MIGUEL ÁNGEL SANTOS | EL UNIVERSAL
domingo 30 de diciembre de 2012 12:00 AM
Ahora que se termina el año, cuando algunos signos apuntan hacia otro evento electoral muy poco auspicioso, se me vino a la mente aquella mañana de domingo en Catia. Nos habían dicho que "lo de Henrique Capriles" empezaría a las doce, pero ya avezados con la dinámica del candidato, llegamos al bulevar alrededor de la una. Yo había estado un par de veces antes en Catia, en el barrio El Observatorio, por cortesía del padre Armando Jensen, pero aquello era otra cosa. Ahora sé que la magnitud de Catia es suficientemente vasta como para eso, para albergar espacios con rasgos y ritmos muy distintos, que existen "las afueras de Catia" y que El Observatorio es algo que los vecinos del lugar llaman "allá".
Estacionamos la moto cerca de la estación del Metro. Por allí no había rastros de oposición. Era, como decían los documentos oficiales antiguos cuando así correspondía, "un día de mercado". El bulevar estaba inmerso en esa actividad frenética, todos sus locales abiertos y la sección pedestre ocupada por vendedores de electrodomésticos. La propaganda oficial tenía copado cada árbol, cada poste de luz, y no pocas de las fachadas de los comercios. Parados en medio de aquella algarabía, aguzamos los oídos. Nada. Decidimos caminar dos o tres cuadras en cada dirección, hacer una suerte de cruz, convencidos de que así daríamos con la concentración. Por allí cada quien estaba en lo suyo, en el abastecerse de la manera más económica posible. Allí se gestaba la chispa que da origen al hecho económico en su expresión más simple, también la más genuina. Al fin, en uno de esos giros, fuimos sorprendidos por unos gritos "¡allá va!" y empezamos a correr.
Logramos alcanzar al grupo de avanzada. Una vez en el cauce, el entusiasmo de la concentración era innegable, difícil de conciliar con la apatía de las calles circundantes. La gente en los balcones se asomaba curiosa, no había en ellos euforia pero tampoco animadversión, mientras veían pasar al candidato como una exhalación. Corríamos detrás del 7-0, corríamos para poder dejar de correr. Durante el exigente recorrido, levanté la cabeza buscando aire varias veces y di así con las señales de tránsito, "Propatria" recto, "23 de Enero" a la derecha, "avenida Sucre", vaya usted a saber. Nombres que hasta entonces solo había leído en alguna crónica de José Ignacio Cabrujas. Catia nos había dejado entrar. No se podía concluir otra cosa y, pensándolo bien, no se podía tener aquello a menos.
Allí vive, acaso es allí en donde empieza, el otro país. Un país con rasgos diferentes, con otras urgencias, con una manera muy particular -que hasta hoy nos es no solo desconocida sino también esquiva- de concebir la cotidianeidad y el progreso. En alguna medida se logró interpretar algunas de sus preocupaciones, capitalizar su desengaño. Pero no fue suficiente. Sigue habiendo vastas zonas de Venezuela en donde la oposición no existe. Tanto en presidenciales como en regionales, la cantidad de votos opositores cae de manera exponencial en la medida en que el centro de votación se aleja de las grandes ciudades. Mientras sea así será difícil, ya no digamos ganar, sino mantener el poder con un mínimo de paz social. La coyuntura ahora nos favorece, siempre que estemos dispuestos a esperar. Se abre la posibilidad de que sea el Gobierno quien recoja lo que ha sembrado, de que sean ellos a quienes se les venga abajo la promesa de lo imposible. Mientras tanto, a la oposición le viene muy bien el interregnum para desarrollar ese entendimiento que hoy tanta falta nos hace, para elaborar esa narrativa que atraiga a ese otro país, una en donde se identifique plenamente y que capitalice la enorme decepción. Ya no hay razón para correr. Feliz Año 2013.
Estacionamos la moto cerca de la estación del Metro. Por allí no había rastros de oposición. Era, como decían los documentos oficiales antiguos cuando así correspondía, "un día de mercado". El bulevar estaba inmerso en esa actividad frenética, todos sus locales abiertos y la sección pedestre ocupada por vendedores de electrodomésticos. La propaganda oficial tenía copado cada árbol, cada poste de luz, y no pocas de las fachadas de los comercios. Parados en medio de aquella algarabía, aguzamos los oídos. Nada. Decidimos caminar dos o tres cuadras en cada dirección, hacer una suerte de cruz, convencidos de que así daríamos con la concentración. Por allí cada quien estaba en lo suyo, en el abastecerse de la manera más económica posible. Allí se gestaba la chispa que da origen al hecho económico en su expresión más simple, también la más genuina. Al fin, en uno de esos giros, fuimos sorprendidos por unos gritos "¡allá va!" y empezamos a correr.
Logramos alcanzar al grupo de avanzada. Una vez en el cauce, el entusiasmo de la concentración era innegable, difícil de conciliar con la apatía de las calles circundantes. La gente en los balcones se asomaba curiosa, no había en ellos euforia pero tampoco animadversión, mientras veían pasar al candidato como una exhalación. Corríamos detrás del 7-0, corríamos para poder dejar de correr. Durante el exigente recorrido, levanté la cabeza buscando aire varias veces y di así con las señales de tránsito, "Propatria" recto, "23 de Enero" a la derecha, "avenida Sucre", vaya usted a saber. Nombres que hasta entonces solo había leído en alguna crónica de José Ignacio Cabrujas. Catia nos había dejado entrar. No se podía concluir otra cosa y, pensándolo bien, no se podía tener aquello a menos.
Allí vive, acaso es allí en donde empieza, el otro país. Un país con rasgos diferentes, con otras urgencias, con una manera muy particular -que hasta hoy nos es no solo desconocida sino también esquiva- de concebir la cotidianeidad y el progreso. En alguna medida se logró interpretar algunas de sus preocupaciones, capitalizar su desengaño. Pero no fue suficiente. Sigue habiendo vastas zonas de Venezuela en donde la oposición no existe. Tanto en presidenciales como en regionales, la cantidad de votos opositores cae de manera exponencial en la medida en que el centro de votación se aleja de las grandes ciudades. Mientras sea así será difícil, ya no digamos ganar, sino mantener el poder con un mínimo de paz social. La coyuntura ahora nos favorece, siempre que estemos dispuestos a esperar. Se abre la posibilidad de que sea el Gobierno quien recoja lo que ha sembrado, de que sean ellos a quienes se les venga abajo la promesa de lo imposible. Mientras tanto, a la oposición le viene muy bien el interregnum para desarrollar ese entendimiento que hoy tanta falta nos hace, para elaborar esa narrativa que atraiga a ese otro país, una en donde se identifique plenamente y que capitalice la enorme decepción. Ya no hay razón para correr. Feliz Año 2013.
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