Enrique Viloria Vera
Se va cansando el colectivo venezolano de ese lenguaje de gallera, de patio de bolas, de botiquín de mala muerte, que utiliza el Líder y sus acólitos para dirigirse - con total irrespeto a la dignidad del ser humano - a aquellos que no comparten su visión decimonónica de un país uniforme, caudillesco, militarista, carente de modernidad, sin sentido de los rasgos de este siglo XXI caracterizado por la mixtura, la hibridez, la apertura, la pluralidad, el multiculturalismo, la tolerancia, la libertad, el libre albedrío en su mejor sentido, y, por supuesto, la tan deseada igualdad, fruto del esfuerzo personal y la igualdad de oportunidades, y no de la limosna privada o la dádiva gubernamental, regalo personal del Jefe del Estado.
Poco a poco, estudiantes, profesionales, obreros, campesinos, madres, padres, congresistas y gobernantes foráneos, profesores, jueces de verdad, legisladores éticos, verdaderos ciudadanos de allende y aquende, se van convenciendo – los hechos son elocuentes - de que lo que se quiere imponer, a escondidas y a rajatabla, en Venezuela, al socaire de un bolivarianismo redentor, es un futuro ya visto, bizarro, excluyente, improvisado, ineficiente, construido sobre la base de la malcriadez del Líder, fruto de sus rabietas incontrolables, de su afán de grandeza, de su obsesión de querer pasar a la historia como otro Libertador, sin haberse liberado de los prejuicios, manías y ofuscaciones que lo irritan y perturban.
Un país no se gobierna por instrucciones, con base en órdenes jerárquicas que deben ser prontamente y sin discusión aceptadas y ejecutadas por unos gobernados que no son tenidos en cuenta por sus gobernantes: la Patria no es un cuartel ni la convivencia cotidiana una batalla permanente.
Nuevos signos, genuinos gestos, razonadas conductas vienen siendo propuestos y ejercidos por un grupo fresco, espontáneo, significativo de nuestro real y mejor futuro que no quiere aceptar que el porvenir ofrecido, en públicas e infelices palabras por su Gobernante Mayor, se parezca al carajo ni mucho menos ser tratado a carajazo limpio por sargentones trasnochados.
Los demócratas verdaderos no aceptamos el carajo como destino ni los carajazos como respuesta, aunque el Líder haciendo buen uso de la libertad que predicamos para ser indiscutiblemente ejercida, puede llevarse con ÉL, libremente, sus vallas y sus afiches, sus cánticos de guerra y sus expresiones de intolerancia, sus uniformes, franelas y boinas, al carajo propuesto, para que le adornen y le engalanen un poco la vida en ese monocorde lugar a donde manda con diaria frecuencia a quienes gobierna como si fueran novillos para el matadero, ganado en llano, borregos sin raciocinio, majunches sin dignidad.
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