JOSÉ MAYORA | EL UNIVERSAL
viernes 1 de junio de 2012 03:22 PM
El juego democrático supone que los actores deben trabajar para cumplir con las finalidades de la democracia. Mantenerse en el poder tiene sentido en la medida que tales finalidades están siendo cumplidas y los miembros de la democracia lo perciben como tal. De hecho son los ciudadanos los que con su voto deciden la permanencia de un gobierno o la sustitución del mismo.
La preocupación de un partido es la de interpretar cabalmente las necesidades insatisfechas para darles la debida atención y con aquellas que se presume están satisfechas, la idea es mejorar los mecanismos de satisfacción. En todo caso, la democracia es un permanente ir y venir, es un constante perfeccionar.
Nos encontramos en la ruta hacia las elecciones que les dará a los venezolanos la oportunidad de renovar a las autoridades o dar continuidad al régimen que durante 13 años ha estado gobernando a este país.
Por los vientos que soplan sólo tendremos dos candidatos que representan dos maneras de ver y vivir la democracia. Uno de ellos ha tenido bastante tiempo para dar respuesta a las necesidades del pueblo, sobre todo aquellas que estaban y, aún, continúan deficitarias. Su sentido democrático de la existencia, en oportunidades, brilla por su ausencia.
El otro candidato ha venido transitando por los caminos del servicio público en poderes diferentes y su oferta es por demás delicada pues no sólo debe focalizarse en las finalidades públicas, sino que también debe trabajar en el desmantelamiento de una estructura de ineficacia que ha dado prioridad a los criterios ideológicos, antes de los criterios gerenciales para mejorar un sistema que, por definición, es perfectible.
Un candidato tiene los recursos monetarios y operativos del país utilizados de manera discrecional, donde la confusión deliberada entre el Estado y el Gobierno le han llevado a convertir al país en una especie de Nintendo controlado desde su leal saber y entender (menos del primero y hábilmente utilizado el segundo).
El otro candidato debe hacer una campaña completamente diferente a lo que estamos acostumbrados: menos ofrecer y más compromiso de los ciudadanos. Y es este el punto en el que quiero detenerme hoy.
Para nadie es un secreto la deplorable situación en la que se encuentra el país, de la que saldremos en tanto y en cuanto los venezolanos nos dispongamos a comprometernos con el destino del país. Juzgo improbable que en un corto lapso se puedan resolver la crisis carcelaria, los desequilibrios de poder en los organismos públicos, el déficit de atención en salud, la crisis alimentaria, el problema de la vivienda y pare usted de contar.
Yo estoy persuadido que el deterioro nacional es de tal magnitud que aun ganando las elecciones no nos resultará fácil enderezar el rumbo del país. Y es aquí donde yo creo que el candidato de la democracia debe poner énfasis, en ofrecer menos y en exigir más compromiso a quienes lo apoyarán. Tengo la sensación que, por ejemplo, muchos de los que han sido despojados de su propiedad acarician la idea de que en un dos por tres, se la restituirán. Pues eso no será así y los que padecen de tal calamidad lo tienen que entender para no crearse falsas expectativas.
Si en general los venezolanos aspiran que el país cambie de la noche a la mañana, cosa que probablemente no ocurrirá, las frustraciones serán grandes y la popularidad del gobierno se caerá más rápido de lo que muchos piensan. Ya ese escenario está apuntando el chavismo, no caigamos en ese juego.
La preocupación de un partido es la de interpretar cabalmente las necesidades insatisfechas para darles la debida atención y con aquellas que se presume están satisfechas, la idea es mejorar los mecanismos de satisfacción. En todo caso, la democracia es un permanente ir y venir, es un constante perfeccionar.
Nos encontramos en la ruta hacia las elecciones que les dará a los venezolanos la oportunidad de renovar a las autoridades o dar continuidad al régimen que durante 13 años ha estado gobernando a este país.
Por los vientos que soplan sólo tendremos dos candidatos que representan dos maneras de ver y vivir la democracia. Uno de ellos ha tenido bastante tiempo para dar respuesta a las necesidades del pueblo, sobre todo aquellas que estaban y, aún, continúan deficitarias. Su sentido democrático de la existencia, en oportunidades, brilla por su ausencia.
El otro candidato ha venido transitando por los caminos del servicio público en poderes diferentes y su oferta es por demás delicada pues no sólo debe focalizarse en las finalidades públicas, sino que también debe trabajar en el desmantelamiento de una estructura de ineficacia que ha dado prioridad a los criterios ideológicos, antes de los criterios gerenciales para mejorar un sistema que, por definición, es perfectible.
Un candidato tiene los recursos monetarios y operativos del país utilizados de manera discrecional, donde la confusión deliberada entre el Estado y el Gobierno le han llevado a convertir al país en una especie de Nintendo controlado desde su leal saber y entender (menos del primero y hábilmente utilizado el segundo).
El otro candidato debe hacer una campaña completamente diferente a lo que estamos acostumbrados: menos ofrecer y más compromiso de los ciudadanos. Y es este el punto en el que quiero detenerme hoy.
Para nadie es un secreto la deplorable situación en la que se encuentra el país, de la que saldremos en tanto y en cuanto los venezolanos nos dispongamos a comprometernos con el destino del país. Juzgo improbable que en un corto lapso se puedan resolver la crisis carcelaria, los desequilibrios de poder en los organismos públicos, el déficit de atención en salud, la crisis alimentaria, el problema de la vivienda y pare usted de contar.
Yo estoy persuadido que el deterioro nacional es de tal magnitud que aun ganando las elecciones no nos resultará fácil enderezar el rumbo del país. Y es aquí donde yo creo que el candidato de la democracia debe poner énfasis, en ofrecer menos y en exigir más compromiso a quienes lo apoyarán. Tengo la sensación que, por ejemplo, muchos de los que han sido despojados de su propiedad acarician la idea de que en un dos por tres, se la restituirán. Pues eso no será así y los que padecen de tal calamidad lo tienen que entender para no crearse falsas expectativas.
Si en general los venezolanos aspiran que el país cambie de la noche a la mañana, cosa que probablemente no ocurrirá, las frustraciones serán grandes y la popularidad del gobierno se caerá más rápido de lo que muchos piensan. Ya ese escenario está apuntando el chavismo, no caigamos en ese juego.
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