GUSTAVO LINARES BENZO| EL UNIVERSAL
sábado 2 de noviembre de 2013 12:00 AM
1984 ha sido una referencia cada vez más empleada para explicar al chavismo. Pero por común no deja de ser cada vez más adecuada, terroríficamente adecuada. Al punto de que las semejanzas entre la novela de Orwell y el plan de la patria ya no pueden deberse a la casualidad, ni siquiera que todo Estado totalitarios termina siendo igual, sino a un propósito consciente: el gobierno se inspira en 1984 con toda intención.
Basta ver los acontecimientos de las últimas semanas, dos nada más: el viceministerio de la felicidad y los afiches de María Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo López desplegados por el gobierno. En el libro de Orwell hay un ministerio del Amor, junto con otro de la Verdad, ambos parte del gabinete del Big Brother, el Gran Hermano. También en todas las fábricas y oficinas, todas propiedad del Estado, se practica varias veces al día el minuto del odio, todos los empleados reunidos frente al retrato del enemigo gritando improperios, odiándolo, pues.
El viceministerio de la felicidad (no podía ser órgano, porque entonces la República tendría hasta un órgano de la felicidad) ha sido objeto de sorna y chiste, la primera y más importante muestra de civilización (cuatro décadas de gobierno civil no pasaron en vano), pero es necesario también recordar lo perverso de esta organización pública. Sobre felicidad se ha escrito tanto, a veces tan bien y otras tan mal, que para añadir algo hay que tener dotes poco comunes. Lo que sí puede ser nuevo es una estructura estatal que tenga ese objetivo. Ni el Libertador, en su máximo delirio constitucional en Bolivia en 1826, se atrevió a dar ese nombre a ente alguno. La felicidad puede ser tan independiente del Estado y es tan relativa, que colocarla como fin público es un camino a la tiranía.
Con ridícula recurrencia se publican unas encuestas mundiales sobre felicidad. Siempre ganan Filipinas y Venezuela, mientras Francia y los países nórdicos son terriblemente infelices. Juzgar la sinceridad de los encuestados no sólo sería irrespetuosos sino más ridículo aún. Pero sí puede hacerse alguna comparación: siendo el homicidio la principal causa de muerte en Venezuela para el estrato 15 a 24 años, hay muchas madres venezolanas a quienes le han matado dos o más hijos. Según la lógica de estas encuestas, esas madres serían más felices que las madres suecas (en Estocolmo hay 2 homicidios por 100.000 habitantes, en Venezuela 54 por cada 100.000). En Suecia no hay ministerio de la felicidad, aquí sí.
No extrañará a nadie que la primera tarea de este esperpento administrativo sea definir felicidad, pues no puede aceptarse el concepto capitalista de la oposición. Tampoco hay felicidad capitalista, es evidente, pero que se sepa ningún teórico liberal ha postulado tal necedad. (Tampoco Marx, demasiado serio para estas ridiculeces). Puesto el gobierno ha decir cómo debemos ser felices, se llegará a la conclusión de que la vida no hace falta para serlo, o que la muerte de dos hijos en El Rodeo, en el mismo motín, tampoco es para tanto. Mucho menos la harina de maíz o el papel tualé, lo material no hace feliz a la gente.
Para seguir con el guión de 1984, a este aquelarre hay que añadir el odio. El minuto del odio, que en vida del Líder Eterno (Big Brother, diría Orwell) era los domingos en Aló Presidente (oír a Chávez en vez de ir a la Iglesia) y duraba horas. Ahora es más orwelliano, hay retratos de los enemigos y su poder es tan grande que sabotea la electricidad y perturba la paz familiar. Más asusta la oposición que el azote que ya liquidó a un hijo y que viene a por el hermano. Más corrupto es un concejal que no firma ni un cheque que el funcionario que parte y reparte millones de dólares. El gobierno pretende lograr así distraernos de su ramplona incompetencia y de su venalidad galáctica.
Si la novela es un guión, ¿cuáles son los próximos capítulos? La represión y la guerra. El protagonista (quien en Venezuela fuera de oposición) termina salvajemente torturado (la famosa habitación 101) y con un balazo en la cabeza, pero "amaba al Gran Hermano". Y el Big Brother se aseguraba de estar en conflicto permanente con los otros países, la guerra siempre aumenta el poder del gobernante. De esa manera cualquier crítica o disenso se transforma en traición, quien no está con Chávez no está con Venezuela.
El chavismo es dinero. Se basó en el reparto de migajas a su electorado, los que menos tienen. Se acabó el dinero, pues se lo cogieron o lo botaron. Ahora tendrá que reinventarse. Y para ello, nada mejor que Orwell: la suprema felicidad social.
Basta ver los acontecimientos de las últimas semanas, dos nada más: el viceministerio de la felicidad y los afiches de María Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo López desplegados por el gobierno. En el libro de Orwell hay un ministerio del Amor, junto con otro de la Verdad, ambos parte del gabinete del Big Brother, el Gran Hermano. También en todas las fábricas y oficinas, todas propiedad del Estado, se practica varias veces al día el minuto del odio, todos los empleados reunidos frente al retrato del enemigo gritando improperios, odiándolo, pues.
El viceministerio de la felicidad (no podía ser órgano, porque entonces la República tendría hasta un órgano de la felicidad) ha sido objeto de sorna y chiste, la primera y más importante muestra de civilización (cuatro décadas de gobierno civil no pasaron en vano), pero es necesario también recordar lo perverso de esta organización pública. Sobre felicidad se ha escrito tanto, a veces tan bien y otras tan mal, que para añadir algo hay que tener dotes poco comunes. Lo que sí puede ser nuevo es una estructura estatal que tenga ese objetivo. Ni el Libertador, en su máximo delirio constitucional en Bolivia en 1826, se atrevió a dar ese nombre a ente alguno. La felicidad puede ser tan independiente del Estado y es tan relativa, que colocarla como fin público es un camino a la tiranía.
Con ridícula recurrencia se publican unas encuestas mundiales sobre felicidad. Siempre ganan Filipinas y Venezuela, mientras Francia y los países nórdicos son terriblemente infelices. Juzgar la sinceridad de los encuestados no sólo sería irrespetuosos sino más ridículo aún. Pero sí puede hacerse alguna comparación: siendo el homicidio la principal causa de muerte en Venezuela para el estrato 15 a 24 años, hay muchas madres venezolanas a quienes le han matado dos o más hijos. Según la lógica de estas encuestas, esas madres serían más felices que las madres suecas (en Estocolmo hay 2 homicidios por 100.000 habitantes, en Venezuela 54 por cada 100.000). En Suecia no hay ministerio de la felicidad, aquí sí.
No extrañará a nadie que la primera tarea de este esperpento administrativo sea definir felicidad, pues no puede aceptarse el concepto capitalista de la oposición. Tampoco hay felicidad capitalista, es evidente, pero que se sepa ningún teórico liberal ha postulado tal necedad. (Tampoco Marx, demasiado serio para estas ridiculeces). Puesto el gobierno ha decir cómo debemos ser felices, se llegará a la conclusión de que la vida no hace falta para serlo, o que la muerte de dos hijos en El Rodeo, en el mismo motín, tampoco es para tanto. Mucho menos la harina de maíz o el papel tualé, lo material no hace feliz a la gente.
Para seguir con el guión de 1984, a este aquelarre hay que añadir el odio. El minuto del odio, que en vida del Líder Eterno (Big Brother, diría Orwell) era los domingos en Aló Presidente (oír a Chávez en vez de ir a la Iglesia) y duraba horas. Ahora es más orwelliano, hay retratos de los enemigos y su poder es tan grande que sabotea la electricidad y perturba la paz familiar. Más asusta la oposición que el azote que ya liquidó a un hijo y que viene a por el hermano. Más corrupto es un concejal que no firma ni un cheque que el funcionario que parte y reparte millones de dólares. El gobierno pretende lograr así distraernos de su ramplona incompetencia y de su venalidad galáctica.
Si la novela es un guión, ¿cuáles son los próximos capítulos? La represión y la guerra. El protagonista (quien en Venezuela fuera de oposición) termina salvajemente torturado (la famosa habitación 101) y con un balazo en la cabeza, pero "amaba al Gran Hermano". Y el Big Brother se aseguraba de estar en conflicto permanente con los otros países, la guerra siempre aumenta el poder del gobernante. De esa manera cualquier crítica o disenso se transforma en traición, quien no está con Chávez no está con Venezuela.
El chavismo es dinero. Se basó en el reparto de migajas a su electorado, los que menos tienen. Se acabó el dinero, pues se lo cogieron o lo botaron. Ahora tendrá que reinventarse. Y para ello, nada mejor que Orwell: la suprema felicidad social.
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