ALEXANDER CAMBERO | EL UNIVERSAL
miércoles 15 de febrero de 2012 11:18 AM
Más de tres millones de venezolanos ratificaron la mayoritaria voluntad de ser libres. Lo hicieron con una desbordante alegría que dejó perplejo al régimen tiránico de Hugo Chávez. De las urnas surgió una esperanza de un mejor futuro, todo esto encarnado en el esfuerzo unificador y de enormes resortes democráticos, que simboliza al futuro presidente de la nación Henrique Capriles Randoski. Un fenómeno de masas que simboliza un liderazgo sin aspavientos ni prepotencias. No se cree un predestinado de la historia ni mucho menos el ahnelado Mesías prometido en las sagradas escrituras. Simplemente es un excelente servidor público que ha sabido cumplir con mucho éxito sus responsabilidades como gerente. No apela a la agresión verbal para contrastar sus ideas, al contrario, es un hombre conciliador que entiende que se debe gobernar para todos por igual. Eso es el punto cardinal de su experiencia al frente de importantes responsabilidades en donde ha demostrado capacidad y entrega total. No existe un área social dirigida por Henrique Capriles, en donde los ciudadanos bajo su dirección no lo recuerden con complacencia y agrado.
Su victoria espectacular en el proceso de escogencia del abanderado opositor del pasado domingo 12 de febrero, no lo transformó en un presumido al que tenemos que soportar de manera estoica. Su primera intervención fue el centellante devenir del futuro. En la tarima caraqueña se confundió en un cálido abrazo con sus compañeros: María Corina Machado, Pablo Pérez, Diego Arria y Pablo Medina. Quienes nos demostraron la grandeza que se desprende de estos ciudadanos probos de la patria. Debemos sentirnos orgullosos de contar con estos portentos de civilidad. Descubrimos en ellos el orgullo de ser venezolanos. Lideres con amplios caminos para enseñarnos a vivir en libertad.
En el mundo al revés todo es confusión. La victoria democrática es un golpe terrible al régimen moribundo. No pudo el chantaje liquidar a la suprema voluntad de un pueblo que quiere ser libre. Los venezolanos estamos cansados de soportar trece años de vejámenes, ya está bueno de vivir callados aguantando cuanta locura se le ocurra a Hugo Chávez. La noche del domingo 12 de febrero, debe haber sido toda una tortura en los predios de Miraflores. El abrazo de todos los precandidatos y la disposición de trabajar juntos en pro de darle a Venezuela un gobierno decente, seguramente desató la furia del hombre que se cree Dios. El ungido debe haber sentido como su dulce de lechosa se volvió amargo. Una noche larga, llena de misterio y drama. Los viejos fantasmas vuelven para atormentarlo hasta convertirlo en un apesadumbrado protagonista del insomnio crónico.
El país le hablo al Presidente. Ya tenemos la certeza que su fin político se aproxima, por muchas tretas que invente la derrota la tiene clavada en la frente. Es cuestión de trabajar sin descanso y esperar el 7 de octubre para salir de semejante pesadilla.
Se abre un mundo de posibilidades para todos. El país se renueva de esperanza y observa con emoción como un nuevo liderazgo asume su rol, estamos viviendo momentos estelares. Se cierra un ciclo malsano y se abre todo un panorama que no hace soñar con el cambio necesario.
Su victoria espectacular en el proceso de escogencia del abanderado opositor del pasado domingo 12 de febrero, no lo transformó en un presumido al que tenemos que soportar de manera estoica. Su primera intervención fue el centellante devenir del futuro. En la tarima caraqueña se confundió en un cálido abrazo con sus compañeros: María Corina Machado, Pablo Pérez, Diego Arria y Pablo Medina. Quienes nos demostraron la grandeza que se desprende de estos ciudadanos probos de la patria. Debemos sentirnos orgullosos de contar con estos portentos de civilidad. Descubrimos en ellos el orgullo de ser venezolanos. Lideres con amplios caminos para enseñarnos a vivir en libertad.
En el mundo al revés todo es confusión. La victoria democrática es un golpe terrible al régimen moribundo. No pudo el chantaje liquidar a la suprema voluntad de un pueblo que quiere ser libre. Los venezolanos estamos cansados de soportar trece años de vejámenes, ya está bueno de vivir callados aguantando cuanta locura se le ocurra a Hugo Chávez. La noche del domingo 12 de febrero, debe haber sido toda una tortura en los predios de Miraflores. El abrazo de todos los precandidatos y la disposición de trabajar juntos en pro de darle a Venezuela un gobierno decente, seguramente desató la furia del hombre que se cree Dios. El ungido debe haber sentido como su dulce de lechosa se volvió amargo. Una noche larga, llena de misterio y drama. Los viejos fantasmas vuelven para atormentarlo hasta convertirlo en un apesadumbrado protagonista del insomnio crónico.
El país le hablo al Presidente. Ya tenemos la certeza que su fin político se aproxima, por muchas tretas que invente la derrota la tiene clavada en la frente. Es cuestión de trabajar sin descanso y esperar el 7 de octubre para salir de semejante pesadilla.
Se abre un mundo de posibilidades para todos. El país se renueva de esperanza y observa con emoción como un nuevo liderazgo asume su rol, estamos viviendo momentos estelares. Se cierra un ciclo malsano y se abre todo un panorama que no hace soñar con el cambio necesario.
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