ANGEL OROPEZA| EL UNIVERSAL
miércoles 11 de junio de 2014 12:00 AM
Partamos cuanto antes de 2 premisas. En primer lugar, todo "cidio" –ese sufijo que entra en la formación de palabras con el significado de "muerte", "destrucción" o "exterminio"– es de suyo malo. Esto lo decimos de arrancada no sólo por convicción personal, sino por si acaso alguno de nuestros burócratas de piel sensible y cerebro escaso decide llevarme a juicio por haber mencionado en el título la palabra "magnicidio", la cual dicha por cualquiera que no ejerza cargos en el gobierno, convierte automáticamente a quien la pronuncie en cómplice, terrorista, mal nacido y cuanto epíteto despreciable se encuentre registrado en los manuales de la contrainsurgencia cubana.
La segunda premisa es igualmente obvia: en los magnicidios del madurocabellismo no cree nadie. Bueno, siempre hay algunos ingenuos que creen tanto en eso como en las predicciones de Hermes, en la sabiduría del brujo Dos Santos, en la virginidad de Madonna, en la inteligencia de Giordani y en que Chávez vive. Nuestros respetos, pues al fin y al cabo toda creencia es legítima. Pero es realmente un acto de fe darle credibilidad a una denuncia que se ha repetido en 13 ocasiones los últimos 15 meses, casi una por cada mes que Maduro lleva al frente del gobierno, sin que hasta ahora haya aparecido al menos una prueba que levante lo que llaman ahora "duda razonable".
La pregunta entonces es: ¿para qué sirve seguir recurriendo a la tesis del magnicidio? Pues porque ella constituye el eje central de una estrategia de profundización de la radicalización política, que incluye otras acciones tales como la decisión de mantener encarcelado a Leopoldo López, Sairam Rivas y otros estudiantes, la posible detención de la diputada María Corina Machado, la amenaza de juicio contra personalidades políticas, y la continuación de las prácticas de represión y de cooptación progresiva de medios de comunicación impresos y radioeléctricos.
Esta estrategia de subir el volumen a la radicalización política obedece a 3 motivaciones fundamentales:
1) Como la base de apoyo del gobierno está fracturada entre moderados y radicales, y en medio de la aplicación de un paquete de ajuste económico salvaje, las tesis del magnicidio, la conspiración y el "golpe continuado" le permiten al Ejecutivo "darle de comer" a los sectores radicales del oficialismo –esos que todavía creen que esto es una revolución y no un trágico ensayo bananero– y compensar de esta forma las acusaciones y señalamientos dentro de sus propias filas de que se estaría abandonando el "legado de Chávez".
2) De cara ya no a los sectores radicales internos sino al país, el relanzamiento de la radicalización política persigue centrar la atención opinática sobre la agenda política, para que ella no gire en torno a la situación económica nacional, cuya severidad no puede ser ocultada ni siquiera por los propios dirigentes oficialistas. No hay nada mejor para que no se hable tanto de economía sino de política, que "revelar" un nuevo atentado contra la vida del presidente, anunciar –cual miniserie de suspenso– los detalles y protagonistas del golpe de Estado o meter preso a cualquier alto dirigente opositor. Ni los medios ni la opinión pública pueden fácilmente sustraerse a este encanto.
3) Finalmente, el gobierno busca intentar neutralizar el costo político y social del paquete de ajustes, introduciendo en la agenda nacional el mayor ruido político posible. Esto incluye la reutilización del viejo pero siempre útil expediente antiimperialista y un intento por retomar las hostilidades –aunque sean sólo verbales– con EEUU. Ya, de hecho, se anuncian para los próximos días "pruebas" que involucrarían a funcionarios del gobierno norteamericano en los planes de asesinato a Maduro.
Sin embargo, esta nueva estrategia del gobierno no luce muy promisoria. En primer lugar, la tesis de los magnicidios ha sido tan utilizada cada vez que el Ejecutivo siente el agua al cuello, que ha perdido toda credibilidad, y eso, por supuesto, atenta contra los cálculos oficiales.
En segundo lugar, el deterioro de la popularidad y de la evaluación del gobierno continúa su ritmo. Y, finalmente, el gobierno parece desconocer que el éxito esperado de cualquier plan económico pasa por la creación de un clima de confianza y tolerancia entre los actores sociales (incluyendo los políticos), clima justamente que estas viejas estrategias no ayudan a establecer.
¿Cómo nos enfrentamos al magnicidio? ¿Cómo evitamos que alcance sus objetivos? Pues haga su parte y no le pare. No se distraiga discutiendo sobre eso. No deje que ello tome el lugar en la agenda nacional que debería estar ocupando el proceso sistemático de empobrecimiento de nuestras familias, la lista de enfermos condenados a muerte por falta de medicamentos esenciales para su tratamiento, o el sangriento avance de la violencia e inseguridad contra los venezolanos. No ayude a que el ruido del circo oculte las protestas y la indignación de un pueblo cansado de sufrir tanto.
La segunda premisa es igualmente obvia: en los magnicidios del madurocabellismo no cree nadie. Bueno, siempre hay algunos ingenuos que creen tanto en eso como en las predicciones de Hermes, en la sabiduría del brujo Dos Santos, en la virginidad de Madonna, en la inteligencia de Giordani y en que Chávez vive. Nuestros respetos, pues al fin y al cabo toda creencia es legítima. Pero es realmente un acto de fe darle credibilidad a una denuncia que se ha repetido en 13 ocasiones los últimos 15 meses, casi una por cada mes que Maduro lleva al frente del gobierno, sin que hasta ahora haya aparecido al menos una prueba que levante lo que llaman ahora "duda razonable".
La pregunta entonces es: ¿para qué sirve seguir recurriendo a la tesis del magnicidio? Pues porque ella constituye el eje central de una estrategia de profundización de la radicalización política, que incluye otras acciones tales como la decisión de mantener encarcelado a Leopoldo López, Sairam Rivas y otros estudiantes, la posible detención de la diputada María Corina Machado, la amenaza de juicio contra personalidades políticas, y la continuación de las prácticas de represión y de cooptación progresiva de medios de comunicación impresos y radioeléctricos.
Esta estrategia de subir el volumen a la radicalización política obedece a 3 motivaciones fundamentales:
1) Como la base de apoyo del gobierno está fracturada entre moderados y radicales, y en medio de la aplicación de un paquete de ajuste económico salvaje, las tesis del magnicidio, la conspiración y el "golpe continuado" le permiten al Ejecutivo "darle de comer" a los sectores radicales del oficialismo –esos que todavía creen que esto es una revolución y no un trágico ensayo bananero– y compensar de esta forma las acusaciones y señalamientos dentro de sus propias filas de que se estaría abandonando el "legado de Chávez".
2) De cara ya no a los sectores radicales internos sino al país, el relanzamiento de la radicalización política persigue centrar la atención opinática sobre la agenda política, para que ella no gire en torno a la situación económica nacional, cuya severidad no puede ser ocultada ni siquiera por los propios dirigentes oficialistas. No hay nada mejor para que no se hable tanto de economía sino de política, que "revelar" un nuevo atentado contra la vida del presidente, anunciar –cual miniserie de suspenso– los detalles y protagonistas del golpe de Estado o meter preso a cualquier alto dirigente opositor. Ni los medios ni la opinión pública pueden fácilmente sustraerse a este encanto.
3) Finalmente, el gobierno busca intentar neutralizar el costo político y social del paquete de ajustes, introduciendo en la agenda nacional el mayor ruido político posible. Esto incluye la reutilización del viejo pero siempre útil expediente antiimperialista y un intento por retomar las hostilidades –aunque sean sólo verbales– con EEUU. Ya, de hecho, se anuncian para los próximos días "pruebas" que involucrarían a funcionarios del gobierno norteamericano en los planes de asesinato a Maduro.
Sin embargo, esta nueva estrategia del gobierno no luce muy promisoria. En primer lugar, la tesis de los magnicidios ha sido tan utilizada cada vez que el Ejecutivo siente el agua al cuello, que ha perdido toda credibilidad, y eso, por supuesto, atenta contra los cálculos oficiales.
En segundo lugar, el deterioro de la popularidad y de la evaluación del gobierno continúa su ritmo. Y, finalmente, el gobierno parece desconocer que el éxito esperado de cualquier plan económico pasa por la creación de un clima de confianza y tolerancia entre los actores sociales (incluyendo los políticos), clima justamente que estas viejas estrategias no ayudan a establecer.
¿Cómo nos enfrentamos al magnicidio? ¿Cómo evitamos que alcance sus objetivos? Pues haga su parte y no le pare. No se distraiga discutiendo sobre eso. No deje que ello tome el lugar en la agenda nacional que debería estar ocupando el proceso sistemático de empobrecimiento de nuestras familias, la lista de enfermos condenados a muerte por falta de medicamentos esenciales para su tratamiento, o el sangriento avance de la violencia e inseguridad contra los venezolanos. No ayude a que el ruido del circo oculte las protestas y la indignación de un pueblo cansado de sufrir tanto.
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