RAFAEL BELLO| EL UNIVERSAL
sábado 2 de noviembre de 2013 12:00 AM
La crisis venezolana toca fondo. La escasez de alimentos es un detonante peligroso. La población vive de carencias sucesivas y con ellas crecen las tensiones de consecuencias impredecibles. En este clima donde el desorden instituido reina, la armonía social dejó de ser y ahora es una constante de continuos conflictivos que corroen la estabilidad de la nación.
Hay un panorama que se extiende por nuestra amplia geografía que complica la paz de millones de habitantes. Pero existe una actitud del pensamiento libre que también se extiende hacia la concreción del ideal supremo de la civilidad. Es por lo que, con las reservas de la cordura valiente, la población venezolana no se resigna ante la ignominia. Por el contrario, asume con la fortaleza de las convicciones de saberse militantes de la civilidad, la naturaleza de la lucha en la convocatoria de la defensa de los derechos fundamentales e insustituibles de los ciudadanos, ante la violación sistemática que altera el orden democrático.
El pueblo no se detiene ya en la lucha por sus derechos fundamentales. Avanza con fe republicana en la recuperación del sistema democrático. Es la Venezuela que jamás acepta el silencio que la opresión impone cuando trata de acallar el espíritu de la libertad ciudadana. Nada puede contra un pueblo que protesta por el derecho a la libertad y la vida. Eso es lo que avanza definitivamente en las calles con la propiedad sublime del sentimiento de la soberanía nacional.
La población no deja las calles. Hace suyo el derecho a la alimentación. Los recursos del país no son para saquearlos ni para satisfacer ambiciones dictatoriales aberrantes. Los ingresos de Venezuela son de los venezolanos y eso lo defiende el pueblo en las calles. Es el país que cree en la libertad y la hace suya contra toda imposición autoritaria. Venezuela lucha y quiere cambio.
Hay un panorama que se extiende por nuestra amplia geografía que complica la paz de millones de habitantes. Pero existe una actitud del pensamiento libre que también se extiende hacia la concreción del ideal supremo de la civilidad. Es por lo que, con las reservas de la cordura valiente, la población venezolana no se resigna ante la ignominia. Por el contrario, asume con la fortaleza de las convicciones de saberse militantes de la civilidad, la naturaleza de la lucha en la convocatoria de la defensa de los derechos fundamentales e insustituibles de los ciudadanos, ante la violación sistemática que altera el orden democrático.
El pueblo no se detiene ya en la lucha por sus derechos fundamentales. Avanza con fe republicana en la recuperación del sistema democrático. Es la Venezuela que jamás acepta el silencio que la opresión impone cuando trata de acallar el espíritu de la libertad ciudadana. Nada puede contra un pueblo que protesta por el derecho a la libertad y la vida. Eso es lo que avanza definitivamente en las calles con la propiedad sublime del sentimiento de la soberanía nacional.
La población no deja las calles. Hace suyo el derecho a la alimentación. Los recursos del país no son para saquearlos ni para satisfacer ambiciones dictatoriales aberrantes. Los ingresos de Venezuela son de los venezolanos y eso lo defiende el pueblo en las calles. Es el país que cree en la libertad y la hace suya contra toda imposición autoritaria. Venezuela lucha y quiere cambio.
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