Vladimiro Mujica
28 Agosto, 2014
28 Agosto, 2014
Nunca como antes en el complejo proceso social y político venezolano de estos últimos quince años, ha sido tan necesario insistir en que frente a un gobierno incapaz y corrupto, dispuesto a mantenerse en el poder utilizando todos los medios a su disposición, incluyendo la represión y la tortura, las fuerzas democráticas tienen que actuar en todos los ámbitos permitidos por la Constitución. Prepararse para las elecciones parlamentarias y actuar con decisión en todos los espacios de protesta social organizada y pacífica.
Los ejemplos recientes del recule oficialista en temas cruciales como el aumento de la gasolina; el atropello brutal y el desconocimiento de las leyes laborales en Guayana, y el establecimiento de la infame tarjeta de racionamiento a la cubana pomposa y ridículamente disfrazada de sistema biométrico, indican que frente a una manifestación clara de descontento popular el gobierno simplemente retrocede. Ello, por supuesto, no indica que el régimen esté de modo alguno respetando las reglas del juego democrático, sino que el miedo a tener que enfrentar el descontento de sus propias huestes, atosigadas de mentiras que presentan un paraíso ficticio donde el pueblo vive feliz y enfrentadas a la realidad brutal de un país invivible, es un consejero muy poderoso y eficaz.
Al régimen chavista y sus herederos maduristas se les escapa el país de las manos no porque un movimiento político les esté disputando el poder, sino porque su incapacidad para manejar la crisis nacional, que sus propias políticas han provocado, ha hecho crecer astronómicamente su impopularidad entre sus mismas bases de apoyo. Sin dejar de reconocer la robustez de la oposición democrática, es innegable que el declive sostenido del chavismo-madurismo en la opinión pública es, en buena medida, de su propia hechura.
A primera vista resulta difícil de entender que el régimen no atine a corregir, cuando sabe exactamente lo que tiene que hacer en relación con los temas centrales del desastre económico. No corrige, no por ignorancia sino porque no se siente con fuerzas de asumir el costo político de una rectificación que confirmaría los peores temores de la ortodoxia antediluviana del PSUV que ha advertido sobre la entrega sin resquemores de la revolución al gran capital internacional.
Una operación que se planea tras bastidores, para obtener a cualquier precio los preciados dólares de la supervivencia de la oligarquía chavista.
De igual modo resulta difícil de entender a primera vista por qué la oposición se sigue desgastando en polémicas internas sobre las virtudes o perversiones de “la salida” cuando es innegable que el hecho político fundamental es que las protestas de este año mostraron una capacidad de rebeldía latente en la gente cuya magnitud sorprendió a los proponentes de acciones en la calle, a quienes las adversaban por considerarlas inconvenientes para la política de acumulación de fuerzas y al propio gobierno que no tuvo otra respuesta que la represión.
No hay contradicción de fondo entre las distintas líneas asomadas por los diversos sectores de la alternativa democrática mientras las mismas se mantengan en el marco constitucional y obedezcan a una estrategia conjunta que permita y no penalice la diversidad. No como una concesión graciosa, sino porque así como sería inadmisible que la oposición no se preparara a conciencia para el escenario electoral, del mismo modo es suicida poner todos los huevos en una sola canasta, sobre todo con un régimen tambaleante e inepto pero con una capacidad todavía intacta para destruir y reprimir. Nuevas rutas constitucionales de sustitución del gobierno, incluidas cosas que hoy resultan impensables como la renuncia del Presidente, podrían despejarse de modo inesperado como resultado de las protestas y la dirigencia opositora debe estar preparada para actuar en lugar de intentar forzar todos los cauces de acción hacia las elecciones.
La dinámica de la situación política obliga a moverse en varias direcciones en el medio de una situación tenazmente fluida. La iniciativa del Congreso Ciudadano, la de Ciudadanos por la Unidad, y la propuesta de una Asamblea Constituyente pueden y deben co-existir con la preparación electoral y la construcción de espacios de rebelión ciudadana organizada y direccionada a erosionar la base de apoyo del régimen. Sobre todo si existe la posibilidad, abierta por la situación de desastre nacional que vive Venezuela, de que las protestas y acciones ciudadanas sean acciones conjuntas del país rojo y el país azul.
Un sueño de reconciliación nacional que a lo mejor no puede sino producirse en las trincheras de la rebelión ciudadana, en la mejor tradición de nuestra Constitución.
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