Dudo que exista mejor baquiano que Gabriel García Márquez para iluminarnos el camino de lo que está ocurriendo con la paz de Colombia. Ya él se ha encargado de explicarnos, con pelos y señales, a través de su literatura, buena parte de lo que significa en la práctica el realismo mágico.
A su garra y olfato de escritor, de genio que terminó de redactar su novela más conocida Cien años de soledad en junio de 1966, hace por estas fechas cincuenta años exactos, con su instinto caribe, selvático e innegable, se agregan sus coqueteos con la izquierda, la cubana sobre todo y con Fidel en particular de quien fue fiel amigo.
Sépase, pues, que me sirvo de esa muleta orientadora para adentrarme en los vericuetos excéntricos de una paz, la colombiana, que me deja un sabor extraño entre los dientes, porque de visceral se trata, al involucrarme en el teatro globalizado por los medios de comunicación con el que se manipula deliberadamente al espectador, casi que constreñido al espectáculo de elegir entre Sí o Sí, frente a la sentencia sin derecho a pataleo de: “Paz o muerte. Venceremos”
Realismo mágico y novela aparte, no podrá dormir tranquilo el líder-padre-guerrillero de las FARC-EP, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, pues su sueño de tomar el poder por la vía armada se quedó en el tintero de la zarzuela negociada hasta la saciedad en la cubana habanera y guayabera de estos tiempos, en la que a sus gobernantes les toca ejercer de niñeras porque al fin y al cabo la revolución internacional justifica todos los medios. Que alguien fiel a sus huesos, don Manuel, anote pues muy bien las coordenadas de su tumba escondida, ese santuario enclavado en las selvas ignotas de la inconstante memoria de sus deudos, antes que rueden tiempos, lluvias y hojarascas en tan ariscos trópicos y lo depositen de donde nadie regresa: del olvido.
En estos días, aparte, cuando se firman acuerdos de tupidas y fangosas palabras de paz allá en La Habana, cementerio de tantos levantiscos que tejen su turno y buscan pista hacia el adiós, pues ya no caben en mausoleo alguno o no sirven de nada, se cierra por ahora el ciclo de su daño violento, don Manuel, y el de sus implacables alumnos-hijos de la sangre, que convirtieron a Colombia en lo que es: un paraíso minado de ánimas en pena, consagrado a la Babel de la impunidad que le dará paso a una cultura de la arbitrariedad donde todo es posible por el fin de la causa.
Así que “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” se llama el memorial kantiano, por aquello de la paz perpetua, que pocos-nadie abrirán y mucho menos entenderán en sus laberínticas explicaciones técnicas que en lenguaje ora bruñido ora militarizado, ahuyenta abatido a quien siente que no entiende que lo que está detrás de todo aquello es la consolidación de una perfidia, el contrato públicamente aceptado de la constitución de una ignominia. Así, con esa información farragosa que esconde lo flagrante, tendrán que votar la población No o Sí, a menos que prefiera el cómodo abstenerse en el plebiscito del 2 de octubre, que en el caso colombiano es costumbre heredada a través de generaciones esa la de quedarse en casa fisgoneando en la tele.
Se trata en suma de que los “insurgentes, “los alzados en armas”, la guerrilla, de la FARC-EP, quede claro que hay otras, que suman entre 8.000 y 10.000 combatientes según cálculos de algunos avezados, salgan de sus guaridas, de sus ecosistemas, y sean recibidos en jolgorio mundial televisado por aquellos millones de ciudadanos que durante ya más de medio siglo han tenido que aguantarse la violencia de sus asesinatos, tropelías y desmadres, en razón de la injusticia social.
Entrarán, parece que todo está ya decidido, al mundo feroz de la política democrática creando un partido político para lo cual contarán, el Tesoro de los Quimbayas es parvo, con todos los dólares, y asesorías del mundo a su favor; curules gratuitas, reconocimiento de años de servicio en la montaña (ya en Wikipedia adelantan ese trámite del Seguro Social al hablar en sus pulidas biografías de años de servicio), y pare usted de contar.
A esto se agrega lo más grave: el tema de la impunidad y de la justicia transicional para perdonar unos crímenes, de lesa humanidad algunos de ellos, pervirtiendo así los principios mínimos que la razón jurídica impone e inventándose una forma de pseudo legitimidad del acto jurídico que no resiste la más inocente pregunta. A los familiares de las victimas piensan arreglarlos con platica y demagogia electoral, populismo, imagino que cargos o becas, “Misiones”, que es lo que vendrá después que para eso tienen ya mitos, símbolos, bandera, himnos, mártires, amigos a montón, en los grandes centros políticos, financieros, religiosos y mediáticos del mundo por doquier, además del manejo de negocios ilícitos, dicen las malas lenguas.
Pero tendrán frente a sí, a pesar de todas estas indulgencias a la inclemente realidad que es la del ejercicio de la vida civil, simplona ella, estructura de repeticiones, de horarios, de gestos, de ambiciones en una sociedad capitalista donde se trafica con los seres de manera distinta que en las lejanas y tupidas montañas. Dejarán de ser sujetos para convertirse en objetos, sobre todo mediáticos, secuestrables por una sociedad que comenzará a husmearlos, bichos raros, pedir exclusivas y al final diluirlos.
Los pordioseros no les pedirán limosna, los curitas les mandarán de lejos, y ni se crea, la señal de la cruz, las beatas rezaran padres nuestros vade retro. Hasta los niños les pedirán autógrafos, tomarse selfies, beberse un tinto. Alguien les contará el cuento de una prima muerta a la que le aplicaron el “corte de franela” y se le aparece en las noches canturreando un bambuco; otro enseñará un muñón inseparable ganado en el paseo de una tarde inocente por el bosque donde se encontró, a los siete años, con la sorpresa de una mina “quiebra patas” que unos de sus camaradas sembraron por allí porque les dio la gana; o les preguntarán a coro unos taxistas por el pobre burro aquel que cargaron de pólvora e hicieron explotar en medio de la calle del pueblo por dizque amor al prójimo.
Se llenarán las vías nuevamente con retratos de muertos o desaparecidos. El precio de su gloria será una sombra larga, la que cantó José Asunción Silva, que los persiguiera hasta en los mediodías en punto. Se escribirán libros por montón de sus hazañas pavorosas, el club de “Los Colombianistas” crecerá exponencialmente, se abrirán facultades en las universidades para narrar su legado de horrores, habrá cursos de todo, porque dan para todo y se multiplicarán posadas y merenderos turísticos para excursiones por los territorios guerrilleros de otrora con la culinaria de por allá: “sabores, olores del monte y sus manjares escondidos de metralla”.
Se abrirán negocios y tarantines a granel a lo largo y ancho del territorio nacional; incluso en Europa, tan amante ella de lo exótico, cansada de sí misma, tendremos una muestra itinerante con personajes en vivo y para colmo reales. En Broadway se estrenará un musical llamado “Marulandia” parecido al que hacía Buffalo Bill con la conquista del oeste americano. En fin, entrarán en la maquinaria del más puro neoliberalismo salvaje con su parrandón inevitable de aguardiente.
Burdel “La Guerrilla”, barberías, cerrajerías, latonería y pintura, viajes y mudanzas, marcas de cerveza, abastos, bombones, cigarrillos sin filtro. Centro Comercial “El Secuestro” reverberará en sus noches de neón: “Atendido por sus propios dueños”. En fin, que se los tragará la tierra con sus leyes y ese será el castigo lánguido que tendrán que pagar a corto plazo y el cielo se quedará en pañales como límite.
La selva de cemento se los ira engullendo en su sabia abrasiva de vida cotidiana. Los hippies son un caso cercano que no sé si al compararlos los degrado. Mejor sería borrarlos. Veinte años después no serán nada si es que no se regresan de antemano a sus terruños o se largan de allá hartos de todo. Del otro Juan, del Santos, ya ni hablemos, que lo que da es vergüenza democrática y menos mal ajena que ya con la nuestra es suficiente.
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