MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 13 de febrero de 2012 04:53 PM
Resuelto el primer recorrido por todo el país para dar inicio al restablecimiento de la democracia cercenada desde hace 13 años, cabe precisar al candidato electo respecto a la campaña que en lo sucesivo emprenderá contra alguien que nada entiende de democracia ni de careos institucionales. Basta observar el carácter insurrecto del desfile militar del 4 de febrero, lleno de alegorías honoríficas al sangriento golpe de Estado de 1992 encabezado por el hoy candidato oficial, para ratificarlo. Sin duda la jornada de ayer es un genuino acto cívico que fortalece al aspirante, ya que fue electo por el voto popular; no por el dedo fisgón de un jactancioso.
Llegó la hora de archivar el amistoso y cuidadoso estilo de campaña recurrido hasta ahora por la alternativa democrática considerando que el propósito de este sufragio no era otro que seleccionar el contendor contra un autócrata que no guarda circunspección alguna para utilizar los recursos del Estado y, como con frecuencia lo señala, aplastar a enemigos apátridas. Concluida la selección de ayer, la orientación de la sucesiva campaña deberá modificarse profusamente; si no el fondo, en su forma. Obvio que existirá un programa de gobierno de signo asertivo que reflejará lo que comúnmente se denomina "plan de gobierno". Sin embargo, es relevante correrle el velo a la farsa revolucionaria, denunciar la corrupción y la anarquía provechosa; aquella que opera sin control, tipo La Piedrita.
Los demócratas, todos, debemos injerirnos profusamente para rescatar la institucionalidad e insistir en su valía como instrumento de equidad. Nadie puede alegar que "está lejos de los tiros" porque no es verdad. Hasta hoy nos habíamos acostumbrado a participar sin emoción; ni siquiera en los conflictos que nos afectan directamente. Hay que abandonar la expresión "nada se puede hacer" ante esta desapacible situación social. Debemos convencernos que la democracia plena como forma de Estado, con sus defectos, es el único instrumento de que disponemos para confrontar los agobiantes conflictos sociales. El autoritarismo, por el contrario, como queda demostrado luego de 13 años, los incrementa.
La perceptible reducción de nuestra vida afectiva en todos los espacios sociales es secuela de la roñosa conducta de un presidente que estimula el resentimiento y la confrontación entre clases. Llegó la hora de desenmascarar al falso profeta cuya única acción visible ha sido soliviantar la miseria y el hambre. Las circunstancias históricas de hace trece años favorecieron el surgimiento de figuras políticas como Chávez quien se aprovechó de ello para hacer pasar sus disposiciones gubernativas como lógicas y necesarias. Sin embargo, el tiempo ha demostrado lo contrario. No podemos perder la capacidad de decidir cómo queremos vivir y no como lo prescribe su irracionalidad.
Nuestra próxima meta está en octubre. Debemos pronunciarnos con contundencia para dejar evidencia que las instituciones del Estado más recurridas como la escuela, la Iglesia, los tribunales o un parlamento plural, sí sirven y son las idóneas para cumplir con las exigencias de una sociedad que se malgasta en una entelequia orientada a potenciar la anarquía y la animadversión social.
Hacerse eco de voces agoreras que predicen el cataclismo de las fuerzas democráticas, o de la voz de los oficialistas que reiteran que Venezuela es viable sólo bajo la conducción de su líder, no es más que la coartada perfecta para evadir el cumplimiento ineludible del deber ante nuestra familia y en el medio en que nos desenvolvemos. Ninguna crisis se supera esperando sea resuelta por la gestión del vecino. No podemos capitular ante los problemas del presente y mucho menos del futuro inmediato. El país ha dado un gran paso, pero no es suficiente. Queda mucho trecho por recorrer, lo cual no es posible sin la participación masiva en octubre para elegir al nuevo presidente.
Llegó la hora de archivar el amistoso y cuidadoso estilo de campaña recurrido hasta ahora por la alternativa democrática considerando que el propósito de este sufragio no era otro que seleccionar el contendor contra un autócrata que no guarda circunspección alguna para utilizar los recursos del Estado y, como con frecuencia lo señala, aplastar a enemigos apátridas. Concluida la selección de ayer, la orientación de la sucesiva campaña deberá modificarse profusamente; si no el fondo, en su forma. Obvio que existirá un programa de gobierno de signo asertivo que reflejará lo que comúnmente se denomina "plan de gobierno". Sin embargo, es relevante correrle el velo a la farsa revolucionaria, denunciar la corrupción y la anarquía provechosa; aquella que opera sin control, tipo La Piedrita.
Los demócratas, todos, debemos injerirnos profusamente para rescatar la institucionalidad e insistir en su valía como instrumento de equidad. Nadie puede alegar que "está lejos de los tiros" porque no es verdad. Hasta hoy nos habíamos acostumbrado a participar sin emoción; ni siquiera en los conflictos que nos afectan directamente. Hay que abandonar la expresión "nada se puede hacer" ante esta desapacible situación social. Debemos convencernos que la democracia plena como forma de Estado, con sus defectos, es el único instrumento de que disponemos para confrontar los agobiantes conflictos sociales. El autoritarismo, por el contrario, como queda demostrado luego de 13 años, los incrementa.
La perceptible reducción de nuestra vida afectiva en todos los espacios sociales es secuela de la roñosa conducta de un presidente que estimula el resentimiento y la confrontación entre clases. Llegó la hora de desenmascarar al falso profeta cuya única acción visible ha sido soliviantar la miseria y el hambre. Las circunstancias históricas de hace trece años favorecieron el surgimiento de figuras políticas como Chávez quien se aprovechó de ello para hacer pasar sus disposiciones gubernativas como lógicas y necesarias. Sin embargo, el tiempo ha demostrado lo contrario. No podemos perder la capacidad de decidir cómo queremos vivir y no como lo prescribe su irracionalidad.
Nuestra próxima meta está en octubre. Debemos pronunciarnos con contundencia para dejar evidencia que las instituciones del Estado más recurridas como la escuela, la Iglesia, los tribunales o un parlamento plural, sí sirven y son las idóneas para cumplir con las exigencias de una sociedad que se malgasta en una entelequia orientada a potenciar la anarquía y la animadversión social.
Hacerse eco de voces agoreras que predicen el cataclismo de las fuerzas democráticas, o de la voz de los oficialistas que reiteran que Venezuela es viable sólo bajo la conducción de su líder, no es más que la coartada perfecta para evadir el cumplimiento ineludible del deber ante nuestra familia y en el medio en que nos desenvolvemos. Ninguna crisis se supera esperando sea resuelta por la gestión del vecino. No podemos capitular ante los problemas del presente y mucho menos del futuro inmediato. El país ha dado un gran paso, pero no es suficiente. Queda mucho trecho por recorrer, lo cual no es posible sin la participación masiva en octubre para elegir al nuevo presidente.
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