimos y que seguimos teniendo porque continuamos cultivando posturas que potencialmente reivindican el golpismo.
Sin la idea de trabajo, esfuerzo y el desarraigo de la corrupción, es imposible construir un país armónico. El golpe de Estado ha sido una manera terca y perseverante de conducirnos, una especie de trágica solución mágica con la cual hemos tratado de resolver nuestros asuntos nacionales. La ausencia de perspectivas futuras comunes como gran conglomerado, son debilidades con las cuales desde el aparato de poder y a través de una sucesión de autocracias y populismos, se nos controla como sociedad. El culto al héroe militar, siendo El Libertador su máxima representación, forma parte de nuestro orgullo como nación. Pero el inadecuado manejo del mismo, también es la raíz de gran parte de nuestra torpeza e inmadurez política. Incluso de nuestra anacrónica barbarie.
En el extraordinario ensayo "Golpe y Estado en Venezuela", Arturo Uslar Pietri hace un recuento de la naturaleza del mismo, de los principales protagonistas y por supuesto, sus consecuencias durante cierto período histórico. Es necesario recalcar que se puede o no estar de acuerdo con la posición política del gran escritor venezolano, pero considero ineludible exaltar la importancia de este texto, pues plantea cómo el golpismo ha sido durante el transcurso de varias generaciones de compatriotas, un componente de lo que vendría a ser parte del ánimo nacional.
Los alzamientos son una violación al espíritu de las leyes. Sin embargo, una y otra vez, han sido justificados, en un país que no puede librarse de la tradición transgresora que lo acompaña como sombra. Desde 1835 hasta el 2002, han ido de la mano con la historia republicana. En la primera década del siglo XX Juan Vicente Gómez se apodera del control de la nación a través de un golpe de Estado estableciendo una larga dictadura. En 1945, una conspiración militarista, acompañada por Acción Democrática, y encabezada por Rómulo Betancourt, da al traste con el gobierno de Medina Angarita (la "Revolución" de Octubre), para luego acceder al poder a través de los votos y ser Rómulo Gallegos derrotado (otro golpe) por un movimiento predominantemente militar que deriva en la llegada de una dictadura que define los destinos de la nación durante casi una década a través de Marcos Pérez Jiménez.
Derrocado Pérez Jiménez, se establece un sistema democrático que con sus altibajos (intentos de Golpes de Estado), e independientemente de las críticas que se le pueda hacer, permite la paz social en la República. El advenimiento de la intentona que la nación vive en 1992 es un ejemplo reciente (lo estamos viviendo) de las consecuencias de las asonadas. Peor aún, deriva posteriormente en lo que a mi juicio fue una errada conspiración para derrotar a un gobierno legítimamente constituido. Al gobierno de Carlos Andrés Pérez (que había dominado dos intentonas golpistas) lo desestabiliza (entre otros factores) un grupo de civiles denominado "Los Notables" (su máximo representante es precisamente Arturo Uslar Pietri).
El de Pedro Carmona es otra rebelión, que termina por dar mayor fuerza al gobierno de Hugo Chávez, que como sabemos, llega a la presidencia por los votos, luego de haber fallado una intentona golpista. Toda una apología y una épica a las insurrecciones que ha sido cultivada históricamente por actores militares, partidos políticos, fuerzas de orden económico y por supuesto civiles activos políticamente. En Venezuela, los alzamientos han tenido una coparticipación de todos los sectores que hacen vida en la nación, siendo diferentes los grupos que han protagonizado los mismos, dependiendo del momento histórico. Decir que los golpes de Estado lo dan sólo los militares es una mentira que con frecuencia escuchamos.
Las rupturas del orden constitucional son una atrocidad. Sin embargo son inherentes a nuestra historia y a los destinos que nos construimos como conglomerado. Detrás de estas salidas de carácter político, contrarias a la ley, en las cuales han participado factores tanto civiles como militares existe una gran fundamentación.
Los venezolanos llevamos en nuestra naturaleza el culto a la épica y al mesianismo de forma atolondrada. La gloria y el Mesías son indisolubles. Pareciera que existiese en nuestro inconsciente colectivo un ansia porque un ser superior se haga de nuestros asuntos y resuelva los problemas que sólo cada uno de nosotros debe resolver. El mesianismo es hermano de la picaresca (primitivismo social) y es parte de nuestra creencia fantasiosa. La idea mesiánica conduce a que sea el líder "carismático" quien ocupe la conducción de la patria, porque es capaz de despertar con desbordada pasión nuestra más visceral irracionalidad. Al hacernos eco de la tradición golpista seguimos cultivando el primitivismo político en forma repetitiva. Es el país que tuvimos y que seguimos teniendo porque continuamos cultivando posturas que potencialmente reivindican el golpismo.
Sin la idea de trabajo, esfuerzo y el desarraigo de la corrupción, es imposible construir un país armónico. El golpe de Estado ha sido una manera terca y perseverante de conducirnos, una especie de trágica solución mágica con la cual hemos tratado de resolver nuestros asuntos nacionales. La ausencia de perspectivas futuras comunes como gran conglomerado, son debilidades con las cuales desde el aparato de poder y a través de una sucesión de autocracias y populismos, se nos controla como sociedad. El culto al héroe militar, siendo El Libertador su máxima representación, forma parte de nuestro orgullo como nación. Pero el inadecuado manejo del mismo, también es la raíz de gran parte de nuestra torpeza e inmadurez política. Incluso de nuestra anacrónica barbarie.
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