Pedro Lastra
11 Junio, 2012
¡Qué fiesta, señores, qué alegría desbordada, qué entusiasmo de amaneceres, qué reencuentros y abrazos! Del fondo dolorido de la Patria emergió reborbotando esa lava de esperanza, esos ríos de felicidad, esa fuerza como de ciclones para barrer de Caracas todo lo feo.
Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle, ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas.
Y no faltó nadie a la fiesta. Desde Caricuao a Petare, desde El Valle y El Paraíso a Las Minas de Baruta y La Bombilla, desde La Charneca y San Agustín a La Tahona y Baruta, niños, ancianos, mujeres, varones, madres, padres enarbolando banderas, venciendo miedos y amenazas, presiones e injurias, jalando el sol de la alturas para que iluminara ese más de un millón de corazones que se acurrucaron mágicamente en el pecho de ese muchacho que salió con su pecho desnudo a la arena para enfrentar al dragón.
Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
verdes, rojas y amarillas.
Y azules y vinotinto y blancas y moradas, flotando al sol y al viento que atravesaba las plazas revoloteando cabelleras y refrescando sudores. Eran estandartes, lanzas imaginarias, cabalgaduras aladas dispuestas a recorrer valles y montañas llevando la buena nueva: Venezuela ha despertado y las campanas ya suenan a rebato.
Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea.
¡Qué fiesta, qué carnaval, qué ríos de futuro rompiendo contra los diques del pasado!
Apurad
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.
Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta.
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