Los hijos de Chávez cada vez apuntarán más hacia una sociedad cerrada. Por eso vemos que han regresado las expropiaciones. Abrir el juego implica un riesgo muy grande. Y más ahora, cuando sobre el proceso pende la espada de Damocles de la DEA. La élite gobernante necesita encerrarnos a todos para poder subsistir ella. Nosotros seremos su escudo. El punto es si un esquema estilo caracol funcionará o si, más bien, la protesta social se llevará todo por delante en un país que es una bomba de tiempo.
Por Gloria M. Bastidas.- ¿Está relacionada la supuesta investigación que adelantaría la DEA contra Diosdado Cabello con el regreso de las expropiaciones? ¿O son dos hechos sin conexión entre sí? Del presidente de la Asamblea Nacional se decía —y uno de los que lo decía era Luis Tascón— que era el más conspicuo representante de la derecha endógena dentro de las filas chavistas. Pero el retrato que de él hacía su correligionario no cuadra con lo que vemos. Lo que vemos es a un Diosdado Cabello que se hace de un garrote para criminalizar a los empresarios. ¿Por qué dio un giro Cabello, si acaso dio un giro? Porque a Cabello no le conviene que en Venezuela funcione una sociedad abierta. Una sociedad abierta implicaría una inminente salida suya del poder. No hablamos de golpe: hablamos de elecciones.
Y, si fuesen fundadas las acusaciones de la DEA (todavía no se tiene la certeza de que así sea), con mayor razón Cabello tendría que morir con las botas puestas como adalid del modelo de sociedad cerrada legado por Chávez. Lo otro —abrir el juego— supondría para él exponerse demasiado. Exponerse a la alternancia. De ser eyectado del poder, ¿cuál podría ser su destino si fuera verdad que ahora carga con una espada de Damocles por presuntos actos ilícitos? Cabello es un hombre cauto. Desconfiado. No parece oriental sino llanero.
Cuando Chávez regresó al poder el 14 de abril de 2002 y sacó un crucifijo en señal de negociación, Cabello se molestó hasta rayar en la herejía. No era partidario del diálogo. No confiaba en sus adversarios. Después vino el paro petrolero. Y debe haber dicho para sus adentros: yo tenía razón. Y ahora su desconfianza debe haber mutado a paranoia, de ser cierto lo de la DEA. Por eso Cabello —que es el gran jefe de esta hacienda en la que el chavismo ha convertido a Venezuela: Ramírez ha ido perdiendo poder y Maduro es un ventrílocuo suyo—está obligado a atrincherarse.
Ahora, ¿qué significa que Diosdado Cabello se atrinchere? Significa que no habrá apertura económica y que cada vez más las libertades políticas y los derechos humanos serán conculcados. Significa que los venezolanos se convertirían en una suerte de rehén de lanomenklatura chavista. La élite gobernante necesita encerrarnos a todos para poder subsistir ella. Ése es el punto. Nosotros seremos su escudo protector.
¿Cómo lo hará? Apretando las tuercas. Aplicando la tenaza al sector privado. Por eso vemos lo de Farmatodo y lo de la cadena de supermercados populares Día a Día. Que no es más que un continuo de las expropiaciones o compras que inició Chávez en 2007 con la Electricidad de Caracas (y hay graves fallas de luz); con los campos de la Faja del Orinoco (y no hay cómo aumentar la producción petrolera ahora que los precios se han desplomado); con la CANTV (y las llamadas se caen y el servicio se ha deteriorado a paso de vencedores).
Que no es más que un continuo de lo que pasó en 2008 con Lácteos Los Andes (y no hay leche); con Sidor (y no hay cabillas); con el Banco de Venezuela (y no hay línea); con la cementera francesa Lafarge, con la suiza Holcim, con Cemex (y no hay cemento).
Que no es más que un continuo de las estatizaciones ocurridas en 2009: la de las plantas procesadoras de arroz de la firma norteamericana Cargill (y no hay arroz); la de la papelera irlandesa Smurfit, a la que le intervinieron 1500 hectáreas (y no hay papel higiénico); la de los dos centrales azucareros (y no hay azúcar); la del Margarita Hilton (y de cinco estrellas pasó a ser un desastre, con chiripas en las habitaciones).
Que no es más que un continuo de lo que ocurrió, en 2010, con la cadena de hipermercados Éxito y con los CADA (y ambos están desabastecidos); con la empresa MONACA (y no hay harina de trigo); con los taladros petroleros de la firma estadounidense Helmerich & Payne (y los mismo: no hay cómo aumentar la producción); con Agroisleña, que era la principal distribuidora de productos para el campo (y no hay fertilizantes); con la productora de vidrio para el sector alimentos y cosméticos Owens Illinois (y no hay envases y, por tanto, escasean muchos productos de consumo básico); con Frigoríficos Ordaz S. A., Friosa (y no hay carne); con el Sambil de La Candelaria (y lo convirtieron en un elefante blanco).
El
anterior inventario de expropiaciones o “adquisiciones” de empresas fue
elaborado por la agencia de noticias EFE. Ocurrieron bajo la égida de
Chávez, el gran estatizador de la comarca. Pero Maduro, aunque en menor
cuantía, salvo el mediático Dakazo, ocurrido en noviembre de
2013, y que le permitió al chavismo subir unos cuantos puntos en las
encuestas y posicionarse bien de cara a las elecciones regionales de
diciembre de ese año, había sido, en comparación con su mentor, más
comedido, si cabe el término. Claro que vimos lo que pasó con las
instalaciones de la empresa Clorox en noviembre de 2014 (el Gobierno
expropió los activos de la firma luego de que ésta interrumpió sus
operaciones porque el negocio no le resultaba rentable bajo un esquema
de precios controlados) y claro que habíamos visto ya, en julio de 2013,
a un Maduro que, según reseña El Nacional, se estrenaba con su
primera expropiación al apropiarse el Estado de unos terrenos ubicados
en el barrio 19 de marzo de Biruaca (Apure). Pero, la impresión general
que se tenía, era que Maduro había desacelerado las expropiaciones.Pero las expropiaciones han vuelto por sus fueros. Y entonces viene lo de Farmatodo y lo de los automercados Día a Día. ¿Qué ha pasado? Primero, que el Gobierno tiene encima una seria crisis de abastecimiento de alimentos y medicinas, al punto de que se habla ya de una crisis humanitaria. Y, en lugar de corregir sus errores, busca un chivo expiatorio. Y segundo, ¿lo de la DEA? Lo de la DEA, si fuera cierto, más las sanciones que ha tomado el gobierno de los Estados Unidos contra quienes han incurrido en graves violaciones a los derechos humanos, incluidos militares y jueces. Y a esto hay que sumarle la otra jugada que se gesta: que se active la Carta Democrática. Que ello prospere o no, es otro asunto. Lo cierto es que mientras Estados Unidos mueve sus tenazas contra Venezuela, el gobierno chavista hace como el caracol: se encierra en sí mismo como un mecanismo de defensa. Como un acto reflejo.
Lo que podría colegirse de las acciones que ha tomado el Gobierno recientemente es que presenciaremos una radicalización del modelo. Y eso pasa, forzosamente, por completar el cerco hacia el sector privado. El Gobierno de Maduro necesita el control total de los sectores productivos para así saciar su ansiedad y su paranoia y endosar a otros la responsabilidad que él y solo él tiene ante el caldo de cultivo en que se ha convertido el país. Otro tema es si el Gobierno podrá sostenerse bajo un esquema tan centrado en lo policial, en lo punitivo, y tan alejado de la realidad del mercado. No la realidad que Maduro inventa, recurriendo a gastadas fórmulas como la del complot internacional y la guerra económica (no puede negar que es hechura de Fidel Castro), sino la realidad que los venezolanos ven en las colas.
Lo que la élite chavista está haciendo es apelar al camino que le parece menos riesgoso para salvar su propio pellejo: el de la inmolación antes que el de la apertura. Pero esta es una actitud miope: nada garantiza que podrán seguir atornillados en el poder indefinidamente tomando al pueblo como rehén y sometiéndolo a cartillas de racionamiento. El gran problema que presenta este camino es que, primero que nada, los indicadores económicos no favorecen al Gobierno. La inflación se montará en tres dígitos este año; de los 30 mil millones de dólares que recibirá el país por exportaciones petroleras en 2015, más del 12 mil millones se irán en pago de deuda externa; el índice de escasez, que está en cerca de un 30 por ciento, escalará a grados insospechados debido al acoso a los empresarios; la caída del producto Interno Bruto estará en un 7 por ciento (cálculos del Fondo Monetario Internacional); y la amenaza de un impago de la deuda o defaultaparece en el horizonte.
¿Habrá gobernabilidad así? Muy difícil.
El otro problema que enfrentará un gobierno que ha optado por encerrarse en sí mismo, será el del descontento social. Por supuesto que las protestas serán enfrentadas por las fuerzas armadas. Y de allí que el general Padrino López haya tomado la delantera apelando a una resolución —inconstitucional porque transgrede cínicamente el artículo 68 de la Carta Magna— para autorizar el uso de armas de fuego en las manifestaciones. Pero, por muchas tanquetas y balas que se usen para sofocar los conflictos que puedan presentarse, el punto clave es que las razones que han dado origen a la crisis en el suministro de alimentos, a la inflación galopante, que son dos de los factores más apremiantes, siguen intactas. No se puede sustituir un programa de salvamento de la economía por fusiles, creyendo que los fusiles resolverán el problema. La guerra económica está en la cabeza de Maduro, que hace boxeo de sombra. Pero el boxeo de sombra no garantiza que seas un gran boxeador. Ni que vayas a ganar la pelea.
La
verdadera pelea ocurre cuando te enfrentas a tu contrincante en el ring
de la realidad. Pero ese terreno, el de la realidad, no lo pisa lanomenklatura chavista.
La élite en el poder necesita el confinamiento: ya muchos de sus
miembros no pueden ni siquiera viajar porque pueden ser apresados en
cualquier momento. Como le pasó al “Pollo” Carvajal. Como le puede pasar
a Cabello, si acaso el capitán Leamsy Salazar presentara pruebas
contundentes en su contra y si acaso fuera cierto que la DEA le sigue la
pista al presidente de la Asamblea Nacional. Los herederos de Chávez,
sus causahabientes, necesitan a los venezolanos como su anillo de
seguridad. Pretenden encerrarnos como un secuestrador encierra a su
rehén para sentirse seguro. Aquí ya ni siquiera está en juego la
ideología. Aquí de lo que se trata es de que la nomenklatura chavista
—asediada por denuncias de narcotráfico, por corrupción, por violación
flagrante de los derechos humanos, por haber dejado un cementerio tras
de sí después de 16 años en el poder— nos ve como un salvoconducto.La variable DEA pudo haber sido un detonante para que el chavismo haya decidido volver con fuerza a las expropiaciones. A lo mejor sin las acusaciones por narcotráfico y sin las sanciones que aprobó Obama, igual el Gobierno se habría decantado por el modelo cerrado de sociedad porque le tiene pánico a la competencia y a lo que implica una sociedad abierta: la alternancia, el traspaso del poder. Pero es que ahora le urge. Al chavismo le urge poder chantajear a los venezolanos con una tarjeta de racionamiento. Si te alzas, no hay pan. Al chavismo le urge ser el empleador absoluto del país. Si te alzas, te quedas sin trabajo. Al chavismo le urge estatizar las clínicas. Si te alzas, no hay salud. Al chavismo le urge controlar todos los medios de comunicación. Si no reflejan la realidad, la realidad no existe. Al chavismo le urge militarizar la sociedad. Si te alzas, disparo.
La respuesta del régimen a la grave crisis que vive el país es la huida hacia adelante. Ha escogido el camino del suicidio. Y, como ocurrió con el líder religioso Jim Jones en Guyana, bajo cuyo liderazgo murieron más de 900 personas, el Gobierno pretende que los venezolanos nos suicidemos en masa. El chavismo parece un Terminator que arrasa con todo. ¿Podrá sobrevivir a esta hecatombe? ¿O esta hecatombe se lo llevará por delante? ¿Todos queremos morir con él?
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