ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 21 de septiembre de 2012 12:00 AM
Chávez no se llama a engaños y sabe que los indecisos no le pertenecen: no sólo los ha insultado con palabrotas denigrantes, con las cuales ha tirado la toalla. Hacia ellos, además, está destinada la guerra sucia, a la que apela en esta recta final para procurar su abstención, asumiéndolos como gente con cerebros despoblados. En Palacio no se habla de otra cosa: el "majunche" resultó ser un magnífico ejemplar: un potro subestimado, cuyo desempeño en la pista provoca inquietudes bien fundadas alrededor de su remate. La posibilidad de que el 7-O ocurra un revés histórico le hierve la sangre al comandante, que había iniciado la carrera siendo el favorito indiscutible: hoy, sin embargo, es Capriles el más apostado y quien menos paga en las taquillas. "El flaquito", menospreciado por su juventud, ha superado con su galope a quien la galería tenía como a un prospecto imperdible, que -aun cansado por tantas faenas exigentes-, lucía sobrado ante un rival en apariencia insolvente para plantarle cara.
Así está la atmósfera política: dominada, ya no por las percepciones de una "victoria irreversible" del purasangre bolivariano, sino por la idea -bien sembrada y ya muy extendida- de la "victoria probable" del desestimado potrillo mirandino: un caballo preparado para sorprender en este derby, donde el triple coronado da señales de la degeneración de sus antiguas condiciones. Al margen de sus dolencias, y muy por encima de ellas, el comandante ya no cuenta con las pasiones acaloradas de su fanaticada, ni tampoco con los deslumbrantes porcentajes de intención de voto de otros tiempos. Ubicado en la delantera con números que van de entre un 46% y un 52%, las cosas no dan para una "tierra arrasada", digna del capítulo final de su novela reeleccionista.
Respaldado por porcentajes más bien modestos -algunos ubicados en el margen de error de las encuestas- es lógico que Chávez tema a un resultado desfavorable: bien a una derrota frente a Capriles, o bien a una "victoria pírrica" suya, con la cual la revolución exhibirá sus dificultades para asegurarse un futuro que trascienda al ciclo vital de su líder. El comandante sabe bien lo que tiene enfrente: un PSUV desenfervorizado cuya movilización el 7-O es una incógnita; una oposición valorada positivamente por casi tres quintas partes de la población, y un rival cuya magra intención de voto resulta extrañamente contrastante con el 80% de agrado y aprobación de la atractiva campaña de Capriles. Chávez no es tonto: las encuestas contienen demasiadas contradicciones como para descartar el triunfo del potrillo. Viéndose al espejo observa claramente lo que es: un caballo exhausto y macilento en peligro de quedarse en el aparato.
Así está la atmósfera política: dominada, ya no por las percepciones de una "victoria irreversible" del purasangre bolivariano, sino por la idea -bien sembrada y ya muy extendida- de la "victoria probable" del desestimado potrillo mirandino: un caballo preparado para sorprender en este derby, donde el triple coronado da señales de la degeneración de sus antiguas condiciones. Al margen de sus dolencias, y muy por encima de ellas, el comandante ya no cuenta con las pasiones acaloradas de su fanaticada, ni tampoco con los deslumbrantes porcentajes de intención de voto de otros tiempos. Ubicado en la delantera con números que van de entre un 46% y un 52%, las cosas no dan para una "tierra arrasada", digna del capítulo final de su novela reeleccionista.
Respaldado por porcentajes más bien modestos -algunos ubicados en el margen de error de las encuestas- es lógico que Chávez tema a un resultado desfavorable: bien a una derrota frente a Capriles, o bien a una "victoria pírrica" suya, con la cual la revolución exhibirá sus dificultades para asegurarse un futuro que trascienda al ciclo vital de su líder. El comandante sabe bien lo que tiene enfrente: un PSUV desenfervorizado cuya movilización el 7-O es una incógnita; una oposición valorada positivamente por casi tres quintas partes de la población, y un rival cuya magra intención de voto resulta extrañamente contrastante con el 80% de agrado y aprobación de la atractiva campaña de Capriles. Chávez no es tonto: las encuestas contienen demasiadas contradicciones como para descartar el triunfo del potrillo. Viéndose al espejo observa claramente lo que es: un caballo exhausto y macilento en peligro de quedarse en el aparato.
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