MARCOS CARRILLO | EL UNIVERSAL
viernes 24 de febrero de 2012 01:01 PM
Lo verdaderamente importante de todo este episodio de la salud presidencial es que, una vez más, se pretendieron soslayar los más elementales principios de la convivencia y la institucionalidad democrática. La transparencia y la rendición de cuentas son dos principios de la democracia contemporánea fundamentales para el funcionamiento de todo estado responsable. En cambio, el misterio, la evasiva, el camuflaje y la mentira pura y simple fueron los instrumentos para desarrollar la política del Gobierno en torno a la enfermedad.
Decir política del Gobierno es una exageración y un despropósito porque ni el ministro de Información tenía idea de lo que estaba pasando, lo que demuestra que, tal y como el propio enfermo lo ha dicho, el estado se limita a él mismo. No se informó, por ejemplo, del viaje a Cuba y su finalidad al gabinete y mucho menos a la AN, como es obligación constitucional.
El secreto y la falsedad son las bases de todo totalitarismo y se erigen como los pilares del Gobierno; la actitud frente a la salud del Presidente es solo la punta del iceberg. Nadie tiene idea de lo que realmente pasa puertas adentro de los ministerios y de las relaciones internacionales de nuestro país. Se ocultan la verdadera naturaleza y profundidad de las relaciones con gobiernos parias como Cuba, Irán o Siria. No se conocen los términos de los acuerdos que se han suscrito, el número de personas que han invadido Venezuela producto de esos convenios, ni mucho menos las verdaderas intenciones que se ocultan tras solidaridades personalísimas, sumisas y opacas. Ha aparecido información nacional e internacionalmente sobre desfalcos, regalos y, peor aún, tráfico de armas, drogas y materia prima para fabricación de bombas atómicas.
Toda la farsa revolucionaria se basa en el ocultamiento: de cifras, de intenciones, de programas, de acuerdos, de fines. Se esconden el comunismo tras la palabra socialismo o el robo tras el eufemismo expropiatorio; se exacerba el odio social bajo el pretexto de defensa de los desvalidos y se encubre el fracaso económico con el dinero proveniente del intercambio petrolero y capitalista. Todo con la misma facilidad con la que han intentado ocultar en dos ocasiones una enfermedad tan grave como un cáncer.
El fraude es una condición existencial del totalitarismo, pero la actitud de la sociedad venezolana buscando y exigiendo transparencia y verdad comprobaron ser una fórmula excelente de defensa de la democracia. La enfermedad fue un hecho casi anecdótico comparado con problemas de opacidad mucho más profundos y graves, ahí también habrá que meter la lupa y desarrollar estrategias para lidiar con esas situaciones en el futuro.
Decir política del Gobierno es una exageración y un despropósito porque ni el ministro de Información tenía idea de lo que estaba pasando, lo que demuestra que, tal y como el propio enfermo lo ha dicho, el estado se limita a él mismo. No se informó, por ejemplo, del viaje a Cuba y su finalidad al gabinete y mucho menos a la AN, como es obligación constitucional.
El secreto y la falsedad son las bases de todo totalitarismo y se erigen como los pilares del Gobierno; la actitud frente a la salud del Presidente es solo la punta del iceberg. Nadie tiene idea de lo que realmente pasa puertas adentro de los ministerios y de las relaciones internacionales de nuestro país. Se ocultan la verdadera naturaleza y profundidad de las relaciones con gobiernos parias como Cuba, Irán o Siria. No se conocen los términos de los acuerdos que se han suscrito, el número de personas que han invadido Venezuela producto de esos convenios, ni mucho menos las verdaderas intenciones que se ocultan tras solidaridades personalísimas, sumisas y opacas. Ha aparecido información nacional e internacionalmente sobre desfalcos, regalos y, peor aún, tráfico de armas, drogas y materia prima para fabricación de bombas atómicas.
Toda la farsa revolucionaria se basa en el ocultamiento: de cifras, de intenciones, de programas, de acuerdos, de fines. Se esconden el comunismo tras la palabra socialismo o el robo tras el eufemismo expropiatorio; se exacerba el odio social bajo el pretexto de defensa de los desvalidos y se encubre el fracaso económico con el dinero proveniente del intercambio petrolero y capitalista. Todo con la misma facilidad con la que han intentado ocultar en dos ocasiones una enfermedad tan grave como un cáncer.
El fraude es una condición existencial del totalitarismo, pero la actitud de la sociedad venezolana buscando y exigiendo transparencia y verdad comprobaron ser una fórmula excelente de defensa de la democracia. La enfermedad fue un hecho casi anecdótico comparado con problemas de opacidad mucho más profundos y graves, ahí también habrá que meter la lupa y desarrollar estrategias para lidiar con esas situaciones en el futuro.
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