JUAN GUERRERO | EL UNIVERSAL
jueves 27 de septiembre de 2012 12:00 AM
En política la ingenuidad no existe. Y si por alguna extraña razón existe un político ingenuo, es un verdadero peligro.
Lo que está planteado en la actual refriega política venezolana es la definitiva sustitución de un tipo de liderazgo, caracterizado por la presencia de un misionero que busca eternizarse en el poder, en contraposición con otro que acentúa su liderazgo en el trabajo colectivo y la gerencia en equipo.
La imagen de un líder todopoderoso que se transformó en predicador y, por tanto, desvió su discurso hasta hacerlo en la actualidad oferta hueca y trasnochada para liberar al mundo y el universo, ya no despierta emociones ni estremece corazones.
Pareciera que los ciudadanos buscan acercarse y apostar por líderes políticos que sean pragmáticos y solucionen los problemas concretos de las comunidades. Por lo tanto, pensar en políticos que buscan despertar interés más allá de propuestas articuladas en generalidades, como el interés sobre las armas nucleares, la salvación de la especie humana, la carencia de agua en el Medio Oriente, la pesca indiscriminada de focas, elefantes y hasta el deshielo de la Antártica, son temas tan alejados de las realidades tangibles del venezolano actual, que se ven hasta ridículos frente a situaciones tan dramáticas como la inseguridad, la falta de vivienda, el desempleo, la subalimentación. Hechos diarios y que rozan, penetran y desgarran la piel del venezolano, de cualquier sector político, económico, militar o social.
Hemos vivido enamorados de discursos colmados por sueños truncados, gran parte de ellos irrealizables o falsos proyectos para embaucar al ciudadano y obtener votos. Recuerdo aquel presidente que ofreció construir un puente desde Chacopata, en tierra firme, hasta Porlamar, en Margarita.
Las ciudades, caseríos y pueblos de este país se llenaron de obras a medio terminar. Por ello se hizo "norma" que se inauguraran obras por fases o etapas. Esta práctica ha traído como consecuencia que en la mentalidad de tantos políticos, líderes y dirigentes de partidos, exista una memoria fragmentada, fracturada y a medio terminar. Son políticos de pacotilla. Acostumbrados a entorpecer el crecimiento de las comunidades y descalificar a sus líderes naturales. Esa pequeñez humana es la proyección de un país que en la actualidad no posee grandeza para actos donde la idea de monumentalidad se encarne en obras palpables.
Cansa, agota y asfixia la retórica de un presidente que ha despreciado a una ciudadanía, y de ella a los más desamparados social y económicamente. Esos ciudadanos ahora le demuestran, moral y éticamente, que están muy por encima de sus ambiciones y prácticas demagógicas.
Es evidente el proceso de degradación, por abuso de imagen y discurso, que lo presentaba al principio como el individuo orientador, aglutinador, de líder que escuchaba y atendía a sus seguidores, para quedar ahora como el hombre mediático. Presente en la pantalla de televisión, manipulando un discurso que trata de imponer a destiempo y a contracorriente de la historia.
Los ciudadanos venezolanos merecemos vivir y convivir en una sociedad donde los políticos se dediquen a hacer su trabajo y dejen espacio para que los verdaderos y necesarios profesionales, mujeres y hombres, estén al frente de las instituciones del Estado.
La ingenuidad, por falta de formación y práctica cívica, en un político, se convierte en desastre cuando está al frente del gobierno del Estado. Esto es evidente y notorio en la actualidad. Confundir la sociedad venezolana con un cuartel, donde la voz de mando es acatada por otros quienes a su vez y de manera pública, le llaman comandante-presidente, anteponiendo la visión militar sobre la civil; es una afrenta a la condición humana, por decir lo menos.
Considero que los ciudadanos, por principio ético y moral, no debemos extender solidaridad automática a absolutamente ningún político. En todo caso, dar respaldo, siempre con reservas, y hasta votar, por quien se esfuerza durante años y viene trabajando desde abajo, desde las comunidades, probándose en puestos de trabajo obtenidos por voto popular, en alcaldías, gobernaciones hasta buscar ocupar la presidencia de este país.
Veo en estos días a una sociedad que paulatinamente se desenamoró de un militar que se metió a político y quiso administrar la hacienda pública como la cantina de un cuartel.
La ciudadanía que quiere y busca prosperar aceptó el guiño de un joven político, formado en la visión del trabajo en equipo, que ha sabido gerenciar con amplitud e inclusión y, sobre todo, que escucha, y le robó su Rosalinda
Lo que está planteado en la actual refriega política venezolana es la definitiva sustitución de un tipo de liderazgo, caracterizado por la presencia de un misionero que busca eternizarse en el poder, en contraposición con otro que acentúa su liderazgo en el trabajo colectivo y la gerencia en equipo.
La imagen de un líder todopoderoso que se transformó en predicador y, por tanto, desvió su discurso hasta hacerlo en la actualidad oferta hueca y trasnochada para liberar al mundo y el universo, ya no despierta emociones ni estremece corazones.
Pareciera que los ciudadanos buscan acercarse y apostar por líderes políticos que sean pragmáticos y solucionen los problemas concretos de las comunidades. Por lo tanto, pensar en políticos que buscan despertar interés más allá de propuestas articuladas en generalidades, como el interés sobre las armas nucleares, la salvación de la especie humana, la carencia de agua en el Medio Oriente, la pesca indiscriminada de focas, elefantes y hasta el deshielo de la Antártica, son temas tan alejados de las realidades tangibles del venezolano actual, que se ven hasta ridículos frente a situaciones tan dramáticas como la inseguridad, la falta de vivienda, el desempleo, la subalimentación. Hechos diarios y que rozan, penetran y desgarran la piel del venezolano, de cualquier sector político, económico, militar o social.
Hemos vivido enamorados de discursos colmados por sueños truncados, gran parte de ellos irrealizables o falsos proyectos para embaucar al ciudadano y obtener votos. Recuerdo aquel presidente que ofreció construir un puente desde Chacopata, en tierra firme, hasta Porlamar, en Margarita.
Las ciudades, caseríos y pueblos de este país se llenaron de obras a medio terminar. Por ello se hizo "norma" que se inauguraran obras por fases o etapas. Esta práctica ha traído como consecuencia que en la mentalidad de tantos políticos, líderes y dirigentes de partidos, exista una memoria fragmentada, fracturada y a medio terminar. Son políticos de pacotilla. Acostumbrados a entorpecer el crecimiento de las comunidades y descalificar a sus líderes naturales. Esa pequeñez humana es la proyección de un país que en la actualidad no posee grandeza para actos donde la idea de monumentalidad se encarne en obras palpables.
Cansa, agota y asfixia la retórica de un presidente que ha despreciado a una ciudadanía, y de ella a los más desamparados social y económicamente. Esos ciudadanos ahora le demuestran, moral y éticamente, que están muy por encima de sus ambiciones y prácticas demagógicas.
Es evidente el proceso de degradación, por abuso de imagen y discurso, que lo presentaba al principio como el individuo orientador, aglutinador, de líder que escuchaba y atendía a sus seguidores, para quedar ahora como el hombre mediático. Presente en la pantalla de televisión, manipulando un discurso que trata de imponer a destiempo y a contracorriente de la historia.
Los ciudadanos venezolanos merecemos vivir y convivir en una sociedad donde los políticos se dediquen a hacer su trabajo y dejen espacio para que los verdaderos y necesarios profesionales, mujeres y hombres, estén al frente de las instituciones del Estado.
La ingenuidad, por falta de formación y práctica cívica, en un político, se convierte en desastre cuando está al frente del gobierno del Estado. Esto es evidente y notorio en la actualidad. Confundir la sociedad venezolana con un cuartel, donde la voz de mando es acatada por otros quienes a su vez y de manera pública, le llaman comandante-presidente, anteponiendo la visión militar sobre la civil; es una afrenta a la condición humana, por decir lo menos.
Considero que los ciudadanos, por principio ético y moral, no debemos extender solidaridad automática a absolutamente ningún político. En todo caso, dar respaldo, siempre con reservas, y hasta votar, por quien se esfuerza durante años y viene trabajando desde abajo, desde las comunidades, probándose en puestos de trabajo obtenidos por voto popular, en alcaldías, gobernaciones hasta buscar ocupar la presidencia de este país.
Veo en estos días a una sociedad que paulatinamente se desenamoró de un militar que se metió a político y quiso administrar la hacienda pública como la cantina de un cuartel.
La ciudadanía que quiere y busca prosperar aceptó el guiño de un joven político, formado en la visión del trabajo en equipo, que ha sabido gerenciar con amplitud e inclusión y, sobre todo, que escucha, y le robó su Rosalinda
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