RICARDO COMBELLAS| EL UNIVERSAL
martes 4 de junio de 2013 12:00 AM
El que escribe no es ni mucho menos sinólogo, y una sola vez, en los años ochenta, visitó ese gran y a todas luces para el extranjero enigmático país. Fidel Castro, la última vez que visitó China, confesó con asombro que parecía sincero, que no la reconocía como la nación que antes había conocido, tal era la magnitud de los cambios que había observado. Por supuesto, si regreso a China, algo difícil para un profesor universitario sin mayores recursos como yo, y menos en estos años de penuria, tampoco reconocería muchas cosas, dado el crecimiento espectacular de sus ciudades y pueblos. Ello no es óbice para decir aquí que siempre para mí será inolvidable el recuerdo del caminar por la Gran Muralla, o el escudriñar los salones de la Ciudad Prohibida, disfrutar de sus exquisitos manjares o meditar, paseando a lo largo del Bund de Shanghai, en torno al orgullo de un pueblo que supo valientemente levantarse frente a las humillaciones que tanta veces le impusieron en un pasado nada remoto, las inescrupulosas y voraces potencias imperiales de Occidente.
La inmensa mayoría de lo que se escribe, se comenta o se conversa hoy sobre China versa sobre economía, y dentro de ella, sobre industria, comercio e inversión. Es tal lo que se habla de economía dentro de China y fuera de China, que más de un analista ha llegado a sostener que el dinero y el mercado constituyen su verdadera ideología, y no el marxismo-leninismo, con su peculiar adaptación a la realidad china por Mao Zedong. No estoy tan seguro de tan gruesa y peregrina afirmación. El Partido Comunista, así no necesariamente se manifieste públicamente, es no sólo el verdadero sino el único y omnímodo poder en China, sin solución de continuidad desde cuando tomó el poder el año 1949 hasta la actualidad, y por lo visto nada indica que no continuará siendo así, a menos que se produzca un terremoto político, por largos años más. Enfáticamente, con su estilo cortante, lo recoge Mao en una cita de su Libro Rojo: "El Partido Comunista de China es el núcleo dirigente del pueblo chino. Sin este núcleo, la causa del socialismo no puede triunfar". Es cierto que después de la muerte de Mao el partido sufrió un gran viraje bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, el indiscutido padre de la reforma económica, del cual por cierto Mao dijo alguna vez que tenía "un genio raro"; no obstante, sus férreas bases organizativas de raigambre leninista permanecen incólumes, pese a los profundos cambios de toda índole que ha experimentado ese orgulloso país. Tal vez, no lo puedo asegurar, el único momento de la historia de la República Popular China en que pareció abrirse un resquicio a la liberación política y no sólo económica del régimen, fue en los años que coincidieron con mi viaje a China, cuando dos dirigentes de la cúpula del partido y del gobierno, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, hoy absolutamente marginados y deliberadamente olvidados, intentaron un proceso de apertura política que naufragó, aplastado por el ejército, en la sangrienta tragedia de Tiananmen el año 1989.
Nada es ineluctable en el mundo de los humanos. Los que creemos en las inmensas potencialidades de la libertad, así como el universalismo de los derechos humanos, su naturaleza intangible y progresiva, nos resistimos a aceptar un destino fatalista para los pueblos, así sean tan distintos en sus peculiaridades y desarrollo cultural, económico, social y político, como es el caso que comentamos del pueblo chino. Y esto lo digo pues el desarrollo económico de China marcha por un camino a todas luces desfasado respecto a su desarrollo político. La deliberación, la democracia junto a los derechos y deberes que la dotan de sentido, la pluralidad ínsita a formas distintas y complementarias de construir un destino común, son carencias radicales que sufre actualmente el pueblo chino, y que por tanto no pueden canalizarse unidimensionalmente a través de la rigidez estructural de un partido de base leninista. China está cumpliendo, y seguirá cumpliendo cada vez más un rol destacado en esta época global. El apostar por una auténtica liberación de la política china, abandonado su rigidez autoritaria y asumiendo los desafíos democratizadores, constituirían su mejor carta de presentación y de ejemplo para el mundo multipolar actualmente en construcción.
La inmensa mayoría de lo que se escribe, se comenta o se conversa hoy sobre China versa sobre economía, y dentro de ella, sobre industria, comercio e inversión. Es tal lo que se habla de economía dentro de China y fuera de China, que más de un analista ha llegado a sostener que el dinero y el mercado constituyen su verdadera ideología, y no el marxismo-leninismo, con su peculiar adaptación a la realidad china por Mao Zedong. No estoy tan seguro de tan gruesa y peregrina afirmación. El Partido Comunista, así no necesariamente se manifieste públicamente, es no sólo el verdadero sino el único y omnímodo poder en China, sin solución de continuidad desde cuando tomó el poder el año 1949 hasta la actualidad, y por lo visto nada indica que no continuará siendo así, a menos que se produzca un terremoto político, por largos años más. Enfáticamente, con su estilo cortante, lo recoge Mao en una cita de su Libro Rojo: "El Partido Comunista de China es el núcleo dirigente del pueblo chino. Sin este núcleo, la causa del socialismo no puede triunfar". Es cierto que después de la muerte de Mao el partido sufrió un gran viraje bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, el indiscutido padre de la reforma económica, del cual por cierto Mao dijo alguna vez que tenía "un genio raro"; no obstante, sus férreas bases organizativas de raigambre leninista permanecen incólumes, pese a los profundos cambios de toda índole que ha experimentado ese orgulloso país. Tal vez, no lo puedo asegurar, el único momento de la historia de la República Popular China en que pareció abrirse un resquicio a la liberación política y no sólo económica del régimen, fue en los años que coincidieron con mi viaje a China, cuando dos dirigentes de la cúpula del partido y del gobierno, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, hoy absolutamente marginados y deliberadamente olvidados, intentaron un proceso de apertura política que naufragó, aplastado por el ejército, en la sangrienta tragedia de Tiananmen el año 1989.
Nada es ineluctable en el mundo de los humanos. Los que creemos en las inmensas potencialidades de la libertad, así como el universalismo de los derechos humanos, su naturaleza intangible y progresiva, nos resistimos a aceptar un destino fatalista para los pueblos, así sean tan distintos en sus peculiaridades y desarrollo cultural, económico, social y político, como es el caso que comentamos del pueblo chino. Y esto lo digo pues el desarrollo económico de China marcha por un camino a todas luces desfasado respecto a su desarrollo político. La deliberación, la democracia junto a los derechos y deberes que la dotan de sentido, la pluralidad ínsita a formas distintas y complementarias de construir un destino común, son carencias radicales que sufre actualmente el pueblo chino, y que por tanto no pueden canalizarse unidimensionalmente a través de la rigidez estructural de un partido de base leninista. China está cumpliendo, y seguirá cumpliendo cada vez más un rol destacado en esta época global. El apostar por una auténtica liberación de la política china, abandonado su rigidez autoritaria y asumiendo los desafíos democratizadores, constituirían su mejor carta de presentación y de ejemplo para el mundo multipolar actualmente en construcción.
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