Rubén Monasterios
En mis tiempos de primaria llegué a creer que eso de la Historia era un asunto de militares. No tengo el libro a mí disposición y lo que evoco de él es remoto y confuso; siendo así, posiblemente no sea exacto el recuerdo, pero el hecho es que al pensar en la Historia Elemental de Venezueladel ilustre Hno. Nectario María, sólo vienen a mi memoria una sucesión de acciones bélicas y de datos relacionados con ellas: cuánta tropa comandaba aquel jefe, quién ganó tal batalla, el número de cañones a disposición de este otro; generales figurando como Padres de la Patria, héroes y Presidentes; la presencia de civiles en los aconteceres que le dieron forma a la nación lucía como excepción. Por extender la indagación a otros predios y contribuir a la difusión de una imagen de Venezuela más rica en matices y sin tufos cuartelarios, se hace valioso un libro comoCiviles, de Rafael Arráiz Lucca (Editorial Alfa. Caracas, 2014). Un título de elegante simplicidad y denso contenido.
Se suma esta obra a la de otros ensayistas e historiadores, entre ellos Úslar Pietri (Letras y hombres de Venezuela) y Yolanda Segnini (Las luces del gomecismo) en su cumplido propósito de mostrar la cara de próceres que en lugar de armas y sin mediar la violencia, se valieron de la reflexión y de instrumentos como la pluma, el pincel, el microscopio, la regla de cálculos y otros cuantos semejantes en su empeño de construir el país.
Civiles es una pieza de Historia, vale decir, una obra sometida a ciertos rigores metodológicos de investigación y exposición; en conjunto, “Estos ensayos se han ido tejiendo a lo largo de unos cuantos años” (Arráiz Lucca); así, pues, fueron escritos como monografías, muy probablemente atendiendo a circunstancias propicias, en lugar de ajustarse a un proyecto específico. La cita del autor viene a lugar a propósito de explicar el desbalance de la obra en cuanto a la selección de personalidades representativas de los variados quehaceres de la civilidad, y la todavía más notable concerniente a los géneros; en cualquier caso, no le resta coherencia ni lo desvía de su objetivo de exaltar la civilidad. En este libro puede aplicarse con exactitud el proverbio No están todos los que son, pero son todos los que están. La mayoría de los estudiados fueron políticos o intelectuales de otras ocupaciones y vocaciones cuyas circunstancias terminaron comprometiéndolos en esa actividad.
Lo biográfico suele resolverse en un rápido bosquejo; los ensayos en cuestión están focalizados en la obra del hombre, mediante una escritura que hace de Civiles una lectura gratísima e interesante; lo primero por su prosa nítida y fluida, en la que se exponen en forma amena hasta temas áridos, como lo son los económicos; interesante, por los juicios y apreciaciones de RAL; al desvanecer sombras impuestas al personaje por las tradiciones, establecer conexiones entre acciones públicas suyas que parecían desarticuladas, precisar otras a partir de evidencias y gracias a la originalidad de sus enfoques, el autor nos hace ver nuevas facetas de quienes son objeto de su atención, o aporta un perfil más definido de ellos. Véase al respecto el capítulo dedicado a Rómulo Betancourt. Se detiene a examinar “las cuatro versiones que dio Betancourt a lo largo de su vida sobre el 18 de octubre de 1945”; un detallado análisis lo lleva a descartar las razones retóricas y a la explicación de lo esencial del acontecimiento.
Es un libro que puede empezar a leerse en cualquiera de sus capítulos; porque, no obstante el orden cronológico de la presentación de los personajes, no es determinante en la exposición del material. Por cuanto los de más antigua figuración en la historia como lo son Madariaga, Bello, José María Vargas… uno ─supuestamente─ “se los sabe” por ser familiares a cualquier venezolano más o menos ilustrado, empecé por el último: Carlos Andrés Pérez, no tanto por desconocer su obra, porque la viví íntegra desde una perspectiva crítica, sino más bien animado por el propósito de contrastar juicios y puntos de vista con el autor; encontré una visualización coincidente respecto al personaje, del cual he llegado a pensar que su marca en la Historia podría resumirse en la frase grandeza en medio del pantanal.
Con el análisis de los gobiernos de CAP realizado por Arráiz Lucca se acentúa un perfil de ese personaje que poco a poco va cobrando forma, el de estadista. Muchos de nosotros incubamos sentimientos opuestos respecto a CAP; nos quitamos el sombrero ante su actitud política, dado que “fue el último gran político de la Venezuela democrática y civil y, sin la menor duda, un demócrata absoluto, convencido y practicante” (p. 338) y aplaudimos determinadas disposiciones económicas, así como la generalidad de sus proyectos culturales; pero, a la vez, sentíamos repugnancia por “… la corrupción administrativa, para la que se contaba con indicios fundamentados”… (p. 326) habida en sus gobiernos; la deshonestidad opacó su liderazgo de extensión internacional y el plausible ideal de La Gran Venezuela. El país fue víctima de una rapiña que el mandatario no quiso o no encontró forma de controlar. RAL deja constancia del hecho, sin afincarse en el asunto; en lugar de hurgar en el pantanal prefiere revisar lo positivo ─la grandeza─ y desmontar la singular dinámica de los mandatos de CAP.
Y en cuanto a que uno “se sabe” a los más tempranos próceres civiles de nuestra historia, ¡no lo crea! Al abordarlos llevado por la pluma de Arráiz descubrí facetas escondidas por lo anecdótico, que me hicieron entenderlos a más cabalidad en su esfuerzo constructor del país. Su análisis también me condujo a observar con otra óptica a varios de esos ilustres venezolanos, por injustificadas razones vistos muy por encima o con franca indiferencia; a Juan Germán Roscio, digamos. Sí, por supuesto, tenía idea de su papel en la redacción de los textos fundamentales, pero sólo vine a apreciar la magnitud de su obra El triunfo de la libertad sobre el despotismo a partir de la luz que Arráiz pone sobre ella. Como dice el autor refiriéndose al libro: “Si llegan a veinte los venezolanos que han leído su obra, exagero”… Bueno, yo no estoy entre ellos.
Civiles de ningún modo es una diatriba al militarismo; es una afirmación de la civilidad, y hasta puede verse como una demostración del potencial creador intrínseco en la combinación de ambas cosas; Arráiz Lucca no vacila en destacar el respeto a las leyes del general Páez en el caso de J.M. Vargas, ni en reseñar el rol esencial de otro general, Guzmán Blanco, en la realización de la obra monumental de Tovar y Tovar; sin el respaldo del “Déspota Ilustrado” el pintor seguiría siendo grande, pero muy probablemente sus connacionales no dispondríamos de la iconografía histórica que nos es familiar, ni un asombrado Siqueiros, al ver su obra magnífica en el Salón Elíptico, hubiera podido decir que fue el mayor muralista de su época en toda Latinoamérica.
Civiles y los demás libros de su misma temática, son obras imprescindibles en la formación de la conciencia nacional de vigencia persistente; son lecturas necesarias de cada generación. Llegó a mis manos dos años después de su primera edición; sin embargo, esta nota que lo comenta no es extemporánea; ¿acaso no hemos vuelto a sentir los venezolanos el peso de la bota castrense apoyada en la yugular en el curso de las casi dos últimas décadas? ¡Y con más vileza y descaro que nunca!; porque si bien en nuestro país los mandatarios uniformados autócratas y ladrones han sido más que los civiles de idénticas cualidades, nunca en su historia había sido militarizado al extremo en que lo está hoy ni jamás hubo peor gobierno que el debido a esta farsa de escarnios llamada chavismo.
Civiles es imprescindible; comentarlo, oportuno; principalmente ahora con la Toma de Caracas del 1ºS, una protesta masiva legítima del ciudadano común contra un poder encanallado, sustentado por militares cómplices del festín y por aquellos de su mismo estamento que desprecian el legado de dignidad de los próceres civiles destacados por RAL.
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