En: http://www.el-nacional.com/opinion/reino-barbarie_0_455354576.html
Antonio Sánchez García
“Somos una era sin líderes. Hemos dejado de tener líderes a finales del siglo XX.” Oriana Fallaci
1
En
un encuentro privado celebrado a mediados de los sesenta en La Habana
entre el francés Regis Debray y su esposa, la valenciana Elisabeth
Burgos, Fidel Castro lo dejó en claro de una sentada: de apoderarse del
petróleo venezolano, el mundo se rendiría a sus pies.
Quiso por
las buenas, pero se encontró con el ceño adusto y el temple inflexible
del político más destacado de la historia venezolana, Rómulo Betancourt.
Ante lo cual y decidido a apoderarse del petróleo venezolano que
comprendía como clave maestra para imponer sus afanes imperiales sobre
todo el continente sudamericano y convertirse en un peón de primera
línea en la lucha por la conquista del poder mundial, lo intentó por las
malas. Se sirvió de la llamada izquierda revolucionaria y de los restos
remanentes de la insurgencia en el interior de las fuerzas armadas,
huérfanos de acceso al dominio del Estado tras la caída de Pérez Jiménez
por acción del mismo Betancourt y de una Acción Democrática que se
plegaba entonces a sus directrices. Consciente de su grandeza e
infalibilidad.
Ambos remanentes, la izquierda que devendría en
castrista y los sectores golpistas de unas fuerzas armadas trasminadas
desde siempre de golpismo autocrático, servirían de plataforma a los
intentos invasores de Fidel Castro. Que si en el interior de Venezuela
encontrarían una élite política valerosa, consciente de su misión
histórica y capaz de enrolar a las fuerzas armadas tras su proyecto
democrático hegemónico – siempre, justo es subrayarlo, bajo la dirección
de la Acción Democrática betancourtiana, que Copei y URD
trastabillaron siempre en la indefinición existencial ante las
veleidades socializantes de la hegemonía dominante en una sociedad
petrolera y el proyecto castrocomunista – en el exterior chocaban con un
mundo inmerso en la llamada Guerra Fría y un enfrentamiento existencial
entre el comunismo sino soviético y el capitalismo occidental. Si los
Estados Unidos se habían visto constreñidos por razones de Estado a
tolerar la revolución cubana, no tolerarían otra Cuba en el Hemisferio,
como lo pusieran de manifiesto la derrota del proyecto castrocomunista
de la izquierda chilena y los desastres vividos por las fuerzas
insurgentes alimentadas desde Cuba: tupamaros en Uruguay, montoneros en
Argentina, ELNos en Bolivia y los distintos grupos de la llamada
izquierda revolucionaria continental.
2
De
eso hace medio siglo. Sin que la derrota del proyecto castrocomunista se
hubiera traducido en un cambio estructural de las fuerzas enfrentadas.
Así, mientras Estados Unidos daban por resueltos los conflictos de su
patio trasero, sufría la crítica universal a la brutalidad de su
reacción cívico militar a los intentos desestabilizadores del castrismo
latinoamericano y evolucionaba hacia una componenda con los antiguos
enemigos, bajando la guardia ante la tenacidad y perseverancia del
peligro castrista en la región, las fuerzas replegadas del castrismo
volvían al ataque provistas de nuevas estrategias, a partir de la
constitución del llamado Foro de Sao Paulo, se travestían de ropajes
electoralistas y democratoides y luego de penetrar a las fuerzas armadas
debilitadas por el esfuerzo anterior volvían al ataque, esta vez con
mayores bríos y mayor sabiduría.
Chávez fue a esa política del letal y avieso contraataque castrista lo que al lenguaje teatral es un Deus ex Machina:
el factor súbitamente aparecido del cielo que vino a enderezar los
entuertos, redimir los pecados y abrir de un portazo la vía hacia la
liquidación de las democracias latinoamericanas. Con un plus de
significación universal: puso en las manos de Fidel Castro el petróleo
venezolano que reclamaba para la realización de su proyecto imperial
como Arquímides la palanca.
Quien aún no haya tomado conciencia
del giro copernicano que la aparición de Chávez y la entrega de
Venezuela y su petróleo al tirano cubano ha supuesto para el Hemisferio,
no entiende las claves de la crisis excepcional que viven Venezuela y
la región, ni puede, muchísimo menos, diseñar una correcta estrategia
para enfrentarla. Pues tal giro se cumple en el contexto de una crisis
tan excepcional como la nuestra, nacional, a saber: la grave pérdida del
poder de decisión y voluntad – claves del comportamiento político - por
parte del liderazgo de Occidente en el mundo. A un siglo exacto de la
devastación causada por la Primera Guerra Mundial adolecemos del mismo
grave síntoma de hondo significado histórico que la convirtiera en un
Apocalipsis, tal como lo señalara recientemente el historiador inglés
Max Hastings en su obra 1914: el año de la catástrofe: el planeta vive una crisis existencial y la enfrenta con liderazgos que están muy lejos de la altura del desafío.
El
fenómeno más notable de esta grave crisis global se expresa en la
dramática pérdida de liderazgo por parte de Estados Unidos y, tal vez
en mayor y más dramática medida, de Europa. Así como en la emergencia
incontestada de China en el escenario mundial, la incontrolable
situación de los restos sobrevivientes de lo que fuera el imperio
soviético – la Rusia de Putin - y la brutal ofensiva del islamismo
integrista sobre Occidente.
No es una simple crisis de orden
político que afecte a las tensiones provocadas por conflictos de
intereses: es una crisis de naturaleza moral, que ha puesto en cuestión
los valores sustantivos que han movilizado al espíritu liberal
democrático del último siglo. Y que se derivan, incluso, de las propias
tendencias del capitalismo en su última fase de dominio trasnacional.
Pareciera, como denunciaba con ardor y coraje la periodista italiana
Oriana Fallaci, que la cultura de Occidente ha tocado fondo y ha
colapsado, arrasada por los propios principios de la reproducción
ampliada del sistema capitalista, con la desaparición de la ética y la
corrupción generalizada de las élites. La alienación provocada por el
predominio hegemónico y trasnacional de la mercancía ha triturado todas
las normas de funcionamiento inmanentes a la cultura de Occidente.
3
¿De
qué otra manera y bajo qué otras coordenadas explicar el insólito y
ominoso sometimiento de Holanda a la desquiciada y criminal voluntad de
una mafia enquistada en el Estado venezolano, que pisoteando todas las
normas del derecho y la justicia internacionales le impone al Reino de
Holanda la renuncia al ejercicio de su soberanía, sometiendo a juicio y
siguiendo el curso legal a un venezolano perseguido por la justicia de
Estados Unidos a través de los organismos policiales y judiciales
internacionales competentes por los graves delitos de narcotráfico que
se le imputan?
Es, desde el punto de vista de un análisis
estrictamente político, la mayor derrota sufrida por Holanda, que acepta
pervertir el sentido de su institucionalidad jurídica para doblegarse a
un gobierno cuestionado internacionalmente por los graves abusos y
violaciones a los derechos humanos y la práctica incuestionable de
mecanismos violatorios de la buena vecindad en asuntos de política
internacional. Como es el caso del narcotráfico y el terrorismo, los dos
más graves delitos del derecho internacional, comprobadamente
realizados por el personaje causante de esta crisis, liberado a pesar de
las abrumadoras pruebas del cometimiento de sus delitos, llevados a
cabo en una magnitud y dimensión tanto o más graves que los de notables
narcotraficantes caídos en desgracia, como Pablo Escobar Gaviria.
Lo
es también para los Estados Unidos, incapaces de ejercer su liderazgo
sobre una región que se le ha escapado de las manos, carente de una
estrategia global de defensa de los valores democráticos y liberales en
su propio hemisferio. Y que puede ser burlado a millas de sus costas por
un gobierno que cumple a la perfección con las condiciones como para
ser calificado de forajido y narcotraficante. Sin que tan graves
antecedentes mermen en lo más mínimo sus relaciones con los países de la
región y del mundo.
En el caso de Holanda, la humillación se
parea con la sufrida en manos de los rusos, que asesinan a más de cien
de sus súbditos bombardeando el avión comercial en que viajaban. Y en
ambos casos, lo que bordea la infamia, se trata de un sometimiento de
Estado por razones estrictamente económicas: la dependencia al petróleo
ruso venezolano y la salvaguardia de negocios entre los Estados, puestos
muy por encima de las obligaciones éticas y morales constitutivas del
derecho internacional.
En pocos años y antes de que se extinga una
generación, el mundo ha vivido, como lo hemos señalado en nuestros
artículos anteriores Persona non grata - http://www.el-nacional.com/opinion/Persona-non-grata_0_453554739.html - y Política y criminalidad - http://www.el-nacional.com/opinion/Politica-criminalidad_0_452354850.html
- un cambio de paradigmas de consecuencias todavía incalculables. El
crimen ha dejado de serlo: cobijarlo, se convierte en un deber de
Estado. En una sociedad dominada por los brutales intereses económicos,
asesinar, traficar, reprimir y violar se convierten en norma si quien
los comete ejerce su derecho de apropiación, así esté fundado en el
crimen, sobre un bien necesario al funcionamiento del sistema, como el
petróleo. Que en manos inescrupulosas, en un siglo inescrupuloso y
pervertido, puede convertirse en la palanca para mover al mundo. Lo que
hace medio siglo constituía el sueño del peor tirano de nuestra
historia, hoy se ha hecho realidad. Es la mano del anciano que ha movido
al títere que le torció el brazo a un reino. Y de paso puso en ridículo
a un imperio.
Para Oriana Fallaci, ya era tarde. Ver los
minaretes dominar por sobre las cúpulas y campanarios de la Italia cuna
del cristianismo la había sumido en la profunda depresión que la
arrastrara a la muerte. Hay que tener un corazón de piedra, un cerebro
de corcho y un espíritu de plastilina para no compartir sus angustias. A
un siglo de la explosión de la barbarie, sigue tan sólida y campante
como siempre. Que Dios nos asista.
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