Alonso Moleiro
En sus tesis fundamentales, el
marxismo hace una radiografía interpretativa del sistema, el contenido, las
autorregulaciones y el corpus que anima el espíritu del dinero, esto es, del
capital.
De la creación, la consolidación y la reproducción del dinero como fenómeno, incluso social.
No fue el primero, ni el último que lo hizo, pero lo cierto es que en las reflexiones de Carlos Marx descansan algunos de los alegatos doctrinarios de mayor influencia en contra del lucro como horizonte moral de las personas.
Todo el universo de la izquierda, incluso en aquel que no es marxista, tiene, en torno al dinero, alguna crispación ética, algún reparo existencial. En términos generales, también por influencia de la iglesia, el interés excesivo en torno al dinero como postura social, suele ser visto, con mucha razón a mi parecer, como un síntoma de sospecha y desprecio. No hay nada más feo que lucir interesado.
Marx extendió sus diagnósticos sobre la burguesía como estrato social histórico de carácter emergente. Aunque en algunos estamentos de sus reflexiones ensalza su papel y reconoce la eficacia de algunos de sus postulados, la enjuicia, a la postre, como luego hicieron costumbre muchos marxistas que le sucedieron, con sorna manifiesta.
La burguesía, de acuerdo a esta óptica, las clases acomodadas, con vidas insulares, embelesadas con la estética, y en consecuencia, únicamente con las formas, portadoras de una dosis de hipocresía y desprecio hacia la diferencia, incapaces por definición de comprender y respetar a la pobreza. En los confines del marxismo, no hay término que exprese mayor desprecio por el prójimo que ese de "burgués".
No pudo jamás el marxismo, ni siquiera con aquellos reparos parciales que puedan tener algún significado histórico, como el del plusvalor, construir realidades culturales alternativas. El marxismo jamás podrá ser una corriente de poder viable en ninguna parte porque no entiende nada de economía. Por definición, el marxismo es antieconómico. No comprende la metafísica, la identidad natural del dinero, sus ventajas naturales y sus trágicas desventajas, dependiendo de nuestra pericia, como un instrumento para organizar a las sociedades.
Todos los instrumentos ideados por el hombre para hacer multiplicar el dinero y fomentar el ahorro, comenzando por la misma institución de la Banca, pertenecen al capitalismo. Los criterios fundamentales de la economía, los que aprenden, incluso, algunos comunistas, tienen la matriz conceptual y el brillo semántico de la burguesía: déficit, superávit, tasas de interés, mercado cambiario, compra de deuda, tasas de redescuento, bonos quirografarios, operaciones financieras.
Alain Minc se le dijo una vez a Ignacio Ramonet: no es el pensamiento único neoliberal; es la realidad la que es única. El mercado mismo es, para muchos teóricos, una verdad que ni el propio comunismo ha podido derrotar en sus dominios.
A la actividad capitalista también pertenecen, y son muy usados por la izquierda, los estudios de mercado y de opinión; la televisión; la comunicación satelital; las conversaciones por skype; los ordenadores portátiles y la aeronáutica moderna.
Como a la burguesía pertenecen el multipartidismo y el voto universal, directo y secreto. No las cuestionamos porque sean capitalistas o burgueses: la usamos todos a favor de la humanidad.
También al capitalismo pertenece, por supuesto, el criterio fundamental del comercio moderno y de la industria, demonizados desde la perspectiva marxista de manera increíblemente superficial.
La tragedia del desabastecimiento que vivimos guarda relación directa con esa terrible tara cultural de la izquierda clásica: enjuiciar moralmente, sin comprender, la identidad natural del dinero y del comercio, los límites que podemos colocarles en nombre del bien común sin destruirles su fuero natural. Sobre todo si lo que se supone que estamos buscando es la justicia social.
El marxismo ha elaborado una especie de "critica" del metabolismo monetario moderno pero no tiene ninguna construcción que oponerle a mecanismos que han demorado siglos en asentarse, que son anteriores, incluso, a la idea misma del capitalismo, y que rigen la conducta del hombre en dominios remotos, alejados incluso de occidente y de sus valores. Nadie sabe quien inventó la ley de la oferta y la demanda, uno de los átomos del hecho económico capitalista y mundial. Pero nadie ha podido rebatirla.
Por eso es que no hay comercio socialista que sea longevo, y la banca socialista es tan opaca, y, a consecuencia de que no se acepta la existencia del mercado, rara vez hay emprendimiento, innovación socialista, modas, novedades, entretenimiento, recreación, socialistas. El socialismo es sólo tradición.
Nunca escuchamos historias de prosperidad socialista. Cuando el socialismo aprecia la existencia de la prosperidad, la problematiza, la convierte en una moda, la ridiculiza como un signo de decadencia. Se nos vende mucho la idea de la justicia y el reparto, pero rara vez un socialista celebra la existencia de una sociedad abundante, de fiesta, progresando, sin tensiones, plena de bienes materiales para todos en un proyecto de sociedad marxista.
Carlos Marx fue gran observador, algunas de sus invectivas en contra de la burguesía y sus malestares culturales no dejan de ser pertinentes. El marxismo fue un proyecto que enamoró a mucha gente y que tiene una responsabilidad fundamental en unos de los hitos del siglo XX, y en toda la historia del hombre, que fue la identidad obrera como sujeto político y la movilización de las masas como necesidad social en la lucha por la libertad. De su tronco ha emergido, en consecuencia, la socialdemocracia, su hija renegada, hoy de forma natural dentro de la sabia de la democracia liberal.
El marxismo es, como el guevarismo, una corriente que ha tenido una influencia excesiva en ciertos sectores, incluso ilustrados, en relación a lo que de él queda. El marxismo es un aroma y una postura.
Es una teoría largamente superada y sobradamente rebatida, también en el terreno cultural, por el psicoanálisis, la medicina genética, la informática, la automatización, las redes, la sociedad del conocimiento, los estudios de mercado, los manuales de gerencia, las técnicas industriales modernas, la mercadotecnia, las encuestas de opinión, en un rotundo dictamen que ya tiene siglo y medio de duración.
De la creación, la consolidación y la reproducción del dinero como fenómeno, incluso social.
No fue el primero, ni el último que lo hizo, pero lo cierto es que en las reflexiones de Carlos Marx descansan algunos de los alegatos doctrinarios de mayor influencia en contra del lucro como horizonte moral de las personas.
Todo el universo de la izquierda, incluso en aquel que no es marxista, tiene, en torno al dinero, alguna crispación ética, algún reparo existencial. En términos generales, también por influencia de la iglesia, el interés excesivo en torno al dinero como postura social, suele ser visto, con mucha razón a mi parecer, como un síntoma de sospecha y desprecio. No hay nada más feo que lucir interesado.
Marx extendió sus diagnósticos sobre la burguesía como estrato social histórico de carácter emergente. Aunque en algunos estamentos de sus reflexiones ensalza su papel y reconoce la eficacia de algunos de sus postulados, la enjuicia, a la postre, como luego hicieron costumbre muchos marxistas que le sucedieron, con sorna manifiesta.
La burguesía, de acuerdo a esta óptica, las clases acomodadas, con vidas insulares, embelesadas con la estética, y en consecuencia, únicamente con las formas, portadoras de una dosis de hipocresía y desprecio hacia la diferencia, incapaces por definición de comprender y respetar a la pobreza. En los confines del marxismo, no hay término que exprese mayor desprecio por el prójimo que ese de "burgués".
No pudo jamás el marxismo, ni siquiera con aquellos reparos parciales que puedan tener algún significado histórico, como el del plusvalor, construir realidades culturales alternativas. El marxismo jamás podrá ser una corriente de poder viable en ninguna parte porque no entiende nada de economía. Por definición, el marxismo es antieconómico. No comprende la metafísica, la identidad natural del dinero, sus ventajas naturales y sus trágicas desventajas, dependiendo de nuestra pericia, como un instrumento para organizar a las sociedades.
Todos los instrumentos ideados por el hombre para hacer multiplicar el dinero y fomentar el ahorro, comenzando por la misma institución de la Banca, pertenecen al capitalismo. Los criterios fundamentales de la economía, los que aprenden, incluso, algunos comunistas, tienen la matriz conceptual y el brillo semántico de la burguesía: déficit, superávit, tasas de interés, mercado cambiario, compra de deuda, tasas de redescuento, bonos quirografarios, operaciones financieras.
Alain Minc se le dijo una vez a Ignacio Ramonet: no es el pensamiento único neoliberal; es la realidad la que es única. El mercado mismo es, para muchos teóricos, una verdad que ni el propio comunismo ha podido derrotar en sus dominios.
A la actividad capitalista también pertenecen, y son muy usados por la izquierda, los estudios de mercado y de opinión; la televisión; la comunicación satelital; las conversaciones por skype; los ordenadores portátiles y la aeronáutica moderna.
Como a la burguesía pertenecen el multipartidismo y el voto universal, directo y secreto. No las cuestionamos porque sean capitalistas o burgueses: la usamos todos a favor de la humanidad.
También al capitalismo pertenece, por supuesto, el criterio fundamental del comercio moderno y de la industria, demonizados desde la perspectiva marxista de manera increíblemente superficial.
La tragedia del desabastecimiento que vivimos guarda relación directa con esa terrible tara cultural de la izquierda clásica: enjuiciar moralmente, sin comprender, la identidad natural del dinero y del comercio, los límites que podemos colocarles en nombre del bien común sin destruirles su fuero natural. Sobre todo si lo que se supone que estamos buscando es la justicia social.
El marxismo ha elaborado una especie de "critica" del metabolismo monetario moderno pero no tiene ninguna construcción que oponerle a mecanismos que han demorado siglos en asentarse, que son anteriores, incluso, a la idea misma del capitalismo, y que rigen la conducta del hombre en dominios remotos, alejados incluso de occidente y de sus valores. Nadie sabe quien inventó la ley de la oferta y la demanda, uno de los átomos del hecho económico capitalista y mundial. Pero nadie ha podido rebatirla.
Por eso es que no hay comercio socialista que sea longevo, y la banca socialista es tan opaca, y, a consecuencia de que no se acepta la existencia del mercado, rara vez hay emprendimiento, innovación socialista, modas, novedades, entretenimiento, recreación, socialistas. El socialismo es sólo tradición.
Nunca escuchamos historias de prosperidad socialista. Cuando el socialismo aprecia la existencia de la prosperidad, la problematiza, la convierte en una moda, la ridiculiza como un signo de decadencia. Se nos vende mucho la idea de la justicia y el reparto, pero rara vez un socialista celebra la existencia de una sociedad abundante, de fiesta, progresando, sin tensiones, plena de bienes materiales para todos en un proyecto de sociedad marxista.
Carlos Marx fue gran observador, algunas de sus invectivas en contra de la burguesía y sus malestares culturales no dejan de ser pertinentes. El marxismo fue un proyecto que enamoró a mucha gente y que tiene una responsabilidad fundamental en unos de los hitos del siglo XX, y en toda la historia del hombre, que fue la identidad obrera como sujeto político y la movilización de las masas como necesidad social en la lucha por la libertad. De su tronco ha emergido, en consecuencia, la socialdemocracia, su hija renegada, hoy de forma natural dentro de la sabia de la democracia liberal.
El marxismo es, como el guevarismo, una corriente que ha tenido una influencia excesiva en ciertos sectores, incluso ilustrados, en relación a lo que de él queda. El marxismo es un aroma y una postura.
Es una teoría largamente superada y sobradamente rebatida, también en el terreno cultural, por el psicoanálisis, la medicina genética, la informática, la automatización, las redes, la sociedad del conocimiento, los estudios de mercado, los manuales de gerencia, las técnicas industriales modernas, la mercadotecnia, las encuestas de opinión, en un rotundo dictamen que ya tiene siglo y medio de duración.
Vía Tal Cual
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