En las notas de prensa y artículos de opinión se suele caracterizar el aumento inmoderado de los precios como el “cáncer inflacionario” o el “impuesto a los pobres”. Dichas frases expresan una realidad que estamos viviendo en carne propia los venezolanos. Noticias recientes confirman los padecimientos. El martes pasado se nos informó que el incremento de precios de la canasta familiar básica, de acuerdo con el prestigioso instituto de investigación Cendas, fue de 12,15% en el mes de febrero y de 424,12% en los últimos 12 meses.
Por otra parte, un reportaje de El Nacional, publicado el pasado domingo, informa que el Credit Suisse proyecta para este año una inflación en Venezuela de 326%. Durante enero de 2016 el alza de precios habría sido, según la misma fuente, de 14%.
Tal comportamiento lo llaman los economistas inflación galopante y puede constituir el paso previo a una hiperinflación.
Mientras tanto el Banco Central de Venezuela mantiene su silencio, en contravención de su obligación legal de informar sobre las cifras económicas. El último comunicado al respecto es de fecha 18 de febrero de 2016 y se refiere al comportamiento del año pasado. De acuerdo con él, la inflación durante 2015 fue de 180,9%. Esta cifra es de suyo alarmante, pero es a la vez dudosa, debido a los cambios de metodología no explicados que se han introducido. El caso es que o los datos de 2015 están subestimados o la explosión de la inflación en lo que va de año, de acuerdo con las fuentes disponibles, es excesiva.
Resulta pertinente destacar que el mismo comunicado solitario y tardío del Banco Central se refiere al crecimiento negativo del producto interno bruto durante 2015 y las cifras igualmente deficitarias del balance de pagos de nuestra economía durante el año anterior. Según informa, la economía decreció en tal año 5,7%. Con cifras lamentables en todos los sectores, por ejemplo en la construcción, que se contrajo 23,8% durante el año, con el aditamento de que no obstante la propaganda de la Misión Vivienda, la construcción pública se redujo aún más, 25,8%, la cuarta parte.
Los acontecimientos negativos son tantos que cada uno nos impide aquilatar la importancia de los otros. La inflación distrae de la caída del producto; la escasez hace olvidar el alza de precios; la precariedad de los servicios públicos disminuye la importancia de la nevera vacía; la inseguridad personal posterga la angustia por las penurias económicas. La falta de libertad cede ante las angustias cotidianas.
Pero entretanto el cáncer de la inflación continúa su labor destructiva. Su acción invasiva se introduce en los hogares y afecta a las familias, a los niños y ancianos y los obliga a incorporarse a las colas que se forman frente a los abastos y los supermercados, privados u oficiales.
Lo grave es que la inflación llegó para quedarse. Ha alcanzado tales niveles que aun en el supuesto esperanzado de un cambio de gobierno, no puede superarse fácilmente. El mal ya ha sido hecho. El tumor maligno crecerá aunque se cambie el tratamiento. El legado inflacionario del gobierno de Chávez lo ha heredado el actual impotente presidente. Pero la heredará también cualquier gobierno sucesor, no importa cuáles sean sus buenas intenciones.
El cáncer de la inflación y la escasez ha sido introducido en nuestro cuerpo económico y social. Ojalá que podamos sobrevivirlo. Por ahora debemos soportar a quienes felices de vivir su arcadia revolucionaria niegan el mal y se contentan con atribuir la causa de nuestras tribulaciones a factores externos o guerras económicas.
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