NERIO ENRIQUE ROMERO | EL UNIVERSAL
jueves 27 de septiembre de 2012 12:00 AM
Quien participa en un proceso electoral democrático, aunque sea favorito para ganarlo, debe tener un plan B democrático para el caso de una derrota. Eso aplica a todas las opciones, incluido el PSUV. Porque cualquier maniobra política, administrativa, judicial o militar destinada a desconocer un resultado que les sea adverso tendría muy poca fortuna a corto plazo. En ello no les acompañarían ni Cristina, ni Dilma, ni Correa. Y puede que ni Ortega ni la taimada cancillería cubana. En el PSUV deberían pensar cómo convertirse en una oposición democrática que pueda tener opciones en el futuro.
También se aplica al caso de quienes apoyamos la alternativa democrática representada por Henrique Capriles. Nuestras esperanzas y las elevadas probabilidades de triunfo no nos eximen del deber de tener un plan B democrático. Deber aún más acuciante en nuestro caso, porque en una eventual derrota la carencia de dicho plan contribuiría a desmoralizar a las fuerzas democráticas frente a un proyecto totalitario como el de Chávez. Permítaseme analizar seis buenas razones que obligan a tener ese plan B democrático:
1) Después del 7-O, las fuerzas de la alternativa democrática deben estar preparadas para afrontar dos retos electorales inmediatos: las elecciones regionales y locales. Permitir la desmoralización en caso de perder podría ocasionar pérdidas adicionales en alcaldías y gobernaciones. Habría que asumir una derrota el 7-O como un estímulo para la lucha. Especialmente si esa derrota es por estrecho margen, porque en ese caso convertiría en pírrica la eventual victoria del continuismo.
2) Los sectores más radicales del chavismo, con el propio Chávez a la cabeza, en caso de una victoria suya estarían tentados de tomar iniciativas políticas y económicas guiados por su ilusión de que podrían hacer irreversible su hegemonía, lo cual podría incluir rupturas constitucionales mayores. En ese caso, es imprescindible una oposición democrática con suficiente fuerza y tino para defender la constitución y varios de sus principios básicos: pluralismo, alternabilidad, descentralización, derecho a la libre expresión, a la propiedad y a la libre asociación, por ejemplo. El continuismo, de llegar a ganar el 7-O, no debe encontrar a las fuerzas democráticas de hombros y brazos caídos.
3) El país no pertenece a quien gane las elecciones. Aun si imaginamos el peor y muy poco probable escenario de una amplia victoria del continuismo (60%, por ejemplo), en una democracia hay que defender la posición del 40% restante. Si 6 de cada 10 electores votaran por el continuismo eso es apenas poco más de la mitad de los ciudadanos. Periodistas y políticos podrían llamar a eso "arrase", pero socialmente ese no es el caso porque casi la mitad de la gente se estaría expresando contra el proyecto político que ostenta el poder.
4) Hay que estar preparado para las eventualidades que puede deparar a corto plazo la hoy poco probable victoria de un Chávez enfermo. Una eventual falta absoluta por problemas de salud obligaría a nuevas elecciones, de las cuales Henrique Capriles sería casi seguro ganador. ¿Intentaría en ese caso el PSUV desconocer la constitución para evitarlas? Si ese fuera el caso, hará falta que las fuerzas políticas y sociales democráticas tengan la moral y determinación suficientes para imponer el cumplimiento de la norma.
5) Como dice Vladimir Villegas, el proyecto autoritario chavista está acercándose a su final: el evidente fracaso de su gestión pública, y las graves consecuencias de sus políticas económicas son incompatibles con un futuro político auspicioso. Por eso una eventual victoria chavista el 7-O no sería más que una bocanada de oxígeno para un proyecto de sociedad que parece que ya entró en etapa terminal. ¿Vamos los venezolanos amantes de la libertad a bajar los brazos y a entregar a un régimen en decadencia moral, social y hasta biológica los resortes políticos y sociales que no ha podido aún controlar? La respuesta es que no, obviamente.
6) Durante el próximo período, el régimen chavista estaría obligado por la constitución a una renovación de los poderes públicos que hasta ahora ha controlado sin dificultad (Contraloría y Fiscalía General, Defensoría del Pueblo y CNE). Pero esta vez no tendrá los dos tercios de la Asamblea Nacional para imponer los nombramientos de sus incondicionales. Esta es otra razón para vacunar a la alternativa democrática contra el desaliento si ocurriera una eventual derrota el 7-O: las fuerzas políticas y sociales democráticas tenemos el deber de forzar al PSUV a cumplir lo que ordena la constitución, para lograr la recomposición de dichas instituciones bajo el signo del equilibrio. ¿Ilusiones? No, es algo que hay que hacer.
Sobran razones para ser optimistas acerca de una victoria electoral y el inicio de la transición democrática. Pero tener un plan B realista y democrático es una obligación. El "ahora o nunca" no es propio de la democracia, la cual exige determinación y persistencia en la defensa de las libertades, aun en las peores circunstancias. Sea cuál sea el resultado del 7-O, la alternativa democrática debe estar preparada de inmediato para una dura lucha política. El "ahora o nunca" puede representar una buena actitud para el último minuto de descuento de un partido de fútbol, o para una desesperada escaramuza bélica. Pero no para la política, y menos para la política democrática.
Médico y Profesor Universitario
También se aplica al caso de quienes apoyamos la alternativa democrática representada por Henrique Capriles. Nuestras esperanzas y las elevadas probabilidades de triunfo no nos eximen del deber de tener un plan B democrático. Deber aún más acuciante en nuestro caso, porque en una eventual derrota la carencia de dicho plan contribuiría a desmoralizar a las fuerzas democráticas frente a un proyecto totalitario como el de Chávez. Permítaseme analizar seis buenas razones que obligan a tener ese plan B democrático:
1) Después del 7-O, las fuerzas de la alternativa democrática deben estar preparadas para afrontar dos retos electorales inmediatos: las elecciones regionales y locales. Permitir la desmoralización en caso de perder podría ocasionar pérdidas adicionales en alcaldías y gobernaciones. Habría que asumir una derrota el 7-O como un estímulo para la lucha. Especialmente si esa derrota es por estrecho margen, porque en ese caso convertiría en pírrica la eventual victoria del continuismo.
2) Los sectores más radicales del chavismo, con el propio Chávez a la cabeza, en caso de una victoria suya estarían tentados de tomar iniciativas políticas y económicas guiados por su ilusión de que podrían hacer irreversible su hegemonía, lo cual podría incluir rupturas constitucionales mayores. En ese caso, es imprescindible una oposición democrática con suficiente fuerza y tino para defender la constitución y varios de sus principios básicos: pluralismo, alternabilidad, descentralización, derecho a la libre expresión, a la propiedad y a la libre asociación, por ejemplo. El continuismo, de llegar a ganar el 7-O, no debe encontrar a las fuerzas democráticas de hombros y brazos caídos.
3) El país no pertenece a quien gane las elecciones. Aun si imaginamos el peor y muy poco probable escenario de una amplia victoria del continuismo (60%, por ejemplo), en una democracia hay que defender la posición del 40% restante. Si 6 de cada 10 electores votaran por el continuismo eso es apenas poco más de la mitad de los ciudadanos. Periodistas y políticos podrían llamar a eso "arrase", pero socialmente ese no es el caso porque casi la mitad de la gente se estaría expresando contra el proyecto político que ostenta el poder.
4) Hay que estar preparado para las eventualidades que puede deparar a corto plazo la hoy poco probable victoria de un Chávez enfermo. Una eventual falta absoluta por problemas de salud obligaría a nuevas elecciones, de las cuales Henrique Capriles sería casi seguro ganador. ¿Intentaría en ese caso el PSUV desconocer la constitución para evitarlas? Si ese fuera el caso, hará falta que las fuerzas políticas y sociales democráticas tengan la moral y determinación suficientes para imponer el cumplimiento de la norma.
5) Como dice Vladimir Villegas, el proyecto autoritario chavista está acercándose a su final: el evidente fracaso de su gestión pública, y las graves consecuencias de sus políticas económicas son incompatibles con un futuro político auspicioso. Por eso una eventual victoria chavista el 7-O no sería más que una bocanada de oxígeno para un proyecto de sociedad que parece que ya entró en etapa terminal. ¿Vamos los venezolanos amantes de la libertad a bajar los brazos y a entregar a un régimen en decadencia moral, social y hasta biológica los resortes políticos y sociales que no ha podido aún controlar? La respuesta es que no, obviamente.
6) Durante el próximo período, el régimen chavista estaría obligado por la constitución a una renovación de los poderes públicos que hasta ahora ha controlado sin dificultad (Contraloría y Fiscalía General, Defensoría del Pueblo y CNE). Pero esta vez no tendrá los dos tercios de la Asamblea Nacional para imponer los nombramientos de sus incondicionales. Esta es otra razón para vacunar a la alternativa democrática contra el desaliento si ocurriera una eventual derrota el 7-O: las fuerzas políticas y sociales democráticas tenemos el deber de forzar al PSUV a cumplir lo que ordena la constitución, para lograr la recomposición de dichas instituciones bajo el signo del equilibrio. ¿Ilusiones? No, es algo que hay que hacer.
Sobran razones para ser optimistas acerca de una victoria electoral y el inicio de la transición democrática. Pero tener un plan B realista y democrático es una obligación. El "ahora o nunca" no es propio de la democracia, la cual exige determinación y persistencia en la defensa de las libertades, aun en las peores circunstancias. Sea cuál sea el resultado del 7-O, la alternativa democrática debe estar preparada de inmediato para una dura lucha política. El "ahora o nunca" puede representar una buena actitud para el último minuto de descuento de un partido de fútbol, o para una desesperada escaramuza bélica. Pero no para la política, y menos para la política democrática.
Médico y Profesor Universitario
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