Eddy Reyes Torres
El 2 de febrero de 1989, Carlos Andrés Pérez asumió por segunda vez la Presidencia de la República de Venezuela. En su elección jugó un papel fundamental la bonanza petrolera que tuvo lugar en su primer mandato. Muchos de los que votaron por él pensaron que eso era garantía suficiente para reeditar la buena situación económica que tuvo el país en su gestión anterior.
En su discurso oficial, sin embargo, envió un mensaje claro respecto a la necesidad que tenía el país de hacer ajustes importantes y apretarse el cinturón: “El Estado deberá despojarse del intervencionismo avasallante de Estado protector y munificente (…) Propongo una política que corrija los profundos desequilibrios económicos, financieros, monetarios y fiscales, antes que se conviertan en estructurales y sea imposible removerlos sin dramáticos traumas colectivos”.
Así, sin una amplia consulta, dos semanas después, Carlos Andrés anuncia un conjunto de medidas dirigidas a liberalizar la economía: adopción de un nuevo régimen cambiario, con un tipo de cambio único y flexible que se iría ajustando en función de la oferta y la demanda de dólares; la liberación de las tasas de interés que aplican los bancos e institutos de crédito en sus operaciones activas y pasivas; ajustes en el régimen de importaciones y exportaciones; ajustes en el precio de la gasolina, así como de las tarifas de los servicios de electricidad y telefonía; e introducción ante el Congreso Nacional de un proyecto de Ley de Impuestos a la Ventas. Para minimizar el impacto que las decisiones anteriores tendrían en la población, se aprobaron varias medidas de carácter social: incremento del salario mínimo; aumento de los salarios de los funcionarios de la administración pública, así como de las pensiones; subsidios de los alimentos que forman parte de la cesta básica; becas alimentarias para niños; constitución de hogares de cuidado diario para la población infantil; así como la ejecución de otros programas en las áreas de salud, economía popular (microempresas) y seguridad social.
Las acciones de Pérez se insertaban de ese modo dentro del proceso de cambio que experimentaba el entorno económico internacional, el cual mostraba un crecimiento significativo, en especial en muchas economías emergentes del sudeste asiático. En términos generales puede decirse que prevalecía la idea de que los países menos desarrollados podían mejorar su desempeño si llevaban a cabo reformas estructurales, siguiendo las directrices establecidas por el Banco Mundial.
Aunque correctas en el plano macroeconómico, una de las medidas (el aumento de la gasolina) se puso en práctica de forma indebida y terminó por descarrilar el tren del gobierno y la democracia. El “Caracazo” fue el resultado final de los males acumulados en años anteriores (devaluación de la moneda a partir del 18 de febrero de 1983, controles de cambio, inflación, pérdida de la calidad de vida y el descontento en general con el establishment político).
Hastiado por lo que ocurría, a comienzos de junio de 1990, el escritor Juan Liscano funda el Frente Patriótico, cuyo principal objetivo es “deslastrar” al país de los partidos políticos; ellos eran los que habían llevado a Venezuela a una situación crítica. De esa manera, la prédica de la “antipolítica” comenzó a tomar cuerpo.
En esos días de fuertes ventiscas, Arturo Uslar Pietri, el intelectual más conspicuo del país, hizo una declaración en la que rescató para el habla común una palabra que hasta entonces los venezolanos calificaban de vulgar. El detalle estuvo en que la labor pedagógica se llevó a cabo en un contexto de malestar social generalizado. Señaló Uslar que el país estaba divido en dos, los “pendejos” y los vivos, motivo por el cual había que crear la orden de los pendejos para dársela a todo aquel que ha sido honesto y no se ha robado ni un centavo del erario público. Con esa declaración la mecha prendió de inmediato.
Las acciones precedentes se complementaron con otra más significativa: el 10 de agosto un grupo de intelectuales, encabezados por Arturo Uslar Pietri, dirigen una carta abierta al Presidente de la República, al Congreso Nacional y a los partidos políticos en la que plantean la necesidad de reformas urgentes en virtud del sistema político instaurado en 1958 no da para más y se hace necesario cambios fundamentales: reformar el sistema electoral y judicial; dictar una legislación que regule a las organizaciones políticas; reformar el funcionamiento del Estado y sus órganos para hacerlos más eficaces, y pasar de una economía subsidiada por la renta petrolera a otra más sana (productiva). Resulta curioso que buena parte de esas propuestas eran compartidas por Carlos Andrés. Con esa primera acción hacen su aparición en la escena nacional el grupo que se conocerá como “Los Notables”, cuyos primeros integrantes fueron Arnoldo Gabaldón, Martín Vegas, Miguel Ángel Burelli Rivas, Jacinto Convit, Tulio Chiossone, José Ramón Duque Sánchez, Ignacio Iribarren, Ernesto Mayz Vallenilla, Domingo Maza Zavala, José Melich Orsini, Rafael Pizani, José Vicente Rangel y Arturo Uslar Pietri, entre otros.
El anterior fue el caldo de cultivo que derivó en la insurrección del 4 febrero de 1992, liderada por los comandantes Francisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández y Hugo Chávez Frías, cuyo fracaso se apoyó en la inacción del último de los nombrados.
Controlada la asonada militar, se presentó al Congreso Nacional un acuerdo de rechazo al alzamiento militar. Rafael Caldera, quien ya había pasado a “la reserva” tras no ser investido como candidato del partido Copei para las elecciones que ganó Pérez, hizo acto de presencia en el Palacio Legislativo, pidió la palabra y habló por cadena de radio y televisión. Su mensaje sonó como un trueno en aquella hora menguada: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y la democracia cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad (…) Yo quisiera que los señores jefes de Estado de los países ricos que llamaron al presidente Carlos Andrés Pérez para expresarle su solidaridad en defensa de la democracia entendieran que la democracia no puede existir si los pueblos no comen (…) No podemos afirmar en conciencia que la corrupción se ha detenido (…) vemos con alarma que el costo de la vida se hace cada vez más difícil de satisfacer para grandes sectores de nuestra población, que los servicios públicos no funcionan (…) Que en el orden público y la seguridad personal tampoco encuentran un remedio efectivo”.
Fue una intervención que cambió todo. El historiador Manuel Caballero lo reconoció así cuando escribió: “Su discurso se transformó en un acontecimiento tan sensacional como lo había sido el alzamiento mismo, y su figura opacó a la del comandante de los insurrectos”.
Poco después, por vías torcidas, se produjo la salida anticipada de Pérez y en las elecciones siguientes Caldera ganó la contienda presidencial con el apoyo de su “chiripero”. La crisis económica que vivió el país durante su gestión, más allá del excelente desempeño que tuvo su ministro de Planificación, Teodoro Petkoff, le abrieron de par en par las puertas a la antipolítica mayor, a través de Hugo Chávez Frías. Él y su revolución bonita, comandada ahora por Nicolás Maduro, nos han traído hasta el estado de inopia en que ahora vivimos.
Ya lo hemos dicho en varias ocasiones pero lo repetimos una vez más para que lo tengamos presente. Nunca antes habíamos padecido tantos males juntos: la inflación más alta del mundo, el hambre rondando por todos los rincones del país, una delincuencia desatada que mantiene al pueblo preso en sus casas, una corrupción de la élite gubernamental que no se puede ocultar, una Fuerza Armada desmoralizada y politizada que es dirigida desde Cuba, un sector industrial vuelto jirones, un servicio hospitalario en el suelo, un poder judicial parcializado y corrompido hasta sus entrañas, una crisis humanitaria que es negada sin pudor por la élite gobernante y un gobierno que ha devenido en férrea dictadura de hecho y de derecho, y con presos políticos a granel.
¿Qué nos dirían Liscano, Caldera y Uslar si hoy estuvieran vivos? Al final, muy poco porque Errare Humanum Est.
@EddyReyesT
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