JORGE LINARES ANGULO | EL UNIVERSAL
martes 28 de febrero de 2012 01:04 PM
El miércoles 22 pasado, el Sr. Diosdado Cabello, con cara de malas pulgas, refiriendo que hay gente que se alegra por la enfermedad del Presidente, entre adjetivos hostiles, dijo que "a la oposición le conviene" que el comandante Chávez no desaparezca de la escena política. Una afirmación de esta naturaleza es más bien recurrente en los sectores gubernamentales porque hasta ahora ningún dirigente de la oposición ha dicho cosa distinta al deseo de que el Presidente recupere su salud. Se sentiría uno tentado a retar al oficialismo para que muestre un caso, solo uno, en que alguien entre los dirigentes democráticos haya expresado interés contrario a la buena salud del Sr. Chávez.
Analizado este asunto con objetividad, la conclusión a que se llega es a la de que, jugar con la posibilidad del retiro o deceso del Presidente, obedece a la estrategia del miedo que el oficialismo se ha trazado, especialmente a raíz del magnífico evento del 12-F. Pero no es nueva. Se maneja desde el año 2007 en el que Chávez tuvo su primera gran derrota al ser rechazada la reforma constitucional, de extrema importancia para él. En 2008 perdió las principales gobernaciones y en 2010 las elecciones parlamentarias cuando la oposición logró el 52% de los votos y el oficialismo, por mañosa prestidigitación, obtuvo más diputados. La táctica es evidente: hay que propalar el miedo para que los electores se alineen nuevamente con el Presidente continuista. Este miedo tiene dos pivotes: el de la inestabilidad suma, la confrontación civil, y el de la pérdida de las "conquistas sociales".
En este contexto se sitúa la declaración de Alí Rodríguez Araque el 20/11/11: "Viene una batalla de grandes proporciones, una batalla pacífica, democrática, que debe ser una fiesta, pero allí se va a decidir si este proceso va a continuar o si vamos a retrotraernos a las condiciones que nos llevaron en un momento determinado a tomar las armas" (El Universal, 1-4, cursivas nuestras).
Como se nota es ésta una declaración edulcorada con veneno añadido pues implica que si Chávez pierde las elecciones ello repondrá las condiciones que en los años 60 del siglo pasado provocaron la lucha armada. ¿Es esto así? De ninguna manera pues la lucha armada fue derrotada en esos años precisamente porque carecía de condiciones justificantes: la población votó masivamente por las opciones democráticas y el ejército venezolano la derrotó por ausencia de apoyo popular. Venezuela venía de unas condiciones materiales de vida no despreciables pues la dictadura de Pérez Jiménez había impulsado un crecimiento importante y la democracia instaurada en 1958 dio lugar a un gran salto en materia social, educativa y urbana. Tanto, que la impropiamente llamada "Cuarta República" hasta hoy ha sido la generadora del progreso del país en todos sus aspectos, progreso que la "revolución bolivariana" -plañidera de la lucha armada vencida e ideológicamente inspirada por Cuba castrista- ha estado destruyendo. Basta comparar las realizaciones de la gestión democrática pasada con las del gobierno chavista en 13 años de continuismo para darnos cuenta del falaz bienestar con el que el chavismo pretende engatusarnos.
Si Chávez pierde las elecciones, o su sucesor, nada malo va a pasar. El golpe de Estado es absolutamente inviable y la confrontación civil imposible. Sólo ocurrirá la alegría de un nuevo Presidente y de un fértil nuevo comienzo democrático.
Analizado este asunto con objetividad, la conclusión a que se llega es a la de que, jugar con la posibilidad del retiro o deceso del Presidente, obedece a la estrategia del miedo que el oficialismo se ha trazado, especialmente a raíz del magnífico evento del 12-F. Pero no es nueva. Se maneja desde el año 2007 en el que Chávez tuvo su primera gran derrota al ser rechazada la reforma constitucional, de extrema importancia para él. En 2008 perdió las principales gobernaciones y en 2010 las elecciones parlamentarias cuando la oposición logró el 52% de los votos y el oficialismo, por mañosa prestidigitación, obtuvo más diputados. La táctica es evidente: hay que propalar el miedo para que los electores se alineen nuevamente con el Presidente continuista. Este miedo tiene dos pivotes: el de la inestabilidad suma, la confrontación civil, y el de la pérdida de las "conquistas sociales".
En este contexto se sitúa la declaración de Alí Rodríguez Araque el 20/11/11: "Viene una batalla de grandes proporciones, una batalla pacífica, democrática, que debe ser una fiesta, pero allí se va a decidir si este proceso va a continuar o si vamos a retrotraernos a las condiciones que nos llevaron en un momento determinado a tomar las armas" (El Universal, 1-4, cursivas nuestras).
Como se nota es ésta una declaración edulcorada con veneno añadido pues implica que si Chávez pierde las elecciones ello repondrá las condiciones que en los años 60 del siglo pasado provocaron la lucha armada. ¿Es esto así? De ninguna manera pues la lucha armada fue derrotada en esos años precisamente porque carecía de condiciones justificantes: la población votó masivamente por las opciones democráticas y el ejército venezolano la derrotó por ausencia de apoyo popular. Venezuela venía de unas condiciones materiales de vida no despreciables pues la dictadura de Pérez Jiménez había impulsado un crecimiento importante y la democracia instaurada en 1958 dio lugar a un gran salto en materia social, educativa y urbana. Tanto, que la impropiamente llamada "Cuarta República" hasta hoy ha sido la generadora del progreso del país en todos sus aspectos, progreso que la "revolución bolivariana" -plañidera de la lucha armada vencida e ideológicamente inspirada por Cuba castrista- ha estado destruyendo. Basta comparar las realizaciones de la gestión democrática pasada con las del gobierno chavista en 13 años de continuismo para darnos cuenta del falaz bienestar con el que el chavismo pretende engatusarnos.
Si Chávez pierde las elecciones, o su sucesor, nada malo va a pasar. El golpe de Estado es absolutamente inviable y la confrontación civil imposible. Sólo ocurrirá la alegría de un nuevo Presidente y de un fértil nuevo comienzo democrático.
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