En: http://www.lapatilla.com/site/2012/05/06/alonso-moleiro-sobre-caracas-ciudad-de-despedidas/
Alonso Moleiro
Una molestia inicial que no pude reprimir, y un sedimento amargo que encuentra su espacio, se aposenta y se extiende con lentitud. Esas fueron las dos sensaciones experimentadas -disuelta la primera, vigente la segunda-, cuando fui invitado de forma casual a ver el breve documental “Caracas, ciudad de despedidas”.
El equívoco inicial, paso a reconocerlo, correspondió a una interpretación somera del contenido del material. Probable consecuencia de una especie de rebote auditivo que se trae al remolque situaciones previas: una de las tantas ocasiones en las cuales uno ha tenido que encarar un tema crónico; un malestar cultural que se ha transformado en una de las conversaciones más recurrentes en todos estos años.
En las primeras de cambio confundí el testimonio de estos muchachos con algunas posturas inerciales vinculadas a la fractura social que como sociedad nos distingue y que, en mi caso, producen una irritación inercial que me es casi imposible de contener. Me refiero al discurso que patenta el asco social y que se desplaza a través del desarraigo; a una cierta actitud sifrina irremediable que no termina de aprender a aproximarse con dignidad a la comprensión de la pobreza. Las posturas florales, despreocupadas y lúdicas en torno a los nudos que nos coloca la vida. Esa fruición tercermundista con la cual algunos sectores pudientes latinoamericanos desprecian las claves culturales que le pertenecen para hacer suyas las de entornos más adelantados.
Pero no. No es el caso. El desarrollo del discurso del material en cuestión hace que cualquiera que lo desee termine aterrizando en una única conclusión posible. Una secuencia interminable de equivocaciones y estupideces cometidas como sociedad los tiene a ellos metidos –nos tiene metidos a todos- en el complicadísimo escollo político y social vigente en Venezuela en estos momentos. Son ellos parte constitutiva de una generación que es el resultado directo de una comedia de 25 años de equivocaciones.
La tiranía del hampa, el colapso de los servicios, el ahogo a las universidades, el parcelamiento de la ciudad, el encanallamiento de la policía. La existencia de una estado sin instituciones, disfuncional y corrompido. Una realidad hostil e impredecible. Estos muchachos, como todos los venezolanos, pertenecen a una nación que ha dispuesto de abundantes recursos para levantar una sociedad coherente y digna, con un plan de vuelo al cual todos podamos atenernos y un acuerdo básico de convivencia. Pero están entrampados, como estamos todos, en un terrible caos con una endemoniada marcha, que cada día trae una variante nueva.
Una crisis, por cierto, con elementos objetivos, fácilmente comprobables, que pueden ser aspirados al poner un pie en la calle, y que no quedará conjurada porque sus promotores, los gobernantes de hoy, terminen, como terminan siempre, atrincherándose en ecuaciones ideológicas de manual y posturas acomplejadas de clase.
Es muy sencillo. En Venezuela antes la gente llegaba: ahora la gente se va. Y si no logramos sacar al país del atolladero actual la diáspora como fenómeno cultural se irá expandiendo a otros círculos sociales para volverse en un fenómeno que involucre a millones de personas. Así de sencillo.
Las voces que escuchamos corresponden al testimonio de un fracaso histórico. La crisis venezolana, la decadencia de nuestra cotidianidad, no comenzó con Hugo Chávez, aunque es obvio que en sus manos se ha agravado terriblemente. Puede que, en virtud de su juventud, los entrevistados se hayan apalancado en algunas licencias imprudentes y no del todo elaboradas políticamente. Eso no nos impide afirmar que han expresado indiscutibles verdades. Y que, en última instancia, como ciudadanos de este país, ellos tienen derecho a decir las cosas como les de la gana sin ser por eso estigmatizados por nadie.
Aunque formé parte inicial del coro inicial de espectadores que se aproximó a esta circunstancia de forma por demás injusta, desde acá me animo a afirmarles que se queden tranquilos. No tienen nada de que avergonzarse. Ni son los únicos ni están solos. Hay millones de personas en este país que se sienten igual que ustedes.
A aquellos que, apareciendo en el documental, no se han ido, sólo me animaría a hacerles una proposición. Puede que no tenga sentido pedirles que hipotequen todo su futuro esperando por una nación impredecible y con un destino incierto.
Pero sí cobra un significado neto, con un valor agregado muy especial, que como personas en sociedad los distinguiría, que identifiquen las implicaciones y claves de la encrucijada actual. El costo de emigrar es bastante más alto de lo que parece. Lo que ustedes quieren es lo que todos aspiramos: tener una nación en la cual crecer y criar a nuestros sin pasarse los días enteros defendiéndose de la realidad.
Estar en Venezuela en ESTE momento, en el tiempo histórico que engloba estos meses, puede tener un enorme y muy especial significado civil. Esperen las elecciones. Anímense a formar parte de la historia. No busquen refugio en artificios. Las cosas no tienen por qué estar mal toda la vida. Las cosas pueden cambiar.
A finales de este mismo año tendrán todos suficientes elementos de juicio para tomar decisiones sobre lo que soberanamente harán con sus vidas. Un derecho personal, inalienable e intransferible. Parte del mandato ético del inseparable binomio libertad-responsabilidad
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