¡Hay mal olor cuando comparan a Nicolás Maduro con el Rey
Midas! Nicolás no sale muy bien parado porque Midas convertía en oro
todo lo que tocaba y Maduro, en cambio, cada vez que toca al país no es
polvo de oro, precisamente, lo que esparce por todas partes.
Midas, como se sabe, fue un rey legendario que en uno de sus recorridos por las orillas del río Sangario encontró a un viejo borracho atado de pies y manos y abandonado en el camino. Se apiadó del anciano, lo rescató de la ignominia y descubrió que se trataba de Selenio, preceptor y compañero de Dionisio (Baco) la deidad del desencadenamiento ilimitado de los deseos, un insaciable dios griego que habitualmente se le menciona para oponerlo a Apolo que es como decir el sol y la contención. Selenio es gordo y calvo y aquel que logra atraparlo y amarrarlo cuando está borracho podrá oír el futuro en los balbuceos de su ebriedad.
Dionisio, agradecido por el gesto de Midas quiso satisfacerle un deseo y lo que se le ocurrió a Midas, siendo un hombre justo y noble, fue pedir que se convirtiera en oro todo lo que tocase. Su deseo fue concedido literalmente y muy pronto el rey se percató de la insensatez y estupidez de su ambición ya que tenía que andar desnudo porque la ropa, al entrar en contacto con el cuerpo, se endurecía al convertirse en oro. Su mujer y los hijos también se convirtieron en estatuas de oro y no podían comer ni beber. Entonces suplicó a Dionisio que anulara aquel absurdo deseo y lo devolviera a la realidad. La deidad se apiadó, le dijo que se bañara en el río Pactolo y Midas volvió a la normalidad. Pero no pudo frenar la imprudencia. Ovidio explicó que en una competencia musical, en la que actuó como juez, falló en contra de Apolo y éste declaró que Midas no oía bien y le alargó las orejas como las de un burro. El rey, avergonzado, trató de ocultarlas bajo un gorro frigio y le pidió al barbero que guardara el secreto, pero el barbero lo contó a un hueco que hizo en el suelo y unos juncos cercanos lo escucharon y se lo dijeron a otros juncos; de manera que cada vez que sopla el viento todas los juncos, bambúes y cañas del mundo murmuran que Midas tiene orejas de burro. Desde entonces, las orejas de burro simbolizan la estupidez humana.
En tiempos de la dictadura del general Pérez Jiménez alguien soltó en las cercanías del Ministerio de Educación un burro con toga y birrete para evidenciar la ignorancia del ministro de turno. Hoy, un conocido constitucionalista ha decidido mostrar orejas de burro creyendo que con ellas escuchará mejor la música del Palacio. Conserva la toga, pero como le oí decir a Jesús Peñalver en la Plaza Altamira, parece preferir el “billete” antes que el “birrete”.
Se dice que los sueños en los que aparecen burros investidos de un aspecto solemne y ritual suelen ser mensajes de muerte o anuncios de alguna defunción como “señales destructoras de un tiempo de vida”. Pero en la Edad Media el burro aparecía como emblema de humildad, paciencia y coraje. Lo rescató Robert Bresson en su bella película Au hazard Balthazar. Las orejas de Luis Beltrán Prieto se hicieron famosas en la política y en el magisterio venezolanos al punto que lo llamaban “el orejón Prieto”. Tenía físico ingrato y Andrés Eloy Blanco llegó a decir que estaba bien ser feo pero que ¡Luis Beltrán abusaba! Y Alicia pudo encontrar con facilidad la casa de la Liebre Marcera en el País de las Maravillas porque sus chimeneas tenian forma de orejas.
Definitivamente, las orejas de burro de Midas son símbolos inequívocos de estupidez. Pero las orejas simbolizan también la obediencia a la palabra de Dios porque María escuchó, comprendió y aceptó el mensaje del Arcángel que le anunció que iba concebir un hijo del Espíritu Santo. En este caso, afirman Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, la oreja es un órgano de comprensión y entendimiento.
Además de insistir en desmejorar y contaminar lo que toca, Nicolás pareciera tener las orejas de Midas porque no deja de ser estúpida su negativa a dialogar con la oposición, de escuchar las voces de quienes tratan de hablar con él. Se hunde, cada vez más, en su propia miseria cuando sus partidarios se comportan como nazis. No escucha ni siquiera a los arcángeles, es decir, al Vaticano. Y mantiene una terquedad impropia en alguien que pretende considerarse político. No hace mas que repetir, y nadie desea escucharlo, que el imperio quiere asesinarlo, que sus adversarios sostienen una guerra económica solo para fastidiarlo y se niega a reconocer al menos aunque sea uno solo de sus múltiples errores y trágicas equivocaciones. ¡Es como si se hubiera tocado a sí mismo no siendo el verdadero Rey Midas, es decir, ¡como si se embarrase!
Prefiere dejar atrás la posibilidad de trascender, de ser un gobierno aceptable aunque similar a cualquier otro en el pasado, para convertirse en un tirano de pacotilla, de esos que cada cierto tiempo aparecen, de preferencia en los países del tercer mundo, para desgraciar la vida a la gente que aspira a vivir en paz. Dictadorzuelo lo llamó Almagro en una carta airada llena de expresiones inusuales en los textos diplomáticos. ¡Es sostener, al mismo tiempo, pero con resultados distintos, el deseo de Midas y sus orejas de burro!
La imagen caribeña que ofrece esta nueva y poco atractiva imagen del legendario rey de Frigia es la del escolar castigado en el rincón del aula, mirando la pared, de espalda a sus compañeros, con un gorro puntiagudo hecho de papel periódico y un letrero colgado a la espalda que dice: “¡Soy un burro!” El tonto de la clase, el que nada entiende y a todos molesta con sus impertinencias. Malas notas en aseo (¡por lo del falso Midas!), conducta y aplicación. ¡El hazme reír del mundo! El presunto colombo venezolano que deseamos ocultar para evitarnos la vergüenza o el bochorno de que sea nuestro mandatario. En las fronteras, por culpa de Chávez su protector y de la caricatura de Midas, el mundo nos mira con recelo; pasamos hambre, no hay pan en las panaderías pero tenemos patria además de un mandatario y subalternos con orejas de burro.
Midas, como se sabe, fue un rey legendario que en uno de sus recorridos por las orillas del río Sangario encontró a un viejo borracho atado de pies y manos y abandonado en el camino. Se apiadó del anciano, lo rescató de la ignominia y descubrió que se trataba de Selenio, preceptor y compañero de Dionisio (Baco) la deidad del desencadenamiento ilimitado de los deseos, un insaciable dios griego que habitualmente se le menciona para oponerlo a Apolo que es como decir el sol y la contención. Selenio es gordo y calvo y aquel que logra atraparlo y amarrarlo cuando está borracho podrá oír el futuro en los balbuceos de su ebriedad.
Dionisio, agradecido por el gesto de Midas quiso satisfacerle un deseo y lo que se le ocurrió a Midas, siendo un hombre justo y noble, fue pedir que se convirtiera en oro todo lo que tocase. Su deseo fue concedido literalmente y muy pronto el rey se percató de la insensatez y estupidez de su ambición ya que tenía que andar desnudo porque la ropa, al entrar en contacto con el cuerpo, se endurecía al convertirse en oro. Su mujer y los hijos también se convirtieron en estatuas de oro y no podían comer ni beber. Entonces suplicó a Dionisio que anulara aquel absurdo deseo y lo devolviera a la realidad. La deidad se apiadó, le dijo que se bañara en el río Pactolo y Midas volvió a la normalidad. Pero no pudo frenar la imprudencia. Ovidio explicó que en una competencia musical, en la que actuó como juez, falló en contra de Apolo y éste declaró que Midas no oía bien y le alargó las orejas como las de un burro. El rey, avergonzado, trató de ocultarlas bajo un gorro frigio y le pidió al barbero que guardara el secreto, pero el barbero lo contó a un hueco que hizo en el suelo y unos juncos cercanos lo escucharon y se lo dijeron a otros juncos; de manera que cada vez que sopla el viento todas los juncos, bambúes y cañas del mundo murmuran que Midas tiene orejas de burro. Desde entonces, las orejas de burro simbolizan la estupidez humana.
En tiempos de la dictadura del general Pérez Jiménez alguien soltó en las cercanías del Ministerio de Educación un burro con toga y birrete para evidenciar la ignorancia del ministro de turno. Hoy, un conocido constitucionalista ha decidido mostrar orejas de burro creyendo que con ellas escuchará mejor la música del Palacio. Conserva la toga, pero como le oí decir a Jesús Peñalver en la Plaza Altamira, parece preferir el “billete” antes que el “birrete”.
Se dice que los sueños en los que aparecen burros investidos de un aspecto solemne y ritual suelen ser mensajes de muerte o anuncios de alguna defunción como “señales destructoras de un tiempo de vida”. Pero en la Edad Media el burro aparecía como emblema de humildad, paciencia y coraje. Lo rescató Robert Bresson en su bella película Au hazard Balthazar. Las orejas de Luis Beltrán Prieto se hicieron famosas en la política y en el magisterio venezolanos al punto que lo llamaban “el orejón Prieto”. Tenía físico ingrato y Andrés Eloy Blanco llegó a decir que estaba bien ser feo pero que ¡Luis Beltrán abusaba! Y Alicia pudo encontrar con facilidad la casa de la Liebre Marcera en el País de las Maravillas porque sus chimeneas tenian forma de orejas.
Definitivamente, las orejas de burro de Midas son símbolos inequívocos de estupidez. Pero las orejas simbolizan también la obediencia a la palabra de Dios porque María escuchó, comprendió y aceptó el mensaje del Arcángel que le anunció que iba concebir un hijo del Espíritu Santo. En este caso, afirman Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, la oreja es un órgano de comprensión y entendimiento.
Además de insistir en desmejorar y contaminar lo que toca, Nicolás pareciera tener las orejas de Midas porque no deja de ser estúpida su negativa a dialogar con la oposición, de escuchar las voces de quienes tratan de hablar con él. Se hunde, cada vez más, en su propia miseria cuando sus partidarios se comportan como nazis. No escucha ni siquiera a los arcángeles, es decir, al Vaticano. Y mantiene una terquedad impropia en alguien que pretende considerarse político. No hace mas que repetir, y nadie desea escucharlo, que el imperio quiere asesinarlo, que sus adversarios sostienen una guerra económica solo para fastidiarlo y se niega a reconocer al menos aunque sea uno solo de sus múltiples errores y trágicas equivocaciones. ¡Es como si se hubiera tocado a sí mismo no siendo el verdadero Rey Midas, es decir, ¡como si se embarrase!
Prefiere dejar atrás la posibilidad de trascender, de ser un gobierno aceptable aunque similar a cualquier otro en el pasado, para convertirse en un tirano de pacotilla, de esos que cada cierto tiempo aparecen, de preferencia en los países del tercer mundo, para desgraciar la vida a la gente que aspira a vivir en paz. Dictadorzuelo lo llamó Almagro en una carta airada llena de expresiones inusuales en los textos diplomáticos. ¡Es sostener, al mismo tiempo, pero con resultados distintos, el deseo de Midas y sus orejas de burro!
La imagen caribeña que ofrece esta nueva y poco atractiva imagen del legendario rey de Frigia es la del escolar castigado en el rincón del aula, mirando la pared, de espalda a sus compañeros, con un gorro puntiagudo hecho de papel periódico y un letrero colgado a la espalda que dice: “¡Soy un burro!” El tonto de la clase, el que nada entiende y a todos molesta con sus impertinencias. Malas notas en aseo (¡por lo del falso Midas!), conducta y aplicación. ¡El hazme reír del mundo! El presunto colombo venezolano que deseamos ocultar para evitarnos la vergüenza o el bochorno de que sea nuestro mandatario. En las fronteras, por culpa de Chávez su protector y de la caricatura de Midas, el mundo nos mira con recelo; pasamos hambre, no hay pan en las panaderías pero tenemos patria además de un mandatario y subalternos con orejas de burro.
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