RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
viernes 22 de junio de 2012 02:54 PM
La ciencia se hizo religión y su palabra es tomada como sagrada, como verdad irrefutable e irrebatible. Nuestros tiempos son cientificistas y pareciera que nada de lo atinente a la vida pudiera ser explicado fuera del método científico. Desde que la Estadística se erigiera en ciencia, su palabra es "santa" y todos de alguna manera acudimos a sus "portentos" bien para apoyar nuestros argumentos, bien para rebatir los ajenos. Somos ligeros a la hora de dar números, de esbozar porcentajes aquí y allá, de soportar nuestras palabras con cifras sacadas de la nada (de un sombrero de mago, casi siempre), en un afán si se quiere reduccionista del mundo fenoménico. Y caemos en ese peligroso juego.
Las encuestas como herramientas de las que echa mano el método científico, no son la voz de Dios ni deberían transformarse en el fin de los procesos, siendo apenas unos medios para vislumbrar la realidad. Que no se confunda. En el caso de la dinámica de los procesos electorales, las encuestas entran en una especie de guerra a muerte para -por vía indirecta y efectiva- inducir la intención del voto hacia un candidato determinado. La gente suele votar a ganador, nadie desea "perder" su voto. Entonces, vista así la situación, y en este contexto en particular, se suelen "envenenar" las encuestas para que quienes las lean piensen que la realidad es como ellas la proyectan, pero muchas veces tal "realidad" no existe: ha sido fabricada con el denodado fin de que a la larga sea esa, y no otra.
Una encuesta limpia (sin subterfugios ni contaminación) es una fotografía instantánea de un momento determinado en la dinámica del fenómeno social estudiado. Lo que hoy reflejan los estudios, en muy poco tiempo ha cambiado, porque la realidad es versátil, fluye de manera constante, se eleva por encima de sus propias expectativas. Ahora bien, como actividad humana la encuesta jamás estará exenta de la subjetividad ni del error. Es más: subjetividad y error son inherentes a su propia esencia, de allí lo riesgoso que suele ser el asumir a ciegas un resultado como verdad única; más aún cuando quienes aplican estos instrumentos responden a lineamientos políticos, son juez y parte del mismo proceso, o están plegados a criterios ideológicos que siempre obnubilan la razón.
El caso venezolano actual es patético, porque mientras estudios de opinión "supuestamente serios" reflejan diferencias porcentuales razonables entre Capriles y Chávez (y digo razonables porque la campaña electoral apenas arranca), otros muestran brechas (hiatos) imposibles de comprender y de manejar a través del mismo método científico. Esto se explica porque "creemos en aquello que nos hacen creer", y no hay de otra (mera psicología social). Por otra parte, detrás de algunos estudios de opinión política (los más desmesurados, dicho sea de paso) hay agentes del régimen que están manipulando sin pudor alguno los resultados, en una suerte de desesperación que deja mucho qué desear.
Quienes no somos expertos en matrices de opinión ni somos metodólogos nos preguntamos: ¿si las encuestas son ostensiblemente a favor de Chávez (como dicen los oficialistas) por qué entonces la angustia que se refleja en el rostro de muchos personeros gubernamentales, por qué ese afán descalificador hacia Capriles, por qué ese ataque permanente a su discurso, a sus giras, a sus caminatas y a sus mítines? Si Chávez está ganando, como ellos lo propugnan, pues está ganando, y no hay nada qué temer. Y punto.
Pero la realidad es otra. En cada pueblo, en cada caserío, en cada capital la fuerza creciente de la candidatura opositora es infrenable. El hastío de la gente frente al mismo discurso gubernamental del presidente (13 años diciendo lo mismo), de los ministros, gobernadores y alcaldes, se refleja en largos bostezos, en frases irónicas, en chistes de mal gusto, en modorra y en sueño. Ahora es que comienza la batalla por la conquista de un nuevo país, y la verdadera encuesta será el 7 de octubre cuando los electores sopesarán con el corazón en la mano -y con la conciencia a flor de piel-, si continúan cuesta abajo en la rodada (como dice el viejo tango) en sus expectativas vida, o apuestan a un futuro mejor para ellos, para sus hijos y para las generaciones que vendrán.
Las encuestas como herramientas de las que echa mano el método científico, no son la voz de Dios ni deberían transformarse en el fin de los procesos, siendo apenas unos medios para vislumbrar la realidad. Que no se confunda. En el caso de la dinámica de los procesos electorales, las encuestas entran en una especie de guerra a muerte para -por vía indirecta y efectiva- inducir la intención del voto hacia un candidato determinado. La gente suele votar a ganador, nadie desea "perder" su voto. Entonces, vista así la situación, y en este contexto en particular, se suelen "envenenar" las encuestas para que quienes las lean piensen que la realidad es como ellas la proyectan, pero muchas veces tal "realidad" no existe: ha sido fabricada con el denodado fin de que a la larga sea esa, y no otra.
Una encuesta limpia (sin subterfugios ni contaminación) es una fotografía instantánea de un momento determinado en la dinámica del fenómeno social estudiado. Lo que hoy reflejan los estudios, en muy poco tiempo ha cambiado, porque la realidad es versátil, fluye de manera constante, se eleva por encima de sus propias expectativas. Ahora bien, como actividad humana la encuesta jamás estará exenta de la subjetividad ni del error. Es más: subjetividad y error son inherentes a su propia esencia, de allí lo riesgoso que suele ser el asumir a ciegas un resultado como verdad única; más aún cuando quienes aplican estos instrumentos responden a lineamientos políticos, son juez y parte del mismo proceso, o están plegados a criterios ideológicos que siempre obnubilan la razón.
El caso venezolano actual es patético, porque mientras estudios de opinión "supuestamente serios" reflejan diferencias porcentuales razonables entre Capriles y Chávez (y digo razonables porque la campaña electoral apenas arranca), otros muestran brechas (hiatos) imposibles de comprender y de manejar a través del mismo método científico. Esto se explica porque "creemos en aquello que nos hacen creer", y no hay de otra (mera psicología social). Por otra parte, detrás de algunos estudios de opinión política (los más desmesurados, dicho sea de paso) hay agentes del régimen que están manipulando sin pudor alguno los resultados, en una suerte de desesperación que deja mucho qué desear.
Quienes no somos expertos en matrices de opinión ni somos metodólogos nos preguntamos: ¿si las encuestas son ostensiblemente a favor de Chávez (como dicen los oficialistas) por qué entonces la angustia que se refleja en el rostro de muchos personeros gubernamentales, por qué ese afán descalificador hacia Capriles, por qué ese ataque permanente a su discurso, a sus giras, a sus caminatas y a sus mítines? Si Chávez está ganando, como ellos lo propugnan, pues está ganando, y no hay nada qué temer. Y punto.
Pero la realidad es otra. En cada pueblo, en cada caserío, en cada capital la fuerza creciente de la candidatura opositora es infrenable. El hastío de la gente frente al mismo discurso gubernamental del presidente (13 años diciendo lo mismo), de los ministros, gobernadores y alcaldes, se refleja en largos bostezos, en frases irónicas, en chistes de mal gusto, en modorra y en sueño. Ahora es que comienza la batalla por la conquista de un nuevo país, y la verdadera encuesta será el 7 de octubre cuando los electores sopesarán con el corazón en la mano -y con la conciencia a flor de piel-, si continúan cuesta abajo en la rodada (como dice el viejo tango) en sus expectativas vida, o apuestan a un futuro mejor para ellos, para sus hijos y para las generaciones que vendrán.
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