DANIEL LANSBERG RODRÍGUEZ | EL UNIVERSAL
viernes 21 de diciembre de 2012 12:00 AM
El viernes pasado, Adam Lanza, un asesino adolescente, entró a una pequeña escuela de primaria con dos armas de nueve milímetro y un fusil semiautomático y comenzó a disparar. En pocos minutos había matado a veinte niñitos y a seis maestros que habían tratado de protegerlos. Cuando llegó la policía, Lanza se suicidó, y con él, murió cualquier esperanza de poder obtener algún tipo de explicación o coherencia tras la inimaginable tragedia.
Inimaginable, pero predecible, ya que ocurrencias así se han vuelto bastante comunes en Estados Unidos. Después de la tragedia, el presidente Barack Obama emitió declaraciones al efecto. Dijo que intentaría reducir la disponibilidad de armamentos entre la población general, una iniciativa que aunque bastante bien recibida por el público norteamericano, probablemente no llegará muy lejos.
En Estados Unidos, la Constitución ha mantenido el estar armado como un derecho fundamental desde 1789, y durante todo ese tiempo cualquier intento de limitarla ha estado condenado al fracaso. Parte de la población, ve el mantenerse armado, no sólo necesario para poder defenderse cuando el gobierno no logra hacerlo, sino también para defenderse del propio gobierno.
Coincidentemente, el mismo día que ocurrió dicha masacre, un evento parecido sucedió al otro lado del mundo en una escuela de primaria situada en la provincia de Henan en la China. Otro asesino, también con largo historial de desequilibrio mental, entró armado a una escuela de primaria e intentó masacrar a jóvenes estudiantes. Aunque más de veinte personas resultaron heridas en el ataque, incluyendo al asaltante, no hubo fatalidades. Siendo China un Estado policial que no permite armas a la ciudadanía, el asalto se llevó a cabo con un puñal, li mitando de tal manera el potencial destructivo del intento.
Es una locura, lo fácil que resulta armarse en Estados Unidos, y por más que lo intente, aun no logro ver la conexión directa entre mantener a una ciudadanía armada y evitar el crecimiento de un Estado totalitario. Las armas crean miedo, y el miedo invita a los gobiernos a tener cada vez más control de nuestras vidas. Mientras tanto Canadá, el Reino Unido y Japón –sin mencionar a muchos países mas– han logrado limitar las armas bastante bien sin sofocar a la libre expresión o a los derechos democráticos.
Cuando se escribió la Constitución de EEUU, otra era la realidad y existían razones lógicas por las cuales era prioritario garantizarse la seguridad con armas individuales. En esa época, el poder cazar tu cena, imponer autoridad a tus esclavos y proteger tu hogar de algún oso grizzli o soldado británico, eran auténticas y válidas preocupaciones para la población. Pero éstas tienen hoy poca relevancia actual. Los fundadores norteamericanos, escribiendo en 1789, tampoco tenían manera de imaginarse cómo el rumbo tecnológico cambiaría por completo a las armas personales: convirtiendo escopetas antiguas en los fusiles automáticos de hoy. Tal vez, para los norteamericanos, una solución sería mantener legal cualquier arma que haya existido en 1789: cómodamente capaz de matar un venado pero no un teatro o un salón escolar lleno de inocentes.
Sin embargo para los venezolanos, las cosas tienden a ser más complicadas porque diariamente nos enfrentamos con peligros terribles, y aunque la ley limite fuertemente el uso de las armas por parte de la ciudadanía, millones de armas circulan en manos del hampa. La frecuencia con la cual el policía se vuelve ladrón, secuestrador o asesino también nos complica la posibilidad de mantener las armas en mano de las autoridades y no de los criminales.
El distanciamiento total de la ley venezolana en lo que se trata del delito armado, ha creado un mercado verdaderamente libre en lo que se trata de criminalidad. Este fenómeno tal vez tenga su lado beneficioso: que las armas resulten poco accesibles a personas como Adam Lanza a quien conocidos describían como un ser "torpe, taciturno y poco social." A personas de este tipo, infelices buscando la muerte, grandiosamente inclinados a llevarse algunos tantos inocentes con ellos, tal vez se les complique mantener los necesarios contactos interpersonales para poder navegar ese oscuro mercado con certeza, y adquirir las armas necesarias.
En Venezuela las armas se utilizan como símbolo de poder, no para escaparse de manera autodestructiva del sentirse impotente. ¿Pero qué tipo de victoria es esa?
Veo poca diferencia práctica entre un loco que mata a 20 niños en un salón, y que mueran 20 niños "accidentalmente" por medio de las innumerables culebras, altercados y robos fracasados que caracterizan la vida diaria en nuestras comunidades. El reto no debe ser cómo minimizar el daño de cada individuo loco, sino cómo extraer la locura del delito de nuestra sociedad: y eso no tiene respuesta fácil.
Inimaginable, pero predecible, ya que ocurrencias así se han vuelto bastante comunes en Estados Unidos. Después de la tragedia, el presidente Barack Obama emitió declaraciones al efecto. Dijo que intentaría reducir la disponibilidad de armamentos entre la población general, una iniciativa que aunque bastante bien recibida por el público norteamericano, probablemente no llegará muy lejos.
En Estados Unidos, la Constitución ha mantenido el estar armado como un derecho fundamental desde 1789, y durante todo ese tiempo cualquier intento de limitarla ha estado condenado al fracaso. Parte de la población, ve el mantenerse armado, no sólo necesario para poder defenderse cuando el gobierno no logra hacerlo, sino también para defenderse del propio gobierno.
Coincidentemente, el mismo día que ocurrió dicha masacre, un evento parecido sucedió al otro lado del mundo en una escuela de primaria situada en la provincia de Henan en la China. Otro asesino, también con largo historial de desequilibrio mental, entró armado a una escuela de primaria e intentó masacrar a jóvenes estudiantes. Aunque más de veinte personas resultaron heridas en el ataque, incluyendo al asaltante, no hubo fatalidades. Siendo China un Estado policial que no permite armas a la ciudadanía, el asalto se llevó a cabo con un puñal, li mitando de tal manera el potencial destructivo del intento.
Es una locura, lo fácil que resulta armarse en Estados Unidos, y por más que lo intente, aun no logro ver la conexión directa entre mantener a una ciudadanía armada y evitar el crecimiento de un Estado totalitario. Las armas crean miedo, y el miedo invita a los gobiernos a tener cada vez más control de nuestras vidas. Mientras tanto Canadá, el Reino Unido y Japón –sin mencionar a muchos países mas– han logrado limitar las armas bastante bien sin sofocar a la libre expresión o a los derechos democráticos.
Cuando se escribió la Constitución de EEUU, otra era la realidad y existían razones lógicas por las cuales era prioritario garantizarse la seguridad con armas individuales. En esa época, el poder cazar tu cena, imponer autoridad a tus esclavos y proteger tu hogar de algún oso grizzli o soldado británico, eran auténticas y válidas preocupaciones para la población. Pero éstas tienen hoy poca relevancia actual. Los fundadores norteamericanos, escribiendo en 1789, tampoco tenían manera de imaginarse cómo el rumbo tecnológico cambiaría por completo a las armas personales: convirtiendo escopetas antiguas en los fusiles automáticos de hoy. Tal vez, para los norteamericanos, una solución sería mantener legal cualquier arma que haya existido en 1789: cómodamente capaz de matar un venado pero no un teatro o un salón escolar lleno de inocentes.
Sin embargo para los venezolanos, las cosas tienden a ser más complicadas porque diariamente nos enfrentamos con peligros terribles, y aunque la ley limite fuertemente el uso de las armas por parte de la ciudadanía, millones de armas circulan en manos del hampa. La frecuencia con la cual el policía se vuelve ladrón, secuestrador o asesino también nos complica la posibilidad de mantener las armas en mano de las autoridades y no de los criminales.
El distanciamiento total de la ley venezolana en lo que se trata del delito armado, ha creado un mercado verdaderamente libre en lo que se trata de criminalidad. Este fenómeno tal vez tenga su lado beneficioso: que las armas resulten poco accesibles a personas como Adam Lanza a quien conocidos describían como un ser "torpe, taciturno y poco social." A personas de este tipo, infelices buscando la muerte, grandiosamente inclinados a llevarse algunos tantos inocentes con ellos, tal vez se les complique mantener los necesarios contactos interpersonales para poder navegar ese oscuro mercado con certeza, y adquirir las armas necesarias.
En Venezuela las armas se utilizan como símbolo de poder, no para escaparse de manera autodestructiva del sentirse impotente. ¿Pero qué tipo de victoria es esa?
Veo poca diferencia práctica entre un loco que mata a 20 niños en un salón, y que mueran 20 niños "accidentalmente" por medio de las innumerables culebras, altercados y robos fracasados que caracterizan la vida diaria en nuestras comunidades. El reto no debe ser cómo minimizar el daño de cada individuo loco, sino cómo extraer la locura del delito de nuestra sociedad: y eso no tiene respuesta fácil.
No comments:
Post a Comment