Wednesday, September 19, 2012

La privatización de la felicidad

En: http://www.eluniversal.com/opinion/120919/la-privatizacion-de-la-felicidad
 
ANGEL OROPEZA |  EL UNIVERSAL
miércoles 19 de septiembre de 2012  12:00 AM
El estudio World Happiness Report 2012, realizado por el  Earth Institute de la Universidad de Columbia, ubicó hace poco a Venezuela como el 2do. país más feliz de América Latina, después de Costa Rica, y el número 19 en un ranking de 150 naciones seleccionadas. Para quienes no están familiarizados con este estudio, se trata de una investigación de tipo cualitativa, basada en auto-reportes realizados por una muestra de ciudadanos, quienes responden a preguntas tales como "¿cuán satisfecho está con su vida como un todo en estos días?" o "¿hasta qué punto Ud. siente que las cosas que hace en su vida valen la pena?". Vaya pensando cómo respondería usted.

Por supuesto que el bienestar  y la felicidad son fenómenos multicausales, y no se puede pretender reducir su complejidad a una simple escala  de 10 puntos, donde además la gente se ubica de manera subjetiva. De hecho, el tema del bienestar personal y la felicidad ha venido recibiendo bastante atención en el campo de la moderna Psicología Social, y se  adelanta en la actualidad una extensa línea de investigación sobre estos temas.  Pero más allá de la utilidad académica y de insumo para la profundización de nuevas investigaciones que tienen estos estudios, los hallazgos de este trabajo en particular ha despertado la incredulidad y la sorpresa en muchos venezolanos, quienes se preguntan: ¿cómo es eso que somos felices si al mismo tiempo la mayoría de la población expresa sentirse descontenta con la situación de su entorno social, político y económico, y  frustrada con el rumbo del país?  Pues la noticia es que ambas realidades no son contradictorias.

Lo primero que hay que decir es que Venezuela tiene ya tiempo en los primeros lugares de estos "rankings de felicidad". Esta sensación de bienestar subjetiva es de tan larga data que en 1970, José A. Silva Michelena hablaba del "optimismo estructural del venezolano" como una de sus actitudes políticas centrales. Y la mayoría de los estudios han demostrado cómo estas actitudes políticas siguen en ocasiones una dinámica relativamente autónoma o independiente de las realidades objetivas que caracterizan su entorno político. Dicho en palabras más cristianas, muchas de las actitudes políticas de los venezolanos son relativamente impermeables a la percepción sobre el desempeño económico o de gestión de un gobierno.

Los psicólogos han encontrado que los venezolanos basan su estrategia personal de alcanzar bienestar en la importancia que le otorgan a las relaciones interpersonales y a la familia, en el recurso del humor y en la creatividad. Los venezolanos no sólo poseen una gran capacidad y habilidad para conectarse con los otros, sino que, de acuerdo con los últimos Estudios Mundiales de Valores, somos una de las naciones donde se da más importancia a la familia y a los amigos como extensión de la propia persona.  En pocas palabras, los venezolanos son subjetivamente felices, no porque estén satisfechos con su entorno, sino porque tienen "áreas de refugio", algunas de las cuales, como es el caso de las familias, se han visto obligadas a multiplicar sus responsabilidades y funciones, porque no existe en el país un gobierno que se encargue de esas tareas de protección, educación y cuido.

La noticia de que los venezolanos nos consideramos un pueblo feliz no es, por tanto, ni nueva ni sorprendente. Lo único novedoso es el tratamiento electorero del asunto que hemos presenciado en las últimas semanas.  De pronto, la propaganda oficial ha logrado lo que ningún gobierno había conseguido hasta ahora: la privatización de la felicidad de los venezolanos. Ya nos habían querido convencer que cuando la Vinotinto gana un partido, cuando alguno de  nuestros atletas obtiene una victoria, cuando nuestros músicos y artistas hacen enrojecer las palmas de las audiencias más exigentes del planeta, o cuando alguno de nuestros académicos o investigadores pone a valer el nombre del país en cualquier parte del mundo, todo eso es sólo gracias al presidente saliente. Con él, todo. Sin él, nada.  Gracias a Dios, los venezolanos aprendieron hace rato a burlarse de estos delirios de omnipotencia de nuestro hegemón de turno, y a sentir hasta lástima por tan patológicos signos de narcisismo sin límite.  Pero la necesidad de expropiación de los méritos ajenos para efectos de la autoglorificación ha ido más allá: ahora resulta que, según el guión de los asesores extranjeros de la campaña oficialista, la felicidad de los venezolanos es obra y gracia de la oligarquía gobernante, cuando lo cierto es que el venezolano es feliz, no gracias al actual gobierno, sino a pesar de él.

Afortunadamente, es este desconocimiento sobre quiénes son en realidad los venezolanos, lo que ha hecho inviable la continuación del actual modelo de dominación. Nos conocen poco y mal. Tan mal y tan poco, que todavía no se han dado cuenta que el país ya se decidió a cambiar de gobierno.



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