DAVID UZCÁTEGUI | EL UNIVERSAL
martes 19 de junio de 2012 03:09 PM
El discurso del candidato presidente Hugo Chávez al formalizar su postulación ante le Consejo Nacional Electoral, fue ni más ni menos que lo esperado. El eterno candidato promete y vuelve a prometer, como si no hubiera manejado ya el país por casi catorce años.
Promete resolver las carencias del pueblo, como si no fuera él mismo, con sus casi tres lustros de gestión, el responsable de las penurias de la nación. Se trata de un gobernante que aspira a seguir gobernando, pero parte de un escenario fantástico y no real para trazar un utópico plan de gobierno.
Un plan de gobierno que no toma en cuenta la delincuencia y la manera alarmante como se está diezmando a la población. Tampoco se toma en cuenta que tenemos la inflación más alta del continente y que se ha desmantelado el aparato productivo privado.
Que somos más dependientes del petróleo que nunca y que nos comemos la renta petrolera en lugar de ser productivos. Que la eficiencia de Pdvsa cae en picada y que de nada nos sirve estar parados sobre las mayores reservas petroleras del mundo si no somos capaces de extraerlas, comercializarlas eficientemente y sobre todo de invertir con estrategia y sabiduría sus frutos.
Los escenarios sobre los cuales se construye el eventual nuevo gobierno de Chávez no solamente son producto de la fantasía, sino también aterradores: enemigos internos y externos, guerras, batallas, exterminio, escuálidos y majunches, imperio y antiimperialismo.
No son realidades, son discursos. Discursos que distraen la energía, que no nos ayudan a progresar, que nos dividen como nación y una nación dividida no avanza.
El candidato presidente no caminó. Ni siquiera desde Miraflores, que queda a escasos metros del Consejo Nacional Electoral. Viajó en un camión: elevado, distante, saludando desde las alturas, como un rey con sus súbditos. El ejercicio del poder marea y enferma, distorsiona la realidad. Por eso es que hasta el mejor de los presidentes debe separarse del poder tras un tiempo prudencial. Se empieza a perder la perspectiva, y si no se tiene un saludable cable a tierra no se puede gobernar con sensatez.
El candidato del PSUV no recorre el país. Hace rato perdió la magia que lo acompañaba hace ya quince años largos, cuando sí pateó calle y llegó por el voto popular, montado en la ola del cambio que la gente quería, para desviarse sin remedio en algún punto del camino, para traicionar el mandato que el voto le dio y extraviar con él a Venezuela.
El candidato rojo insultó, amenazó, gritó, divagó, cantó... Demostrando una vez más que la falta de foco lo convierte en un líder ineficaz cuando se trata de centrar energías en problemas y soluciones.
No rindió cuentas, que es lo menos que tocaría hacer luego de tan larga gestión. Habla de independencia y soberanía, cuando nuestro pabellón criollo hoy se hace con ingredientes importados.
Abusa de sus partidarios y de la gente que cree en él, al someterlos a un discurso narciso y bañado de ego por más de tres horas. Y abusa de los empleados públicos obligados a asistir a un acto, chantajeados con su pan y el de su familia. Nuevamente dio muestras de un peligroso sectarismo, al uniformar de rojo a sus partidarios.
Nada de esto es nuevo, es hora de pasar la página. Esa barajita ya la tenemos, y la tenemos repetida desde hace rato.
Promete resolver las carencias del pueblo, como si no fuera él mismo, con sus casi tres lustros de gestión, el responsable de las penurias de la nación. Se trata de un gobernante que aspira a seguir gobernando, pero parte de un escenario fantástico y no real para trazar un utópico plan de gobierno.
Un plan de gobierno que no toma en cuenta la delincuencia y la manera alarmante como se está diezmando a la población. Tampoco se toma en cuenta que tenemos la inflación más alta del continente y que se ha desmantelado el aparato productivo privado.
Que somos más dependientes del petróleo que nunca y que nos comemos la renta petrolera en lugar de ser productivos. Que la eficiencia de Pdvsa cae en picada y que de nada nos sirve estar parados sobre las mayores reservas petroleras del mundo si no somos capaces de extraerlas, comercializarlas eficientemente y sobre todo de invertir con estrategia y sabiduría sus frutos.
Los escenarios sobre los cuales se construye el eventual nuevo gobierno de Chávez no solamente son producto de la fantasía, sino también aterradores: enemigos internos y externos, guerras, batallas, exterminio, escuálidos y majunches, imperio y antiimperialismo.
No son realidades, son discursos. Discursos que distraen la energía, que no nos ayudan a progresar, que nos dividen como nación y una nación dividida no avanza.
El candidato presidente no caminó. Ni siquiera desde Miraflores, que queda a escasos metros del Consejo Nacional Electoral. Viajó en un camión: elevado, distante, saludando desde las alturas, como un rey con sus súbditos. El ejercicio del poder marea y enferma, distorsiona la realidad. Por eso es que hasta el mejor de los presidentes debe separarse del poder tras un tiempo prudencial. Se empieza a perder la perspectiva, y si no se tiene un saludable cable a tierra no se puede gobernar con sensatez.
El candidato del PSUV no recorre el país. Hace rato perdió la magia que lo acompañaba hace ya quince años largos, cuando sí pateó calle y llegó por el voto popular, montado en la ola del cambio que la gente quería, para desviarse sin remedio en algún punto del camino, para traicionar el mandato que el voto le dio y extraviar con él a Venezuela.
El candidato rojo insultó, amenazó, gritó, divagó, cantó... Demostrando una vez más que la falta de foco lo convierte en un líder ineficaz cuando se trata de centrar energías en problemas y soluciones.
No rindió cuentas, que es lo menos que tocaría hacer luego de tan larga gestión. Habla de independencia y soberanía, cuando nuestro pabellón criollo hoy se hace con ingredientes importados.
Abusa de sus partidarios y de la gente que cree en él, al someterlos a un discurso narciso y bañado de ego por más de tres horas. Y abusa de los empleados públicos obligados a asistir a un acto, chantajeados con su pan y el de su familia. Nuevamente dio muestras de un peligroso sectarismo, al uniformar de rojo a sus partidarios.
Nada de esto es nuevo, es hora de pasar la página. Esa barajita ya la tenemos, y la tenemos repetida desde hace rato.
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