MARCOS CARRILLO| EL UNIVERSAL
viernes 1 de noviembre de 2013 12:00 AM
La crisis del dólar verdadero, es decir, el paralelo, no sólo tiene implicaciones económicas de gravedad sino también políticas. A pesar de las declaraciones de Rafael Ramírez -ministro, Vicepresidente, presidente de Pdvsa, presidente regional del PSUV y ahora presidente del equipo económico (¿a qué se dedica este señor?)- afirmando que bajarán el dólar paralelo, todo apunta que ello no será así, no sólo por las erradas políticas económicas que implementan, tal y como lo han demostrado todos los economistas serios, sino porque la única política económica que concuerda con el modelo político que se ha impuesto es la de destruir la economía.
Un ejemplo basta para comprobar esta afirmación: ¿qué pensaría usted de una persona que gane Bs. 100.000 mensuales? Todos deben coincidir que, según los estándares de sueldos venezolanos, se trata de un pequeño magnate. La realidad es que esa persona gana menos de dos mil dólares mensuales, es decir, lo que gana un bedel en cualquier país civilizado. Saque usted su cuenta y verá su propia realidad y la indigencia en la que vivimos.
Esto no debe sorprendernos. Venezuela es un territorio gobernado por la satrapía cubana, eso es un hecho que jamás ha sido negado por funcionario alguno de gobierno; por el contrario, hay un empeño malicioso de justificar este sometimiento. Dada esta circunstancia, hay que concluir que nuestras políticas tienden a ser las mismas que las de la isla. En lo institucional no cabe duda que ya se implementaron los mismos principios. En lo económico hay que llegar a la misma conclusión. Si no lo cree, pregúntese cuál es el valor real de un peso cubano. La respuesta ineludible es nada, simplemente. ¿Ello se debe a que los cubanos, que ahora nos gobiernan, son incompetentes en economía? No necesariamente. Que el peso cubano no tenga ningún valor es consecuencia de una política consciente dirigida a la opresión del ciudadano, una fórmula de sometimiento a los caprichos de quienes se apropiaron del Estado. Esa política ha sido calcada en nuestro país. Por eso el bolívar lleva el mismo destino del peso cubano: ser una ficha de canje entre esclavos, sin valor de cambio internacional.
La cartilla de racionamiento presupone que el ciudadano no tenga la libertad de escoger lo que desea, eso se hace por dos vías: escasez y pérdida del poder adquisitivo. Habiéndose logrado el desabastecimiento, el gobierno se focaliza en la destrucción del segundo punto. Una vez en estas circunstancias, el Estado es el gran redentor a quien se debe todo, no sólo la precaria subsistencia sino la vida. El ciudadano deja de serlo y pasa a ser un humillado artefacto de quienes gobiernan ese Estado.
Aunado a esta cubanización de la paridad cambiaria, y como parte de la destrucción consciente de la economía, se está planificando en el gobierno, tal y como se ha informado en la prensa nacional, que el Estado sea el único importador. En un país donde las dos principales fuentes de riqueza son las importaciones y el petróleo, sobra decir que a la crisis cambiaria y de escasez se sumará la definitiva asfixia de las fuentes de ingresos. No debe descartarse tampoco la estatización de la banca, una realidad cubana y una idea que viene flotando hace años, que ya empezó a implementarse con el robo del Banco Federal y el sometimiento del Banco de Venezuela. El fin es que sea la mafia gobernante la que maneje todo el dinero del país.
El proceso totalitario está perfectamente claro: En primer lugar, se asaltaron todas las instituciones y se redujeron al gobierno; luego se sometieron los medios de comunicación (se empezó con radio y TV, pero el proceso sigue ahora con prensa escrita e Internet), corresponde el turno ahora a la economía.
Ya lo dijo Giordani hace años, la revolución necesita un país de pobres para subsistir. Realmente no se trata de generar pobreza sino de abolir la ciudadanía y conformar una masa de miserables, incapaces de rebelarse ante el oprobio totalitario, lo que garantizaría a la mafia gobernante la extensión indefinida e impune de los privilegios provenientes de la corrupción, narcotráfico y otras perversiones.
Un ejemplo basta para comprobar esta afirmación: ¿qué pensaría usted de una persona que gane Bs. 100.000 mensuales? Todos deben coincidir que, según los estándares de sueldos venezolanos, se trata de un pequeño magnate. La realidad es que esa persona gana menos de dos mil dólares mensuales, es decir, lo que gana un bedel en cualquier país civilizado. Saque usted su cuenta y verá su propia realidad y la indigencia en la que vivimos.
Esto no debe sorprendernos. Venezuela es un territorio gobernado por la satrapía cubana, eso es un hecho que jamás ha sido negado por funcionario alguno de gobierno; por el contrario, hay un empeño malicioso de justificar este sometimiento. Dada esta circunstancia, hay que concluir que nuestras políticas tienden a ser las mismas que las de la isla. En lo institucional no cabe duda que ya se implementaron los mismos principios. En lo económico hay que llegar a la misma conclusión. Si no lo cree, pregúntese cuál es el valor real de un peso cubano. La respuesta ineludible es nada, simplemente. ¿Ello se debe a que los cubanos, que ahora nos gobiernan, son incompetentes en economía? No necesariamente. Que el peso cubano no tenga ningún valor es consecuencia de una política consciente dirigida a la opresión del ciudadano, una fórmula de sometimiento a los caprichos de quienes se apropiaron del Estado. Esa política ha sido calcada en nuestro país. Por eso el bolívar lleva el mismo destino del peso cubano: ser una ficha de canje entre esclavos, sin valor de cambio internacional.
La cartilla de racionamiento presupone que el ciudadano no tenga la libertad de escoger lo que desea, eso se hace por dos vías: escasez y pérdida del poder adquisitivo. Habiéndose logrado el desabastecimiento, el gobierno se focaliza en la destrucción del segundo punto. Una vez en estas circunstancias, el Estado es el gran redentor a quien se debe todo, no sólo la precaria subsistencia sino la vida. El ciudadano deja de serlo y pasa a ser un humillado artefacto de quienes gobiernan ese Estado.
Aunado a esta cubanización de la paridad cambiaria, y como parte de la destrucción consciente de la economía, se está planificando en el gobierno, tal y como se ha informado en la prensa nacional, que el Estado sea el único importador. En un país donde las dos principales fuentes de riqueza son las importaciones y el petróleo, sobra decir que a la crisis cambiaria y de escasez se sumará la definitiva asfixia de las fuentes de ingresos. No debe descartarse tampoco la estatización de la banca, una realidad cubana y una idea que viene flotando hace años, que ya empezó a implementarse con el robo del Banco Federal y el sometimiento del Banco de Venezuela. El fin es que sea la mafia gobernante la que maneje todo el dinero del país.
El proceso totalitario está perfectamente claro: En primer lugar, se asaltaron todas las instituciones y se redujeron al gobierno; luego se sometieron los medios de comunicación (se empezó con radio y TV, pero el proceso sigue ahora con prensa escrita e Internet), corresponde el turno ahora a la economía.
Ya lo dijo Giordani hace años, la revolución necesita un país de pobres para subsistir. Realmente no se trata de generar pobreza sino de abolir la ciudadanía y conformar una masa de miserables, incapaces de rebelarse ante el oprobio totalitario, lo que garantizaría a la mafia gobernante la extensión indefinida e impune de los privilegios provenientes de la corrupción, narcotráfico y otras perversiones.
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