Fernando Mires
Las jornadas de protesta iniciadas en Venezuela el 12 de Febrero de 2014 tuvieron (por lo menos) un doble carácter. Desde un lado fueron entendidas como un llamado de un sector de la oposición, destinado a mostrar en las calles el descontento frente a un gobierno incapaz de manejar la profunda crisis económica en la que ha sumido al país. Desde otro, una fracción opositora, la de La Salida (“Maduro vete ya”) intentó imprimir a la legítima protesta callejera una impronta frontal y maximalista sin consultar ni informar a la MUD, organización que hasta ese momento agrupaba a todos los partidos de la oposición. La Salida, en consecuencias, no solo partió dividida; además, nació dividiendo. La política del “salidismo” ha sido, hasta ahora, la política de la división.
Si agregamos que La Salida fue convocada poco tiempo después de la
derrota de la oposición en las elecciones municipales, no hay que
extrañarse de que hubiera sido entendida -y no solo por el chavismo-
como un desconocimiento de la legitimidad electoral, es decir como un
intento destinado a cambiar el curso adoptado, hasta ese momento, y de
modo unánime, por la unidad opositora (incluyendo a los salidistas). En
palabras directas, no pocos vieron en La Salida, y con razón, un golpe a
la MUD, o como dijo en un momento de ira Capriles, “una cuchillada en
mis espaldas”
Hoy conocemos los resultados. Jóvenes heridos y asesinados por el
régimen. Dirigentes políticos en prisión, entre ellos, uno de los más
valiosos, Leopoldo López. Desconcierto total en las filas opositoras.
Rencores mal disimulados. La posibilidad de que a partir de un sostenido
trabajo opositor entre los más pobres pudiese ser reestructurada la
oposición en su conjunto, ha sido lamentablemente postergada.
El régimen, gracias al pretexto que otorgó La Salida, ha terminado
por militarizarse por completo, creciendo en su interior las posiciones
más “duras”. El gran triunfador de La Salida fue, sin duda, Diosdado
Cabello.
Existen por cierto grupos que culpan a la MUD de haber traicionado a
La Salida a través del fracasado diálogo con el gobierno (¿cómo se
puede traicionar algo de lo cual no se forma parte?). Dicha explicación
invierte los hechos. Si no hubiera aparecido La Salida, la oposición no
habría tenido necesidad alguna de dialogar con Maduro. Por lo demás, el
diálogo fue impuesto, tanto al gobierno como a la oposición, por una
fuerte presión internacional, incluyendo la del propio Vaticano; un Papa
no es poca cosa.
Si la oposición no hubiese asistido a dialogar, Maduro habría
creado frente al mundo la imagen de un dialogante presidente enfrentando
a una oposición que solo acepta la confrontación armada. Que el
principal enemigo del diálogo dentro del gobierno hubiera sido Diosdado
Cabello, es un hecho que habla por sí solo. De tal modo, si Maduro fue
“desenmascarado” frente a la opinión internacional, no lo fue por la
Salida –que en el momento del diálogo vivía su fase terminal, o
guarimbera- sino por las palabras acusatorias que tuvo que escuchar en
el llamado diálogo. Dichas palabras recorrieron el mundo.
Error sobre error. Después de la derrota de La Salida, una fracción
de quienes la propiciaron hizo un llamado a formar una Asamblea
Constituyente, como si ya hubiera derrotado al régimen y tuviera detrás
de sí a la absoluta mayoría del pueblo y más aún, a todo el ejército.
Pero además, llamaron a derogar a la Constitución vigente, a esa misma
por la cual la oposición unida se había batido en un triunfante
plebiscito, hasta ahora, la derrota más grande propinada por la
oposición al chavismo.
La práctica consecuente de la política de la división no tardaría
en apoderarse de los propios convocadores. Llegó un momento en el cual,
en un ejemplo de absoluto desorden e incapaces de diseñar algo parecido a
un objetivo común, cada uno ofrecía al “pueblo” un objetivo diferente.
Así, mientras unos llamaban a una asamblea constituyente, otra llamaba a
un exótico congreso ciudadano (algo así como una junta de notables del
siglo XlX) y el otro llamaba a una encerrona de la MUD consigo misma.
Ahora bien, todo esto tendría una explicación coherente si entre
los tres convocadores y la MUD, y entre los tres entre sí, hubiese
grandes diferencias programáticas. Pero, evidentemente, no las hay. Y si
nos las hay, no queda otra alternativa sino pensar que lo que los une, y
al mismo tiempo separa, son solo mezquinas luchas por el liderazgo. Si
eso es así, alguna vez tendrán que convencerse de que el liderazgo no lo
puede ejercer ninguno por sí solo, por muchas que sean las cualidades
personales. Eso quiere decir, o hay liderazgo compartido en el marco de
una oposición unida en sus diferencias, o no habrá liderazgo.
Henrique Capriles, quien ha sido atacado por los plumarios del
divisionismo de una forma aún más brutal que por el chavismo, ha optado
por retirarse al terreno donde mejor se mueve: entre los sectores más
pobres, lejos de las disputas de dirigentes sin dirigidos y de
fracciones conspirando en los grandes hoteles de Caracas. La prensa
diaria, sobre todo la digital, lo muestra preocupado por la escasez que
azota a cada hogar, distribuyendo títulos de viviendas, materiales de
construcción, rodeado de amas de casa mirandinas a las que les interesa
un carajo una asamblea constituyente o un congreso de ciudadanos y mucho
menos las frases huecas de oradores rimbombantes que solo hablan para
que los escuche la historia.
Hace bien Capriles. Quizás a través de su intensa práctica social
ya ha aprendido que la siembra comienza no con la cosecha sino con el
arado. La suya es una lucha que si bien requiere de la MUD, trasciende a
la MUD. Por lo menos ya sabe que si alguien no es capaz de conquistar
el apoyo de los que ayer creyeron en las promesas del chavismo, esto es,
si no se ensucia en los caminos, pueblos y cerros, nunca va a haber un
cambio importante en su país.
El tiempo trabaja a su favor. Cada día las elecciones
parlamentarias estarán más cerca. Llegará el momento en el que no pocos
tendrán que decidir si continúan realizando actos políticos de gala,
escuchándose y aplaudiéndose entre sí, o se suman al trabajo gris de una
campaña electoral donde cada candidato será un líder local en contra de
un régimen política, social y económicamente destructivo.
Capriles, por lo visto, ya comenzó la campaña parlamentaria por su
cuenta. De algún modo parece haber intuido que no vale la pena
sacrificar nada por una unidad sin objetivos. Y si es necesario romper
con algunos de los que ayer lo acompañaron, deberá hacerlo.
Al fin, en la política, a diferencias de lo que ocurre en la vida íntima, no existen los matrimonios por amor.
No comments:
Post a Comment