Poema A Florinda En Invierno de Andres Eloy Blanco
Al hombre mozo que te habló de amoresdijiste ayer, Florinda, que volviera,
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.
Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.
Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño
que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.
Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.
Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño
que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.
Balada de Hans y Jenny (Aquiles Nazoa)
Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.
Hans solía contarle fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él le cubría con silvestres tusílagos las trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenía una caja de música en el corazón, y una pipa de espuma que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos. Pero seguían amándose en el encuentro de las cosas menudas de la tierra.
Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes y en la mirada de los niños y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos y en el perfume del pan tierno y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como el primer día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes americanos, y por la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.Y es que cuando Jenny cantaba, era el amor de Hans lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a Jenny y la encontró sentada, juntas las manos, en la actitud tranquila de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de espuma y en la llegada del otoño y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos y en las más humildes monedas.
Porque verdaderamente, nunca fue tan hermoso el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.
Hans solía contarle fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él le cubría con silvestres tusílagos las trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenía una caja de música en el corazón, y una pipa de espuma que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos. Pero seguían amándose en el encuentro de las cosas menudas de la tierra.
Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes y en la mirada de los niños y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos y en el perfume del pan tierno y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como el primer día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes americanos, y por la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.Y es que cuando Jenny cantaba, era el amor de Hans lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a Jenny y la encontró sentada, juntas las manos, en la actitud tranquila de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de espuma y en la llegada del otoño y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos y en las más humildes monedas.
Porque verdaderamente, nunca fue tan hermoso el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
RETO, Julio Flores
Si porque a tus plantas ruedo
como un ilota rendido,
y una mirada te pido
con temor, casi con miedo;
si porque ante ti me quedo
extático de emoción,
piensas que mi corazón
se va en mi pecho a romper
y que por siempre he de ser
esclavo de mi pasión;
¡te equivocas, te equivocas!,
fresco y fragante capullo,
yo quebrantaré tu orgullo
como el minero las rocas.
Si a la lucha me provocas,
dispuesto estoy a luchar;
tú eres espuma, yo mar
que en sus cóleras confía;
me haces llorar; pero un día
yo también te haré llorar.
Y entonces, cuando rendida
ofrezcas toda tu vida
perdón pidiendo a mis pies,
como mi cólera es
infinita en sus excesos,
¿sabes tú lo que haré en esos
momentos de indignación?
¡Arrancarte el corazón
para comérmelo a besos!
Palabreo de la alegría perdidaDe La juanbimbada Compadre Venancio Laya, dígale a Juan Pablo Pae que me mande mi guitarra y usted mismo me la trae. Anónimo venezolanoMás que me carguen de jierro, más que me roben la hija, más que solo y sin cobija, me echen aquí como un perro, más que me den por encierro un castillo en una playa, mi corazón no desmaya si le dejan su alegría, que no hay mejor compañía, compadre Venancio Laya. Me quitaron mi derecho, compadre, lo que más quiero, mi alazán refistolero, mi palma de llano y techo; mi palma con guitarra y pecho, el recuerdo se distrae, cuando la pena decae y la guitarra la enlaza; eso, si usté tiene raza, dígale a Juan Pablo Páe. Asina que usté lo vea dígale usté, compañero, que eso no lo hace un llanero sin pretina y con correa; que aprete más la manea que mis tobillos amarra, que robe voz de chicharra, que robe luz de cocuyo, pero, si tiene lo suyo, que me mande mi guitarra. Y si no hay en el Castillo guitarra p’al prisionero, échele un fiao al ranchero de una vela de a cuartillo; que el copetico amarillo le prenda Juan Pablo Páe y si en el patio le cae la caldereta marina, póngale la mano asina y usté mismo me la trae.
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