LINDA D´AMBROSIO | EL UNIVERSAL
martes 25 de diciembre de 2012 12:00 AM
Hablar de las cosas más sencillas, sobre todo para los que tenemos cierta edad, supone una clara referencia al programa semanal de televisión conducido por Aquiles Nazoa, que durante años transmitiera la Televisora Nacional.
Nazoa disertaba sobre infinidad de temas, con aquella gesticulación característica de sus manos, que parecían llevar su propio discurso paralelo, lejos de limitarse a subrayar lo que pretendía expresar su dueño. Lo que resultaba admirable era que, en efecto, cualquier cosa, la más sencilla, podía convertirse en objeto de reflexión y desencadenar un discurso acerca de sus propiedades, su historia, o las anécdotas que rodeaban las prácticas en que se veía envuelta.
No cualquiera hubiera podido llevar adelante este cometido con éxito: solo un hombre dotado de las cualidades que caracterizaban a Nazoa podía enlazar cualquier evento insignificante con otras situaciones históricas, ver en cualquier ritual lo que de esencialmente humano había y, haciendo uso de su agudeza, exaltar las facetas más humorísticas de un suceso.
Nazoa era, él mismo, un hombre sencillo, nacido en El Guarataro e hijo de un jardinero, lo que no le impidió desarrollar el extraordinario potencial intelectual del que estaba provisto e incursionar en las más diversas áreas. Señala por ejemplo, Franklin Padilla, Director del Postgrado de Psiquiatría de la Universidad Central de Venezuela, que era frecuente encontrarlo en las reuniones clínicas del Hospital Vargas, sentado discretamente como un observador más.
Con una formación esencialmente autodidáctica, destacó como escritor, poeta y humorista, iniciando sus labores periodísticas en El Universal: hacia 1935 comenzó como empaquetador en esta casa, desempeñándose sucesivamente en el archivo de clichés, la tipografía y la corrección de pruebas. Ya para 1938 había sido enviado a Puerto Cabello como corresponsal de este diario, y en los años cuarenta mantuvo en él una columna titulada "Por la misma calle".
Su mirada sobre la ciudad, que desembocaría por ejemplo en su obra Caracas física y espiritual, preserva a modo de instantáneas las costumbres caraqueñas, las que fueron y las que perviven en el tiempo y, por supuesto, aquellas asociadas a la Navidad. "Sólo la hallaca en su cartuje verde, permanece y sobrevive, como un cofre submarino que alojara, a prueba de piratas, la personalidad nacional" dijera el intelectual, nuestro más típico manjar decembrino.
Desde hace varios años me he decantado por su Retablillo de Navidad para desear felicidad en estas fechas. Sus versos, también sencillos, nos desvelan la sencilla humanidad de una humilde pareja que, en el trance de la proximidad del parto, busca un lugar para cobijarse, una pareja con la que cualquiera de nosotros podría sentirse identificado: Él le dice "esposa mía/ ten calma, vamos a ver.../nos abrirán al saber/
que te encuentras en estado/ y un lecho busca prestado/ tu Niño para nacer".
En el ámbito de la fe, la búsqueda de posada alude al corazón del creyente, en el que ha de alojarse la Palabra de la misma forma que la semilla que cae en terreno fértil según la parábola del sembrador. En un contexto desprovisto de connotaciones religiosas, este episodio, histórico o poético, sigue siendo un llamado a la solidaridad, y la narración de un niño que, naciendo en el más humilde de los establos se proyecta como una esperanza, sigue siendo una invitación a recordar que hay otras personas que, teniendo las mismas necesidades materiales y emocionales que nosotros, no siempre encuentran la manera de satisfacerlas.
Quizá esta experiencia anualmente renovada de la Navidad debería estimularnos simplemente a comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, no sólo en un estadio social o político, sino en nuestra cotidianidad inmediata, en lo más próximo: en el prójimo; a velar porque no carezcan de apoyo, de respeto, de atención. Porque a veces lo que falta, son las cosas más sencillas
Nazoa disertaba sobre infinidad de temas, con aquella gesticulación característica de sus manos, que parecían llevar su propio discurso paralelo, lejos de limitarse a subrayar lo que pretendía expresar su dueño. Lo que resultaba admirable era que, en efecto, cualquier cosa, la más sencilla, podía convertirse en objeto de reflexión y desencadenar un discurso acerca de sus propiedades, su historia, o las anécdotas que rodeaban las prácticas en que se veía envuelta.
No cualquiera hubiera podido llevar adelante este cometido con éxito: solo un hombre dotado de las cualidades que caracterizaban a Nazoa podía enlazar cualquier evento insignificante con otras situaciones históricas, ver en cualquier ritual lo que de esencialmente humano había y, haciendo uso de su agudeza, exaltar las facetas más humorísticas de un suceso.
Nazoa era, él mismo, un hombre sencillo, nacido en El Guarataro e hijo de un jardinero, lo que no le impidió desarrollar el extraordinario potencial intelectual del que estaba provisto e incursionar en las más diversas áreas. Señala por ejemplo, Franklin Padilla, Director del Postgrado de Psiquiatría de la Universidad Central de Venezuela, que era frecuente encontrarlo en las reuniones clínicas del Hospital Vargas, sentado discretamente como un observador más.
Con una formación esencialmente autodidáctica, destacó como escritor, poeta y humorista, iniciando sus labores periodísticas en El Universal: hacia 1935 comenzó como empaquetador en esta casa, desempeñándose sucesivamente en el archivo de clichés, la tipografía y la corrección de pruebas. Ya para 1938 había sido enviado a Puerto Cabello como corresponsal de este diario, y en los años cuarenta mantuvo en él una columna titulada "Por la misma calle".
Su mirada sobre la ciudad, que desembocaría por ejemplo en su obra Caracas física y espiritual, preserva a modo de instantáneas las costumbres caraqueñas, las que fueron y las que perviven en el tiempo y, por supuesto, aquellas asociadas a la Navidad. "Sólo la hallaca en su cartuje verde, permanece y sobrevive, como un cofre submarino que alojara, a prueba de piratas, la personalidad nacional" dijera el intelectual, nuestro más típico manjar decembrino.
Desde hace varios años me he decantado por su Retablillo de Navidad para desear felicidad en estas fechas. Sus versos, también sencillos, nos desvelan la sencilla humanidad de una humilde pareja que, en el trance de la proximidad del parto, busca un lugar para cobijarse, una pareja con la que cualquiera de nosotros podría sentirse identificado: Él le dice "esposa mía/ ten calma, vamos a ver.../nos abrirán al saber/
que te encuentras en estado/ y un lecho busca prestado/ tu Niño para nacer".
En el ámbito de la fe, la búsqueda de posada alude al corazón del creyente, en el que ha de alojarse la Palabra de la misma forma que la semilla que cae en terreno fértil según la parábola del sembrador. En un contexto desprovisto de connotaciones religiosas, este episodio, histórico o poético, sigue siendo un llamado a la solidaridad, y la narración de un niño que, naciendo en el más humilde de los establos se proyecta como una esperanza, sigue siendo una invitación a recordar que hay otras personas que, teniendo las mismas necesidades materiales y emocionales que nosotros, no siempre encuentran la manera de satisfacerlas.
Quizá esta experiencia anualmente renovada de la Navidad debería estimularnos simplemente a comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, no sólo en un estadio social o político, sino en nuestra cotidianidad inmediata, en lo más próximo: en el prójimo; a velar porque no carezcan de apoyo, de respeto, de atención. Porque a veces lo que falta, son las cosas más sencillas
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