ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 18 de diciembre de 2012 12:00 AM
De las muchas lecturas que se puedan hacer acerca de la derrota del 16-D, la condena a priori, la justificación simplona, la aceptación resignada o la huida hacia delante, trasciende un dato concreto: la oposición no le está llegando a la gente con la fuerza y la convicción necesarias para ganar una elección. El ventajismo, el uso obsceno de los recursos del Estado-partido, la abstención, el peso innegable de la figura presidencial en la decisión de los electores, el miedo a las represalias, el temor a lo desconocido y pare usted de contar, no alcanzan, todos juntos, para explicar las causas de lo que no es exagerado calificar como debacle electoral. Y afortunadamente es así porque si se dependiera de esos factores externos, ajenos a la propia estructura y funcionamiento de la unidad democrática, el problema no tendría solución.
Pero algo está fallando en un mecanismo unitario que había ofrecido resultados positivos a lo largo de los últimos torneos electorales en una progresión ascendente cuyo final abrupto, el domingo pasado, exige análisis, revisión y una explicación satisfactoria a un elector a quien se culpa de pasividad y de una abstención cómplice que deben tener una razón, más allá de acusaciones apresuradas y acomodaticias.
Claro, es fácil criticar desde afuera y sobre todo un enorme esfuerzo que ha permitido vencer resistencias, armonizar estrategias, acordar intereses contrapuestos, superar diferencias ideológicas y vencer pequeños egoísmos, todos logros de la Mesa de la Unidad Democrática, pero tampoco podemos dejar de señalar que la falla quizás se localiza en la falta de llegada al sector más numeroso de la población.
Buena parte de esa inmensa mayoría desposeída cree en Chávez y sí, (aunque suene cursi) lo ama. Sea por las dádivas, sea porque conecta con ellos en una dimensión que trasciende la lógica, sea porque los engaña (y se engaña a sí mismo con sus promesas incumplidas), lo cierto es que Chávez no sólo logra eso, sino transferir esos atributos a los más anodinos, incoloros e impresentables candidatos de su partido, ahora convertidos en gobernadores electos.
No en balde la oposición sigue ganando en las grandes urbes y perdiendo en los campos, en la provincia de la provincia (Carlos Raúl Hernández dixit) y eso sólo se supera con trabajo político, una presencia permanente en las comunidades y auténtica vocación de servicio. Pero hay tres personajes que han entendido el asunto y obrado en consecuencia: Henrique Capriles, Henri Falcón y Liborio Guarulla son percibidos en sus estados (y con eso no descalificamos a quienes perdieron) como auténticos dirigentes populares. Al punto que el primero consolida su condición de líder nacional y se convierte en eventual candidato presidencial.
Pero algo está fallando en un mecanismo unitario que había ofrecido resultados positivos a lo largo de los últimos torneos electorales en una progresión ascendente cuyo final abrupto, el domingo pasado, exige análisis, revisión y una explicación satisfactoria a un elector a quien se culpa de pasividad y de una abstención cómplice que deben tener una razón, más allá de acusaciones apresuradas y acomodaticias.
Claro, es fácil criticar desde afuera y sobre todo un enorme esfuerzo que ha permitido vencer resistencias, armonizar estrategias, acordar intereses contrapuestos, superar diferencias ideológicas y vencer pequeños egoísmos, todos logros de la Mesa de la Unidad Democrática, pero tampoco podemos dejar de señalar que la falla quizás se localiza en la falta de llegada al sector más numeroso de la población.
Buena parte de esa inmensa mayoría desposeída cree en Chávez y sí, (aunque suene cursi) lo ama. Sea por las dádivas, sea porque conecta con ellos en una dimensión que trasciende la lógica, sea porque los engaña (y se engaña a sí mismo con sus promesas incumplidas), lo cierto es que Chávez no sólo logra eso, sino transferir esos atributos a los más anodinos, incoloros e impresentables candidatos de su partido, ahora convertidos en gobernadores electos.
No en balde la oposición sigue ganando en las grandes urbes y perdiendo en los campos, en la provincia de la provincia (Carlos Raúl Hernández dixit) y eso sólo se supera con trabajo político, una presencia permanente en las comunidades y auténtica vocación de servicio. Pero hay tres personajes que han entendido el asunto y obrado en consecuencia: Henrique Capriles, Henri Falcón y Liborio Guarulla son percibidos en sus estados (y con eso no descalificamos a quienes perdieron) como auténticos dirigentes populares. Al punto que el primero consolida su condición de líder nacional y se convierte en eventual candidato presidencial.
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