Enrique Viloria Vera
Logro resistirlo todo, salvo la tentación.
Termino de leer la excelente novela Confesión de un asesino del escritor ucraniano Joseph Roth (1894 / 1939), en la que uno de los hijos ilegítimos del Príncipe Krapotkin se dirige a Odesa con el fin de ser reconocido por su padre. A su llegada, es abordado por un malicioso y ladino empresario que lo convence para que lo acompañe a cenar y a beber unas copas en un bar de ficheras, mientras le aconseja como comportarse ante su amigo el Príncipe.
El joven de marras comenta: “entendí perfectamente sus palabras, que cayeron a en mi cabeza como miel, y, por debajo de la mesa, dí al Señor Kalatos un cordial y enérgico apretón de manos. El le hizo señas a una de las gitanas, a una segunda, a una tercera. Tal vez hubiera más. En cualquier caso, yo me entregué por completo a una (…) Aún recuerdo la madrugada plomiza y opresiva un cuerpo suave y tibio en una cama extraña, en un cuarto extraño, una estridencia de campanas en el corredor y, por sobre todo, un vergonzoso sentimiento de aflicción, profundamente humillante, ante el nuevo día”.
Después de ese encuentro con el marrullero empresario la vida del joven e inexperto Golubchik ya no fue la misma.
Enciendo luego el televisor y me encuentro a un bisoño e ingenuo diputado explicando como un empresario lo engañó y lo engatusó para que aceptara un dinero a cambio de los favores del candidato opositor. Inmediatamente, me vino la evocación de la recién leída novela.
Recordé también que la política es un duro oficio, un permanente filo de navaja, una cruda realidad donde es muy fácil sucumbir a las tentaciones y caer muy rápidamente al peor de los abismos: el de la propia conciencia. De allí que como en todo, el único asidero real y efectivo para sobrevivir sin aflicciones es el permanente respeto de los valores éticos.
Venaítos enfrentados a la dura realidad, tanto en la literatura como en la política, siempre habrá, y también quien los embelese y se adueñe de ellos. Profunda razón tiene George Elliot:
Nadie está graduado en el arte de la vida mientras no haya sido tentado.
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