VÍCTOR SALMERÓN | EL UNIVERSAL
martes 18 de diciembre de 2012 12:00 AM
Tras seis años de boom petrolero el modelo toca techo. Basta observar que entre 2006 y 2012 el Gobierno ha recibido 501 mil millones de dólares por exportaciones petroleras y la pobreza, según el INE, tan solo se redujo en este tiempo 4,1 puntos, es decir, cada punto de rebaja ha necesitado de 122 mil millones de dólares provenientes del barril.
En buena parte la explicación de este resultado tan mediocre está en que a los instintos básicos del petroestado el Gobierno de Hugo Chávez añadió el propósito de desplazar al sector privado, algo que indudablemente tenía que tener consecuencias en la reducción de la pobreza y el desenvolvimiento general de la economía.
Ante la buena fortuna en la ruleta de los precios del petróleo el chavismo respondió con los mecanismos clásicos: sobrevaluación de la moneda que estimula las importaciones y frena el crecimiento de la industria; endeudamiento acelerado porque la fortaleza del barril mejora su perfil ante los prestamistas; mantenimiento de subsidios como precios de la gasolina que no cubren los costos de Pdvsa, y aumento explosivo del gasto y el número de empleados públicos.
El resultado es un desbalance gigantesco en las cuentas públicas. El Gobierno tiene un diferencial entre ingresos y gastos de 15% del PIB, uno de los más elevados del planeta. Para disminuir la brecha el gabinete económico tiene en agenda una devaluación que permitiría obtener más bolívares por los petrodólares, aumento del precio de la gasolina y moderación en el gasto, pero la agenda política ha llevado a pensar seriamente en retrasar el ajuste.
No hay salida fácil. Para no devaluar y mantener el gasto en medio de una nueva campaña electoral, si es que en definitiva Hugo Chávez sale del poder, habría que endeudarse masivamente y, a la vez, solicitarle al Banco Central que continúe imprimiendo bolívares para financiar a Pdvsa.
La inyección de bolívares se traduciría en más inflación o en escasez si el Gobierno no permite que aumenten los precios y, al cabo de un semestre, la relación de deuda sobre PIB será más comprometedora y la corrección de la sobrevaluación más difícil.
La postergación tendrá costos.
En buena parte la explicación de este resultado tan mediocre está en que a los instintos básicos del petroestado el Gobierno de Hugo Chávez añadió el propósito de desplazar al sector privado, algo que indudablemente tenía que tener consecuencias en la reducción de la pobreza y el desenvolvimiento general de la economía.
Ante la buena fortuna en la ruleta de los precios del petróleo el chavismo respondió con los mecanismos clásicos: sobrevaluación de la moneda que estimula las importaciones y frena el crecimiento de la industria; endeudamiento acelerado porque la fortaleza del barril mejora su perfil ante los prestamistas; mantenimiento de subsidios como precios de la gasolina que no cubren los costos de Pdvsa, y aumento explosivo del gasto y el número de empleados públicos.
El resultado es un desbalance gigantesco en las cuentas públicas. El Gobierno tiene un diferencial entre ingresos y gastos de 15% del PIB, uno de los más elevados del planeta. Para disminuir la brecha el gabinete económico tiene en agenda una devaluación que permitiría obtener más bolívares por los petrodólares, aumento del precio de la gasolina y moderación en el gasto, pero la agenda política ha llevado a pensar seriamente en retrasar el ajuste.
No hay salida fácil. Para no devaluar y mantener el gasto en medio de una nueva campaña electoral, si es que en definitiva Hugo Chávez sale del poder, habría que endeudarse masivamente y, a la vez, solicitarle al Banco Central que continúe imprimiendo bolívares para financiar a Pdvsa.
La inyección de bolívares se traduciría en más inflación o en escasez si el Gobierno no permite que aumenten los precios y, al cabo de un semestre, la relación de deuda sobre PIB será más comprometedora y la corrección de la sobrevaluación más difícil.
La postergación tendrá costos.
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