ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 18 de septiembre de 2012 12:00 AM
Hace seis años, por esta época, más o menos, la dirigencia de la oposición venezolana tenía claro que el triunfo de Hugo Chávez era inevitable. No había nada qué hacer y, sin embargo, una vez conocidos los resultados, fue evidente cómo, en medio del revés, se había logrado iniciar un proceso unitario plagado de obstáculos pero efectivamente esperanzador. Un año después, el dos de diciembre del 2007, la incontestable victoria del chavismo se diluía en una derrota que mostró las vulnerabilidades de un liderazgo, cuya solidez cedió por la desmesura de sus pretensiones.
Colocados en la misma encrucijada de entonces, en este momento las cosas lucen muy distintas. La guerra sucia del chavismo, limitada en aquel entonces al uso desvergonzado y fraudulento de los recursos del Estado, así como a las agresiones de sus grupos violentos, se vio limitada a estos elementos porque no era necesario llegar más lejos. El triunfo estaba asegurado. Hoy en día el aparato propagandístico del Estado-gobierno-partido recurre a mecanismos tan sofisticados como la utilización de hombres de paja, prestos a devolver favores, incluso a costa de su propia dignidad. Así, el montaje de auténticas farsas, minuciosamente elaboradas y la exhibición de recursos (uso de tres cámaras), con la correspondiente edición de un micro que no deja por fuera ningún detalle (voces deformadas), resulta tan apabullante, que pone en evidencia la verdadera naturaleza de una denuncia que, al final, no resulta sino una vil tramoya.
El hecho de que Capriles haya devuelto el golpe con relampagueante velocidad y contundencia los deja turulatos. Confiaban (cada ladrón juzga por su propia condición), en que, al mejor estilo de su patrón patroncito, le daría largas al asunto, lo disimularía, trataría de pasarlo por debajo de la mesa con el lucimiento de unas cuantas lágrimas de cocodrilo. Eso, suponían, les permitiría desarrollar su ofensiva mediática, atribuyéndole a Capriles uno de los rasgos dominantes de quien los pastorea. Ahí fallaron.
Nunca se imaginaron que Capriles aprovecharía la oportunidad para demostrar un sentido de la ética e incluso una rigidez de principios, literalmente imposible de encontrar en el Estado-gobierno-partido dominante. Por eso se alborotan. El error de cálculo y sus consecuencias los desubican. La guerra sucia no siempre funciona.
Ahora suenan las alarmas, el flaquito los pone a correr, aunque no saben hacia dónde, el tiempo se adelgaza, los números se mueven, algo extraño está pasando. Los acontecimientos no se corresponden con lo planificado, hay un clima, una inquietante cosa flotando en el aire y no sólo por el resultado electoral sino por un cambio de actitud que suena a definitivo.
Colocados en la misma encrucijada de entonces, en este momento las cosas lucen muy distintas. La guerra sucia del chavismo, limitada en aquel entonces al uso desvergonzado y fraudulento de los recursos del Estado, así como a las agresiones de sus grupos violentos, se vio limitada a estos elementos porque no era necesario llegar más lejos. El triunfo estaba asegurado. Hoy en día el aparato propagandístico del Estado-gobierno-partido recurre a mecanismos tan sofisticados como la utilización de hombres de paja, prestos a devolver favores, incluso a costa de su propia dignidad. Así, el montaje de auténticas farsas, minuciosamente elaboradas y la exhibición de recursos (uso de tres cámaras), con la correspondiente edición de un micro que no deja por fuera ningún detalle (voces deformadas), resulta tan apabullante, que pone en evidencia la verdadera naturaleza de una denuncia que, al final, no resulta sino una vil tramoya.
El hecho de que Capriles haya devuelto el golpe con relampagueante velocidad y contundencia los deja turulatos. Confiaban (cada ladrón juzga por su propia condición), en que, al mejor estilo de su patrón patroncito, le daría largas al asunto, lo disimularía, trataría de pasarlo por debajo de la mesa con el lucimiento de unas cuantas lágrimas de cocodrilo. Eso, suponían, les permitiría desarrollar su ofensiva mediática, atribuyéndole a Capriles uno de los rasgos dominantes de quien los pastorea. Ahí fallaron.
Nunca se imaginaron que Capriles aprovecharía la oportunidad para demostrar un sentido de la ética e incluso una rigidez de principios, literalmente imposible de encontrar en el Estado-gobierno-partido dominante. Por eso se alborotan. El error de cálculo y sus consecuencias los desubican. La guerra sucia no siempre funciona.
Ahora suenan las alarmas, el flaquito los pone a correr, aunque no saben hacia dónde, el tiempo se adelgaza, los números se mueven, algo extraño está pasando. Los acontecimientos no se corresponden con lo planificado, hay un clima, una inquietante cosa flotando en el aire y no sólo por el resultado electoral sino por un cambio de actitud que suena a definitivo.
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