ANGEL OROPEZA | EL UNIVERSAL
miércoles 26 de septiembre de 2012 12:00 AM
La complejidad de la realidad actual venezolana y de sus problemas, así como la diversidad y multiplicidad de las soluciones y opciones de respuesta, no encaja ya en la simplicidad topográfica de la vieja dimensión horizontal, plana, de "derecha vs izquierda". Es necesario migrar a una clasificación más útil y moderna, y es aquí donde surge como alternativa la dimensión vertical de "progresismo vs retrogradismo" (no importa que éste haga énfasis en el Mercado o en el Estado), o, más fácil todavía, la distinción entre "políticas de progreso" vs "políticas de atraso".
El progresismo es un concepto dinámico, recogido en varios libros de teoría y tendencias contemporáneas de pensamiento, y surge como antagónico a las posiciones políticas y económicas conservadoras. Históricamente, cobra fuerza tras la caída del Muro de Berlín y las llamadas "crisis de las ideologías" a finales de los años 80 del siglo pasado, ante la necesidad de superar el agotamiento de los enfoques tradicionales y excluyentes de las izquierdas y derechas radicales. Tiene una vocación profundamente reivindicativa y su desarrollo implica vincularse de forma inequívoca del lado de las necesidades de las mayorías más necesitadas. Entre sus exponentes más conocidos se encuentran Anthony Giddens, Roberto Mangabeira, y el economista indio Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998.
El progresismo moderno ha comprendido que para hacer posible las aspiraciones colectivas es necesario preservar y proteger el ámbito de lo individual. Las responsabilidades colectivas pasan por el respeto de los derechos individuales; pero sin un progreso para todos, en colectivo, las libertades individuales nunca estarán garantizadas. En este sentido asume, de manera integral, que ambas esferas de la vida, la individual y la colectiva, son complementarias, inalienables y mutuamente dependientes.
Desde el punto de vista del ejercicio del poder, el progresismo esgrime que la función principal del Estado es ofrecer las oportunidades y herramientas necesarias para que la persona desarrolle al máximo las capacidades con las que nace y mejore así sus condiciones originales de vida. El progresismo sostiene que nadie esté determinado de antemano por el lugar o la condición en la que nació, sino que pueda disponer de los instrumentos y recursos que la sociedad posee para explotar sus potencialidades como persona y como ser social.
Dado este compromiso indeclinable y principista con las mayorías, el progresismo constituye la negación más rotunda de los liderazgos vitalicios y de los derechos adquiridos, transformados en privilegios para unos pocos. Es por ello que, frente a esta propuesta política de colocar al progreso como eje de la actividad del Estado, la defensa de posturas ideológicamente muy precarias, como la del "socialismo del siglo XXI", es realmente una actitud conservadora, que defiende el status quo y los privilegios de quienes detentan el poder en nombre de una concepción interesadamente abstracta y gaseosa de "pueblo". Para el progreso, el pueblo no es una entelequia sólo útil para adornar los discursos y legitimar los apetitos de poder: por el contrario, el pueblo es la suma de personas concretas, con aspiraciones, demandas y exigencias cambiantes, no estáticas, con quienes se debe trabajar coordinadamente con los responsables de gobierno, mediante el traspaso de recursos, el empoderamiento y la organización popular, para así afrontar juntos la solución de sus problemas, sin ningún tipo de exclusión por razones de simpatía o credo político.
Desde el plano ideológico, en la propuesta progresista para Venezuela prevalece el pluralismo de ideas, porque sus acciones apuntan hacia valores e intereses generales, la igualdad, la justicia, la libertad, y no a la confrontación política reduccionista y generadora de violencia de la lucha de clases.
La propuesta de progreso, en síntesis, es un proyecto fundamental y esencialmente humanista y liberador, centrado en la persona, no en el Estado ni en Mercado, sino en lo que de ambos es necesario para el objetivo de construir caminos de superación popular en libertad y justicia.
El progresismo es un concepto dinámico, recogido en varios libros de teoría y tendencias contemporáneas de pensamiento, y surge como antagónico a las posiciones políticas y económicas conservadoras. Históricamente, cobra fuerza tras la caída del Muro de Berlín y las llamadas "crisis de las ideologías" a finales de los años 80 del siglo pasado, ante la necesidad de superar el agotamiento de los enfoques tradicionales y excluyentes de las izquierdas y derechas radicales. Tiene una vocación profundamente reivindicativa y su desarrollo implica vincularse de forma inequívoca del lado de las necesidades de las mayorías más necesitadas. Entre sus exponentes más conocidos se encuentran Anthony Giddens, Roberto Mangabeira, y el economista indio Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998.
El progresismo moderno ha comprendido que para hacer posible las aspiraciones colectivas es necesario preservar y proteger el ámbito de lo individual. Las responsabilidades colectivas pasan por el respeto de los derechos individuales; pero sin un progreso para todos, en colectivo, las libertades individuales nunca estarán garantizadas. En este sentido asume, de manera integral, que ambas esferas de la vida, la individual y la colectiva, son complementarias, inalienables y mutuamente dependientes.
Desde el punto de vista del ejercicio del poder, el progresismo esgrime que la función principal del Estado es ofrecer las oportunidades y herramientas necesarias para que la persona desarrolle al máximo las capacidades con las que nace y mejore así sus condiciones originales de vida. El progresismo sostiene que nadie esté determinado de antemano por el lugar o la condición en la que nació, sino que pueda disponer de los instrumentos y recursos que la sociedad posee para explotar sus potencialidades como persona y como ser social.
Dado este compromiso indeclinable y principista con las mayorías, el progresismo constituye la negación más rotunda de los liderazgos vitalicios y de los derechos adquiridos, transformados en privilegios para unos pocos. Es por ello que, frente a esta propuesta política de colocar al progreso como eje de la actividad del Estado, la defensa de posturas ideológicamente muy precarias, como la del "socialismo del siglo XXI", es realmente una actitud conservadora, que defiende el status quo y los privilegios de quienes detentan el poder en nombre de una concepción interesadamente abstracta y gaseosa de "pueblo". Para el progreso, el pueblo no es una entelequia sólo útil para adornar los discursos y legitimar los apetitos de poder: por el contrario, el pueblo es la suma de personas concretas, con aspiraciones, demandas y exigencias cambiantes, no estáticas, con quienes se debe trabajar coordinadamente con los responsables de gobierno, mediante el traspaso de recursos, el empoderamiento y la organización popular, para así afrontar juntos la solución de sus problemas, sin ningún tipo de exclusión por razones de simpatía o credo político.
Desde el plano ideológico, en la propuesta progresista para Venezuela prevalece el pluralismo de ideas, porque sus acciones apuntan hacia valores e intereses generales, la igualdad, la justicia, la libertad, y no a la confrontación política reduccionista y generadora de violencia de la lucha de clases.
La propuesta de progreso, en síntesis, es un proyecto fundamental y esencialmente humanista y liberador, centrado en la persona, no en el Estado ni en Mercado, sino en lo que de ambos es necesario para el objetivo de construir caminos de superación popular en libertad y justicia.
No comments:
Post a Comment